Enrique Vila-Matas. Escritor

"No hay nadie que no fracase"

  • El barcelonés relata en 'Aire de Dylan' la historia de un joven marcado por la fantasmal presencia de su padre fallecido y por una férrea voluntad de derrota.

Bob Dylan, Hamlet, Scott Fitzgerald, Oblómov. El creador y sus máscaras. El fracaso como éxito y viceversa. Lo infraleve como opción. El arte como condena. El ritmo opresivo de los días. El tiempo como aliado infiel. Aire de Dylan (Seix Barral) es la nueva propuesta novelística de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), una historia de generaciones enfrentadas, identidades alterables, confusiones constructivas, el teatro de cada día.

-¿Ese aire infraleve en el que se mueven algunos personajes es el que envuelve la cultura contemporánea?

-Los jóvenes Vilnius y Débora forman una sociedad secreta que no se dedica a nada en concreto, quizás porque desea evitar cualquier posibilidad de fracaso y quizás porque, además, es una sociedad que se siente atraída muy especialmente por lo infraleve, por todas esas cosas -pensemos en un jabón que resbala, por ejemplo- que son por un lado tan indeterminadas y, por otro, tan especificas; son todo al mismo tiempo, como la vida misma.

-¿En el teatro de la vida actual hay espacio para la autenticidad?

-Creo que hay escenario suficiente para esto y para más.

-¿Un escritor puede vivir sin máscaras?

-Sí, y puede vivir incluso sólo con lo puesto.

-¿Lo posmoderno es un signo de los tiempos o una construcción cultural?

-Lo ignoro, no sé quien inventó ese calificativo de posmoderno. No es culpa mía ese equívoco.

-¿Se entiende la posmodernidad sin impostura?

-Los novelistas como yo, y supongo que como todos lo que han crecido bajo el signo de la posmodernidad, son escépticos respecto al concepto de autenticidad. Y es que se nos dijo que la autenticidad no tenía sentido. A la vista de esto, ¿cómo asumir que, como escritores, nuestro fracaso más profundo, digamos que el más auténtico, siempre será el de la traición a uno mismo?

-¿Qué diferencias ve, en la manera de afrontar la experiencia literaria y en la actitud ante la vida, entre los jóvenes escritores actuales y los de su generación?

-Entre los jóvenes escritores actuales y mi generación median, como mínimo, dos o tres generaciones más. Y por tanto podría hasta pensarse que todo ha cambiado mucho. Pero qué va. Hay en las nuevas generaciones de escritores, como sucedía ya en la mía, gente muy valiosa y otra que no lo es nada.

-¿El fracaso está infravalorado?

-No debería ser un problema. No hay nadie que no fracase. Cuando escribo, siempre estoy seguro de que voy a fracasar. Pero es lo mejor que hay en el mundo, al menos para mí. Fracaso con alegría. Quizás porque sé que lo que estoy intentando expresar es nada menos que mi manera de estar en el mundo, un movimiento que exige un proceso de eliminación: una vez que se han removido el lenguaje muerto, los dogmas de segunda mano, las verdades que no son propias sino de otros, los lemas, los eslóganes, las mentiras nacionales, los mitos de la propia época histórica; una vez que se ha removido todo lo que da forma a la experiencia pero uno no reconoce ni cree, lo que queda es algo que resulta ser más o menos la verdad de una convicción propia. Eso es lo que busco cuando leo una novela: la verdad de una persona, por lo menos la parte que puede ser transmitida mediante el lenguaje. En la transmisión de esa verdad siempre fracasamos (mucho o poco), pero es una experiencia inigualable.

-¿Cuando oscurece siempre necesitamos a alguien?

-Últimamente, si de pronto reparo en que está oscureciendo, no puedo evitar pensar en esa frase que durante años creí que era de Scott Fitzgerald. Primero pienso en la frase. Y poco después me doy cuenta de que necesito a alguien. Algún día será al revés, supongo: pensaré que oscurece y necesito a alguien, y después me acordaré de esa frase que sirve de frase-motor para la historia que se narra en Aire de Dylan.

-¿Hacia dónde va la literatura de Vila-Matas?

-Hasta el fundamental relato Porque ella no lo pidió de mi libro Exploradores del abismo, mi obra se dividió en dos partes. En la primera desplegué una quijotesca indagación sobre el sinsentido. Y en la segunda (como en la tan metaliteraria segunda parte del Quijote) me dediqué a construir mi automitografía. En mi tercera etapa busco literalmente el brillo de lo auténtico, aproximarme a la verdad a través de la ficción, a esa verdad que hay en todo camino propio. Dicho de otro modo: no volver a traicionarme nunca más a mí mismo.

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