Crítica flamenco

Qué manera de cantar a compás

Miguel poveda. Cante: Miguel Poveda. Toque: Jesús Guerrero. Percusión: Paquito González. Palmas: Carlos Grilo y Diego Montoya. Cante y palmas: Miguel Ángel Soto Peña Londro. Lugar: Gran Teatro. Fecha: Lunes 10 de octubre. Aforo: Lleno.

Cuando en la vida cotidiana llevas tu agenda diaria un poco apartada de las listas de éxitos musicales, de las listas de discos más vendidos, etc, etc. Cuando empiezan a sonarte de manera cansina en los oídos los mismos protagonistas, terminas por asociar todo a exageraciones de mercado, de promociones u otras artes que pululan transversalmente (esta palabra está de moda y voy a emplearla, lo siento) por toda la oferta musical actual. El flamenco no está a salvo de estos avatares y como los flamencos están en su legítimo derecho de ganarse la vida a costa de su trabajo pues también salen en nuestro territorio grandes éxitos de ventas para un público más heterogéneo. A este gran público van destinadas innovaciones de vanguardia que siempre se fraguaron y que con el paso del tiempo, o desaparecen o permanecen, hasta convertirse en clásicos.

Igual ocurre con las creaciones que con los protagonistas que las engendran. Y así llegamos a conocer a grandes artistas, tocados por ese gran rey Midas que convierte en oro todo cuanto toca, que se llama Mercado. Y, como dije antes, me asalta el deseo de conocer esos personajes en vivo y en directo para poder constatar su fama.

La noche del lunes me topé con uno de ellos: Miguel Poveda. Y también entonces me rendí ante el resplandor rutilante que emana su presencia encima de un escenario.

Empezaré por constatar que el coqueto auditorio del Gran Teatro estaba a rebosar por un público rendido a los encantos del artista. Público éste muy diverso y sustancialmente más amplio que el que al flamenco corresponde sin más. Grandes colas en las entradas. El papel quedó agotado en taquilla.

Todos expectantes y, cuando después de la presentación y de acomodarse músicos, espectadores y artista comienzan a oírse las cantiñas te das cuenta de sopetón de por qué trae Miguel esa fama por delante y, en algún momento, te parece creer que es poca para la que se merece. Qué manera de cantar flamenco a compás. Claro está que con la asistencia de quienes lo arropaban todo le era mucho más alcanzable, musical y artísticamente. Para tal encomienda estaban: la guitarra de Jesús Guerrero; la percusión de Paquito González; las palmas de Carlos Grilo y Diego Montoya y el singular Miguel Ángel Soto Peña Londro, que traía la misión del cante y, a la vez, de las palmas también.

Casi todos los cantes que hicieron constituían un recital aparte. Y ustedes perdonen la exageración. Esas cantiñas anteriormente citadas me emocionaban por tanto compás, tanta musicalidad y tanto colorido, como todo lo que de Cádiz sale…

La malagueña sonó con regusto. Aquí debo apuntar algo que aprecié y comenté. No es nada más ni nada menos que, para mi modesta opinión, Miguel, alarga excesivamente los tercios, todo ello debido al enorme dominio y conocimiento del cante y, principalmente, al enorme fuelle que su voz desplaza. Nada negativo, pero todo, creo, debe ir en su justa medida. Me gustó su ejecución. Este cante, el de la malagueña, es una predilección mía de los fandangos que en el flamenco existen. Qué gran variedad, qué riqueza de melismas posee. Un verdadero placer escucharla. Se adornó exquisitamente en el remate por cantes abandolaos, asistido por sus acompañantes que lo envolvieron y lo proyectaron a un atronador final.

Pero el apogeo de la noche vino con el cante por seguiriyas. Ahí se rompió. Iba y venía con la voz, con el cuerpo y con el alma, trazando en el aire sonidos y contorsiones que junto al rasgueo a la sonanta de las manos de Jesús Guerrero indujeron en el auditorio presente hasta interrupciones, antes de que el cante concluyera. Quedó extenuado. Le relevó el buen hacer de los suyos con un solo de guitarra acompasado con palmas y percusión.

También hubo recuerdos testimoniales con incursión por los cantes de Levante, en concreto la murciana, que ejecutó en memoria de su padre.

Recuerdos y concesiones como esos tangos, después de los tientos, micrófono en mano, paseados por todo el proscenio, digo yo. También ese cante por bulerías recordando a Manuel Molina, genial compositor y alma mater de todo lo que cantó Lole Montoya en aquellos pretéritos años setenta del siglo pasado y que causaron un tremendo impacto en la juventud coetánea, entre los que yo me incluía.

Y así fue pasando la noche, entre cantes y charlas que Miguel ponía es escena al terminar uno y antes de principiar el siguiente. Las recibí bien, las charlas, porque entendía que con ese hablarle al público se acercaba más a él, rompía las distancias y ganaba en cercanía y humanidad y al cabo se ganaba aún más el aprecio y la admiración de todos.

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