Otro frente de debate ha sido el del sexo. El fandango ¿es cante para mujeres o para hombres? Esta división también se suscitó en algún momento. Ya vimos una referencia en el primer artículo. Galerín sugería, en 1929, cuál era el sexo apropiado para cantar fandangos: el femenino.
No estuvo fino Galerín en sus predicciones sobre el piano. Y respecto al fandango como cante de mujeres, no merece decir nada.
Un comentario en la revista de la radiofonía, Ondas, reclamaba recuperar el estilo puro del fandango y lo situaba como descendiente del cante grande. Más embrollo.
En las décadas de los años 20 y 30 se creó y se mezcló mucho. Los artistas buscaban tener un fandango propio como seña de identidad, una marca personal con la que singularizarse en los grandes espectáculos. Fandangos cargados de efectismos y exhibiciones guturales que desnaturalizaban los modelos originales. Contra esos inventos, teóricos y analistas recordaban lo básico del sencillo pero encantador fandanguillo de Huelva: ser tradicional, legítimo, sobrio, con pocos floreos, con muchos estilos, sin mistificaciones... Pero el batiburrillo era evidente. Los programadores de Unión Radio Sevilla lo llamaban fandango largo, fandango corto, fandanguillo, fandangos por soleá, fandangos por tarantas, por malagueñas... Uff.
Francisco López Jara fue publicando durante más de treinta años variaciones de su estudio primigenio sobre el fandango de Huelva. En su primer artículo, en 1931, consideró al fandanguillo como un cante regional, pero sólo de Huelva y su provincia, “porque tiene muy variados estilos”, y lo diferenció del fandanguillo flamenco.
Disquisiciones como las que originaron tantos debates, tratando de diferenciar lo andaluz de lo flamenco, lo flamenco de lo jondo, lo jondo del folclore... , aclaraban poco. Lo evidente era que a estas alturas había un puñado de artistas foráneos deformando el fandango auténtico de Huelva, y por eso se denunciaba la adulteración y que no se respetaban las características que definen al nuestro, que son el aire, el compás y la medida. Se defendía que ni gorjeos ni floreos caben en el fandango de Huelva. Los que conocían bien el paño pedían respeto para el modelo autóctono. El fandanguillo de Huelva estaba de moda, claro que sí, y “lo que muchos profesionales están haciendo es adulterarlo”, volvía a denunciar López Jara en 1933. Dos años después, este autor planteaba la dicotomía entre cante regional y cante jondo, sobre cuál es la personalidad real del fandango de Huelva. ¿Y cuál es, pues?
Vale. Entonces, ¿en qué quedamos finalmente?
En fin, son debates conceptuales que se mantuvieron durante décadas, superados por la evolución del cante y la del lenguaje, aunque algunos permanecieron hasta pasado el medio siglo XX.
Pero, vamos, que la cosa no es nueva. En 1888, un arrendador de Cádiz recurrió al gobernador civil porque su arrendatario daba sesiones de cante flamenco cuando en el contrato figuraba que lo había arrendado para dar cante andaluz. ¿Y qué hizo el gobernador? Declararse incompetente.
Las cuatro ediciones anuales de los Concursos de Fandangos de RNE de los años 50 dejaron bien remarcado el carácter flamenco de este cante con los cientos de fandangos cantados por centenares de participantes. El diario Odiel reconoció desde la primera edición la potencia del fandango, pero lo diferenciaba del cante flamenco. (Por cierto: lamentable e inoportuno lapsus calami en el tercer renglón del segundo párrafo: se colige que donde dice “estúpida” querría decir “estudiada”).
En una entrevista en la revista El Lábaro, en 1957, Paco Isidro afirmó que su fandango solo tenía una gotita de sangre flamenca nada más. (Sus grabaciones no nos dijeron eso, maestro: nos mostraron un flamenco inequívoco y de alto nivel).
En 1972 le preguntaron al que había sido proclamado en su juventud rey del fandanguillo, a Pepe Marchena, sobre los gustos del público y respondió que “lo que más le gustaba a la gente, como siempre ha pasado, eran los fandangos”. Voz de la experiencia...
Ya en los años 90, en una tertulia sobre el fandango moderada por Onofre López y en la que se escuchó una actuación de Paco Toronjo, el compositor y flamencólogo Antonio Murciano reconocía que “Paco conseguía hacer del fandango un cante grande”. Y el guitarrista Manolo Sanlúcar reflexionaba recordando de los grandes cantaores, en los años 50, “haberles escuchado en muchas ocasiones que cuando se hablaba del fandango lo hacían de distinta manera que cuando se hablaba de la seguiriya o de la soleá. Pero a partir de Paco eso se siente de otra manera. No se puede ver al fandango como un cante inferior, porque ya entra la valoración del individuo... El cante de Paco no tiene nada que envidiar a ninguna obra maestra flamenca. No hay cante chico ni grande, sino cantaores chicos y cantaores grandes”.
Efectivamente, con Paco Toronjo, desde 1960, el fandango tomó otro rumbo y todos los debates se volvieron viejos e irrelevantes, aunque se mantengan como cuestión académica. Paco elevó el fandango a las máximas cotas de flamencura que ha tenido en toda su historia. ¿Se han superado ya todos los debates sobre el fandango? No lo sé, pero qué más da después del alosnero.
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