El cine y la tragedia armenia

cine/historia

El séptimo arte ha reflejado con escaso o nulo tino la espinosa cuestión del genocidio del pueblo armenio

Repasamos aquí algunas de las aportaciones recientes a la materia

Christian Bale y Charlotte Le Bon, en una escena de la recién estrenada 'La promesa'.
Javier González-Cotta

12 de junio 2017 - 08:51

Los armenios de la diáspora y quienes hoy viven en la actual República de Armenia hablan de la Meds Yeghern (Gran Calamidad) para referirse al horror que padecieron sus ancestros en Anatolia coincidiendo con la Primera Guerra Mundial. Suelen usarse también otros negros cintillos, pero que indican por igual lo sucedido en tan aciagos años (martirio, tragedia, exterminio). Pero el uso deliberado de la delicadísima expresión genocidio armenio -el punto G de la vergüenza para quien supuestamente lo ejecutó- sigue alimentando un secular encono entre armenios y turcos.

El 24 de abril de 1915 (coincidiendo con la famosa y sangrante batalla de Galípoli en los Dardanelos), el Gobierno turco otomano ordenó la deportación de casi todos los armenios cristianos del imperio y su realojo forzoso en Siria, allá por los secarrales del desierto de Deir-ez-Zor. Por su parte, la mayoría de los hombres fueron empleados en infames campos de trabajo (la mayoría murió en el tajo o fue ejecutada al puro arbitrio o a través de salvajes degollinas para ahorro de munición). El mapa de Anatolia oriental se llenó así de procesiones de trasgos camino de la muerte (mujeres, niños, ancianos). En la atroz caminata sufrieron todo tipo de tropelías por parte de soldados y milicias irregulares (kurdos muchos de ellos).

Explicar este episodio con ecuanimidad daría para cubrir todas las páginas de este diario

Los armenios hablan de genocidio: de un millón y medio a más de dos millones de mártires (tal vez una cifra inflada). Los historiadores turcos hablan de 300.000 muertos a lo sumo (tal vez una cifra desinflada). Pero sobre todo niegan el carácter de genocidio. Achacan lo sucedido a la defensa propia del imperio ante la probada deslealtad de la minoría armenia. Iniciada la Gran Guerra en 1914, un gran número de armenios se unió a los rusos por la brecha del Cáucaso y fueron partícipes también de atrocidades contra inocentes turcos. Para la historiografía turca -la oficial, se entiende-, gran parte de las matanzas fueron debidas a los excesos de una guerra civil entre súbditos otomanos, que se vio avivada además por el estallido de la gran contienda mundial.

Explicar con ecuanimidad este avatar histórico, tan doloroso y controvertido, daría para cubrir todas las páginas del periódico de hoy. Pero lo que abordamos ahora aquí es cómo el cine reciente, a nuestro juicio, ha reflejado esta tragedia con escaso o nulo tino. Acaba de estrenarse La promesa, dirigida por Terry George y producida por el magnate de origen armenio Kirk Kerkorian. Antes, en marzo, se estrenó la más aseada Una historia de locos del franco-armenio Robert Guédiguian.

Respecto a la primera, diremos que podría titularse con el muy socorrido Amar en tiempos revueltos. Una conmovedora tragedia como la que aquí se narra debería haber corrido mejor suerte. Pastelada amorosa, drama y tópico maniqueo (armenio bueno, turco bigotudo y pérfido). Un triángulo sentimental envuelve las vidas del americano y corresponsal de la Associated Press Chris Myers (Christian Bale), un estudiante armenio de medicina venido del sur de Turquía (Micael Boghosian, interpretado por Oscar Isaac) y Ana (Charlotte Le Bon, hermosa damisela de origen armenio y venida de París).

Las escenas azucaradas (ridículos bailecitos sobre postales del Bósforo y el Cuerno de Oro) se alternan con otras muy crudas que el espectador, de tener estómago (y debe tenerlo), acepta mejor por su honestidad (matanzas, palizas, ahorcamientos, tiros de gracia). Acaba la película con el episodio real de la resistencia armenia ocurrida en la montaña del Musa Dagh (todo ello fue novelado por Franz Werffel en Los cuarenta días del Musa Dagh, que en realidad fueron 50). Sólo existe en el reparto un turco no avieso y de rostro no hosco. Se trata Emre, hijo de un pachá de la Sublime Puerta y amigo de Micael en los escaños de la facultad de medicina. Por diversas razones nos explicamos ahora por qué la película ha sido un fiasco de taquilla en Estados Unidos.

Como decíamos, más elaborada nos resulta la propuesta de Guédiguian, el cineasta social de la vida marsellesa, en Una historia de locos. Se alternan dos épocas históricas. La primera, el asesinato por venganza de Talât Pachá, ocurrido en Berlín el 15 de marzo de 1921 por parte del héroe armenio Soghomon Tehlirian. El homicidio formó parte de la Operación Némesis, ideada desde 1919 por armenios justicieros para asesinar a los artífices del genocidio. Tehlirian saldría absuelto tras el juicio.

En un salto de época, sobre los 70 y los 80, la película se centra en la formación del grupo terrorista armenio ASALA, responsable al cabo de multitud de atentados contra diplomáticos turcos en Europa. Aram, hijo de tenderos de Marsella, se enrola en la lucha armada. Pero su primer atentado en París tiene una víctima inocente que ensombrecerá su conciencia con el tiempo. De hecho la película es una versión libre de La bomba, del periodista J. A. Gurriarán (autor también de Armenios, el genocidio olvidado), quien sufrió las consecuencias de un atentado del ASALA en Madrid en diciembre de 1980.

Expiación y culpa. Memoria para recuperar la memoria. Fisura moral sobre si el fin justifica los medios. "El genocidio nos dejó locos. Sólo existimos gracias a él. Nacimos de una montaña de cadáveres". El atribulado Aram le habla a su madre Anouch sobre la condena -de ayer, de hoy, de mañana- de ser armenio.

La cineteca del drama

(2007), de Paolo y Vittorio Taviani (con Paz Vega en papel estelar), es otra muestra más de la incapacidad de mostrar el drama armenio sin conservantes ni colorantes. Mejor, aunque algo alambicada, nos parece Ararat (2002) de Atom Egoyan. La película recrea los sucesos ocurridos en 1915 en Van, al este de Turquía, a través de los diarios de un médico y testigo americano. Un director de cine, interpretado por el icono de la chanson Charles Aznavour (de origen armenio), está preparando una película sobre aquellos hechos. Por su parte un chico, llegado de Turquía con imágenes rodadas en distintos escenarios, es interrogado a su vuelta por un policía aduanero en un aeropuerto de Canadá. Ararat es una vindicación contra el olvido del genocidio armenio, si bien le sobra el habitual tufo maniqueo y peca de historias cruzadas en diagonal que dificultan la atención. Por su parte, el cineasta turcoalemán Fatih Akin es autor de El padre. Akin culmina aquí su trilogía sobre el amor (Contra la pared), la muerte (Al otro lado) y el demonio (que es precisamente El padre). La cinta cuenta el viaje a lo holandés errante por parte del armenio Nazaret, herrero en la bellísima ciudad turca de Mardin, en busca de sus dos hijas, sobrevivientes como él a las masacres. Escenas como el miserable degollamiento de unos prisioneros de guerra o las cadavéricas escenas del campamento de armenios en el desierto de Deir-ez-Zor, ilustran el drama con la crudeza debida. Se contrapone así el inicio edulcorado en torno a la familia armenia, tan idílica como cursiloide, que forman Nazaret y su bella esposa. Caer en el cainismo, mostrar al armenio como apóstol del martirio sin ninguna culpa histórica en los desgraciados hechos (más allá de la probada brutalidad turca), son notas comunes en estas películas malas, menos malas o aceptables.

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