Historias del fandango

La belleza andaluza de la gallega Carolina

La Bella Otero, en sus tiempos de esplendor y triunfo.

La Bella Otero, en sus tiempos de esplendor y triunfo.

EN aquellos finales del siglo XIX y comienzos del XX estaba de moda en el mundo occidental el canon de la belleza andaluza, una belleza vital y ardiente que comprendía también el andar, la manera de reír, de gesticular, de moverse…: el garbo, a lo que Carolina añadía la seductora leyenda de ser gitana y, además, de cantar y bailar flamenco. Lo de menos era si el público entendía lo que cantaba o bailaba; lo atrayente era su figura, lo que decían sus canciones, las pasiones que su presencia levantaba. Los moralistas se llamaban a escándalo, pero el resto… Su sensualidad dividió a la sociedad entre reprimidos y liberados. “¡Tiene todo el Oriente en la cadera!”, escribió Hugues Leroux cuando debutó en París.

Firma de la Bella Otero. Firma de la Bella Otero.

Firma de la Bella Otero.

Sin querer, o queriendo, la Bella Otero generaba encendidas polémicas entre hombres y mujeres. Cuando muchos años después de haberse retirado, en 1926, reapareció presentando sus memorias en París y conservando todavía sus encantos, habló de ella misma con toda franqueza refiriéndose a su vida. “Yo he sido adorada, adulada… ¿Por qué se me censura? La verdad es más bella que la más bella de las mujeres”, preguntó retóricamente. Un caballero anciano se levantó para decirle “Bella Otero, tiene usted razón. La comparo con Rousseau”, y otro la aplaudió por haber revelado en su libro que durante un banquete “fue servida a los comensales desnuda, como la madre Eva, en una bandeja de plata”.

La Bella Otero, en su casa de Niza, rodeada de recuerdos. La Bella Otero, en su casa de Niza, rodeada de recuerdos.

La Bella Otero, en su casa de Niza, rodeada de recuerdos.

Pero la parte femenina del auditorio la censuró con dureza. Una dama, amenazando con un paraguas, la recriminó: “Su libro de usted proclama su impudicia y sus torpezas”, cosechando con su reprobación bravos y aplausos de la sala, hasta que otro caballero trató de distender el ambiente: “Su libro lo he devorado durante un viaje en ferrocarril. Es una obra pía”.

El declive de una estrella

En 1910 sufrió un accidente de automóvil y decidió no volver a los escenarios. Nunca más volvió a actuar, aunque la reclamaron desde París. Tenía 45 años y estaba en la plenitud de su carrera, pero decidió retirarse a Niza, en cuyo casino siguió jugando y perdiendo su fortuna. En una ocasión perdió tanto dinero que al marcharse del casino todos los hombres presentes se pusieron de pie para despedirla. Elegantemente vestida y luciendo sus ricas joyas, se marchó sabiendo ya que los casinos le iban a prohibir la entrada desde entonces. Soltera y arruinada, viendo cómo se alejaban sus amistades cuando ya no tenía fortuna, se quedó sin medios hasta el extremo de tener que pedir una pensión al Estado francés, solicitud que descubrió tanto su precario estado económico como su origen gallego, porque era necesaria una partida de nacimiento para concedérsela y se descubrió el pasado borrascoso que con tanto ahínco había mantenido oculto a lo largo de su vida. Quedó desvelado su falso origen andaluz, desmontando las mentiras que le habían servido para construir su leyenda.

Una de sus últimas salidas a la calle de la Bella Otero, poco antes de su fallecimiento. Una de sus últimas salidas a la calle de la Bella Otero, poco antes de su fallecimiento.

Una de sus últimas salidas a la calle de la Bella Otero, poco antes de su fallecimiento.

El Casino de Montecarlo le pasaba una ayuda en deferencia por los millones de francos que había perdido en sus mesas

Sus últimos años hubo de vivirlos en un apartamento cedido por el Casino de Montecarlo, que le pasaba una ayuda en agradecimiento por los millones de francos que había perdido en sus mesas de juego. Allí transcurrió su vejez, rodeada de los recortes de periódicos y revistas que habían publicado sus éxitos y echando migas de pan a las palomas. Recluida voluntariamente, dejó de salir a la calle y echaba una cesta con una cuerda desde el balcón para que le depositaran las provisiones que necesitaba. Falleció de un infarto fulminante en abril de 1965 la que había sido la más hermosa de las mujeres de su época, la Bella Otero. Tenía 96 años. En su cuenta quedaron, por todo capital, 60 francos. Unos cuantos croupiers fueron los únicos asistentes a su entierro.

La Bella Otero, en sus tiempos de esplendor y triunfo. La Bella Otero, en sus tiempos de esplendor y triunfo.

La Bella Otero, en sus tiempos de esplendor y triunfo.

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