Historias del Fandango

La Bella Otero: Esclava de sus pasiones

  • Se hacía pasar por andaluza en París y se convirtió en uno de los personajes más llamativos de la Belle Époque francesa, tanto en los ambientes artísticos como en la vida galante parisina

  • Carmen Amaya: Del mito y sus leyendas

La Bella Otero. Foto: ReutiLinger, París, 1910.

La Bella Otero. Foto: ReutiLinger, París, 1910.

Así se reconoció ella misma en sus memorias. Y sus pasiones fueron muchas: las conquistas amorosas, el sexo, las joyas, el juego, el dinero... Bailarina, cantante, actriz y cortesana, con fama de ser la mujer más hermosa de la Belle Époque, fue un icono mundial que se ufanaba de haber tenido como amantes a media docena de reyes y príncipes, a varios aristócratas y empresarios millonarios y de haber sido musa de escritores, pintores y otros artistas. No se sabe si fueron tantos, porque toda su vida y sus relaciones amatorias forman parte de la leyenda que fue construyendo desde muy joven, pero se da por cierto que varios hombres perdieron la cabeza por ella y acabaron suicidándose. Prostituta de lujo, muchos coincidieron en que su éxito se debió sobre todo al sexo; y aunque bailaba más por instinto que por conocimientos técnicos, mezclando los aires flamencos, el fandango y la danza exótica, la verdad es que cantaba bien y fue una actriz brillante. El público la admiraba, sobre todo, por su belleza y su figura. Fue la primera artista española internacional que triunfó en varios continentes.

La niña Agustina

Agustina Carolina del Carmen Otero Iglesias, la Bella Otero, nació en un pueblo de Pontevedra en 1868. En sus memorias se inventó que su madre era una bailarina gitana de Cádiz y su padre un alto militar griego. Lo cierto es que tuvo una infancia muy pobre, hija de madre soltera y sin apenas educación, que hubo de marcharse de su casa huyendo de la censura social y buscando aventura. Tenía un carácter alegre y era una joven carismática y comunicativa.

Su relación con los hombres

A los diez años sufrió una brutal violación que le provocó graves heridas físicas y la dejó estéril, y a los doce años se marchó de la casa materna a Portugal con un novio que la enseñó a cantar y bailar flamenco; se enroló con una compañía de cómicos ambulantes y después de que éste la dejara, tras un aborto forzado, apareció en Barcelona como bailarina y ejerciendo la prostitución. Un rico amante la llevó primero a Marsella y luego a París, pero lo arruinó y abandonó cuando conoció al millonario norteamericano Ernest Jurgens, que fue su mecenas y su amante. Jurgens le procuró maestros de danza y de canto, le enseñó modales, a que aprendiera idiomas y le construyó una biografía glamurosa para triunfar con sus bailes sensuales. Había talento en ella y la llevó a Nueva York, en 1890, donde triunfó con su espectáculo de canto y bailes exóticos y sugerentes. En este tiempo fue también actriz de teatro y cantó óperas, representando, entre otras, la Carmen de Bizet.

Recorrió Sudamérica y las principales capitales europeas seduciendo a los públicos con su picardía. Convertida en una diva de fama mundial, abandonó a Jurgens, que quedó arruinado y fue de los primeros que se suicidó por ella. Otro tanto le ocurrió al barón de Ostreder; y a un joven de veintidós años, François Chretien, que llegó a París con treinta mil francos, se enamoró de ella y gastó en una semana su herencia. Hasta seis hombres se habrían quitado la vida por ella [1].

'El Porvenir', 23 de mayo de 1895. 'El Porvenir', 23 de mayo de 1895.

'El Porvenir', 23 de mayo de 1895.

Llegaron a apodarla “la sirena de los suicidios”. Muchos hombres poderosos cayeron rendidos a sus encantos y su atractivo físico. La colmaban de regalos, le daban grandes cantidades de dinero, le regalaron hasta una isla... Un banquero le dio veinticinco mil francos por pasar con ella media hora en su habitación, contrato que cumplió. En sus memorias contó que en una gira por Rusia el gran duque Nicolás, subyugado por su amor, la tuvo encerrada bajo llave varios días en un salón, del que escapó saliendo por una ventana; cayó sobre la nieve y cogió una neumonía por la que convaleció tres meses en cama en el palacio del príncipe Pedro.

Poderosos políticos (el emperador Guillermo II, el rey Eduardo VII de Inglaterra y varios más), empresarios, poetas como José Martí, pintores como Toulouse Lautrec y otros se rindieron a su belleza y sus encantos.

Pero la reina de las bailarinas confesó que la frigidez que le produjo la violación que sufrió cuando niña no le permitió nunca disfrutar de sus encuentros amorosos. Ni se enamoró de sus amantes: siempre se ufanó de no haber sido esclava de los hombres.

Actuando en París. Foto publicada por Hola! Actuando en París. Foto publicada por Hola!

Actuando en París. Foto publicada por Hola!

(Continuará)

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