Historias del fandango

Carmen Amaya: Del mito y sus leyendas

Carmen Amaya con mantón de manila posando para Mari, agosto de 1935.

Carmen Amaya con mantón de manila posando para Mari, agosto de 1935.

SE cuenta, por ejemplo, que asaron sardinas sobre un somier metálico en la suite que ocupaban en el lujosísimo hotel Waldorf Astoria de Nueva York. Carmen negó que esto fuera cierto, pero la leyenda inspiró a Eduardo Arroyo, en 1988, el cuadro al óleo que la representa y que está colgado en el Museo Reina Sofía de Madrid [1].

Óleo de Eduardo Arroyo, 1988. Museo Reina Sofía, Madrid. Óleo de Eduardo Arroyo, 1988. Museo Reina Sofía, Madrid.

Óleo de Eduardo Arroyo, 1988. Museo Reina Sofía, Madrid.

También se dice que el presidente Roosevelt, que la invitó a una fiesta en la Casa Blanca que ella no quiso cobrar, la agasajó con regalos, entre ellos una chaqueta bolera con brillantes y pedrería que Carmen descosió, en cuanto llegó de vuelta al hotel, para darlos a los artistas de su compañía. O que vio en el escaparate de una peletería de lujo de la Quinta Avenida unas preciosas y carísimas chaquetas blancas de visón, entró, preguntó por el precio –un dineral– y la invitaron a salir del establecimiento porque no les debió gustar su pinta y la de su séquito de gitanos a las dependientas, pero volvió con una bolsa repleta de billetes, la volcó sobre el mostrador y ordenó “póngame cinco”. Chaquetas de visón para las mujeres de su compañía, porque Carmen era así de desprendida y generosa con la gente de su etnia. [2]

Carmen Amaya con mantón de manila posando para Mari, agosto de 1935. Carmen Amaya con mantón de manila posando para Mari, agosto de 1935.

Carmen Amaya con mantón de manila posando para Mari, agosto de 1935.

Arte y personalidad

Como persona, Carmen era una mujer sencilla y humilde, de poco hablar, muy religiosa, con un carácter tendente a la tristeza y una mirada intensa que turbaba. Temperamental, la suya fue una personalidad arrolladora, con comportamientos imprevisibles; tenía un genio instintivo y animal, a decir de quienes la trataron. No tuvo hijos porque el ritmo de actividad de su vida artística no fue compatible con la maternidad. Dormía mucho, fumaba cigarrillos y le gustaba beber el café solo; era de buen comer con preferencia por los bocadillos de pan tumaca y echarse sus buenos tragos de vino tinto.

Como bailaora, practicó un baile bravo, de destreza, pleno de emoción y de sentimiento, con un ritmo nunca antes practicado. No lo aprendió en academias, sino en la calle, y fue fruto de su instinto y de las vivencias desde su niñez. Intensidad, violencia y pasión sin normas de escuela. Su figura supuso un punto de inflexión en el baile flamenco, rompiendo los esquemas tradicionales; su zapateado fue una estética nueva en el baile de mujer, la rítmica velocidad de sus escobillas, el baile con pantalón, sus movimientos eléctricos… “Nunca habrá otra que baile así”, dijo el gran Antonio. Su forma de entender y practicar el baile flamenco ha quedado como referencia, porque Carmen sí que creó escuela y sigue siendo un paradigma de ese arte, un espejo en el que mirarse el baile flamenco de mujer. Fue la bailaora temperamental –y puede que la más grande, esto va en gustos, pero…– que tuvo el género flamenco desde los años treinta hasta su muerte.

Su última etapa en el baile

Durante toda su carrera no tuvo apenas tiempo de parar, de manera que entre sus viajes y las actuaciones llevó un ritmo de vida agotador.

La película Los tarantos fue nominada para los Oscar de Hollywood. Cuando la rodó, bajo la dirección de Rovira Veleta en la primavera de 1963, ya estaba muy afectada por la insuficiencia renal que le provocaba no poder eliminar las toxinas que su cuerpo le producía. Durante el rodaje tuvo que bailar con los pies descalzos y en un ambiente de mucho frío; en las paradas del rodaje se cubría con un abrigo. Resistió con entereza, pero a costa de un empeoramiento de su salud, y en la gira de verano siguiente paró en Gandía sin fuerzas para continuar. A partir de ahí, se retiró a su finca de Bagur (Gerona) y allí falleció el 19 de noviembre de 1963. La medicina no supo curar su enfermedad. Fue enterrada donde vivió sus últimos años, pero más tarde sus restos fueron llevados a Ciriego, en Santander, reposando junto a los de su marido. El Tablao de Carmen, en el Pueblo Español de Barcelona, guarda objetos y fotografías de su memoria, y en Buenos Aires da nombre al Teatro Amaya. ¡Hasta un cráter del planeta Venus lleva su nombre! [3]

Cartel de la película Los Tarantos, con Carmen Amaya y Antonio Gades. Cartel de la película Los Tarantos, con Carmen Amaya y Antonio Gades.

Cartel de la película Los Tarantos, con Carmen Amaya y Antonio Gades.

Discografía de fandangos

En su discografía hay una decena de discos de fandangos, entre los que grabó con Odeón España entre 1933 y 1934, Odeón Argentina en 1937 y Decca USA en 1941, aunque los últimos se publicaron en 1950. En su cante percibimos aires muy variados: de Manuel Vallejo, Canalejas de Puerto Real, Paco Isidro y variantes de Alosno como el fandango de Juan María Blanco. Sus familiares Paco y José Amaya fueron sus acompañantes en la mayor parte de estas grabaciones.

Compartió escenario con las más grandes figuras del flamenco de su tiempo: la Niña de los Peines, Manuel Torre, Pastora Imperio y con guitarristas como Ramón Montoya, Miguel Borrull, Niño Ricardo o Sabicas que fue durante nueve años su pareja artística y sentimental. [4]

Disco LP grabado en EEUU con tres cortes de fandangos (2, 4 y 6) en la discográfica DECCA. Disco LP grabado en EEUU con tres cortes de fandangos (2, 4 y 6) en la discográfica DECCA.

Disco LP grabado en EEUU con tres cortes de fandangos (2, 4 y 6) en la discográfica DECCA.

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