Cultura

La armonía de Vázquez Díaz

  • De doce a doce de octubre, el pintor de Nerva dibujó en los muros del monasterio de La Rábida un "poema" donde resumía todo su concepto estético y filosófico

El 12 de octubre de 1929, hace 80 años, Daniel Vázquez Díaz emprendía una de las empresas artísticas más importantes de la España del siglo XX: la composición al fresco del descubrimiento de América.

A lo largo del periodo simbólico de un año, de doce a doce de octubre, el pintor de Nerva dibujó en los muros del monasterio de La Rábida un "poema" donde resumía todo su concepto estético y filosófico. Nada de lo que allí se describe difiere de lo que Vázquez Díaz es como pintor y maestro: modernidad dentro del clasicismo hispano. Puro equilibrio, pura armonía.

Gaya Nuño sintetizó como ningún otro que "en la mesura, en la continencia de gestos, en la mudez de los modelos, en lo refrenado de la policromía" se encuentra el talento y la lección de Vázquez Díaz. Todo ello se palpa en la estancia franciscana. El tema, definido en los años de la monarquía y de la dictadura de Primo, da para agigantar lo infinito, para explotar la épica en fábula, para colorear la noche y estallar el sol de haces, para enaltecer hasta el ridículo la gloria, para identificar lo español con el cielo y para hacer del Colón el Príncipe Azul y de los hermanos Pinzón Superman y Batman. Vázquez Díaz, con sencillez, lo hace creíble. Amansa con sabia mano y con más inteligente disposición. Atempera el ardor de las emociones, sintetiza el ojo, detiene la atmósfera y alumbra el temperamento (alma, espíritu, humanidad) de todos aquellos que llevaron en el valor y en el respeto la aventura ciega por el océano del miedo.

Quizá todo se defina o se plasme en el rostro de Colón. Ortega y Gasset toma su cuerpo y su ánimo. Y su grueso filosófico no es muy dado a emociones ni patrioterismos vibrantes. Vázquez Díaz señala cada estímulo con el silencio. El color, o no color, es el pensamiento de todo español que desea deslastrar de una vez por toda la amargura de la falacia, la fachada del hidalgo que aún vive de la apariencia. Vázquez Díaz no repinta la falacia de la historia heredada y por heredar, que fue peor, pinta, con mesura, la verdad de la España que debemos/ queremos ser: la del progreso.

En estos 80 años, los frescos rabideños, así como su inmensa producción y su nunca bien ponderada enseñanza de modernidad en un país de costoso agradecimiento, han sido asaeteados por los dos sempiternos bandos de la discordia. Para unos, barbarismos; para otros, fascismos. Para algunos, un ejemplo palmario de Europa en España cuando lo académico, un disfraz anacrónico de falso naturalismo sórdido o amanerado, triunfaba. La pureza virginal de la raza frente al vendaval fresco de la modernidad occidental.

En España el reconocimiento a Vázquez Díaz es, como dice Calvo Serraller, "mezquinamente tardío a causa de lo que se consideraban osadías de vanguardia". A menudo me he preguntado si Vázquez Díaz hubiese tenido la valentía o el descaro de dar un paso más en sus intenciones protocubistas, bañadas de Zurbarán, de Nuno Goçalves y los austeros del Siglo de Oro, esas "osadías de vanguardias", rupturas verdaderas, las que él jamás quiso frisar, le hubieran perjudicado más. He leído en algún crítico, que Vázquez Díaz fue, en y para España, el ejemplo de vanguardia. Fuera de ella hubo otros, que lo consiguieron y que atronadoramente guiaron la libertad del Arte. Anoten a Picasso, Gris o Miró. Ahora bien, sin él, sin Vázquez Díaz, tras el año 39 la pintura española hubiera sido distinta, una noche más engañosa, más obscura, más triste, más… noche. Y antes del 39, desde 1917, para quienes no quieren recordarlo, también fue la luz segura y cabal en una España que necesitaba de él para fundir con prudencia en una solo pieza la esencia de España con la que se cocía en Europa.

Al final de este artículo, y perdón por el quiebro, me acuerdo del título de la magnífica exposición del Museo de Huelva: Sorolla y sus contemporáneos. ¿Alguien se ha parado a pensar qué riguroso, didáctico y hermoso sería producir en Huelva una exposición llamada Vázquez Díaz y sus discípulos?. O el Legado de Vázquez Díaz en la pintura española del siglo XX. Y… dejen de moverse aquellos que están urdiendo en traer (producir, montar, chapucear, cortar y pegar), una vez más, una exposición antológica del nervense. Busquemos algo nuevo para reencontrarnos con el legado de Vázquez Díaz. Del resto, ya sabemos… y a menudo es siempre igual. Usemos a Vázquez Díaz, pero no abusemos, lo herimos.

Un consejo: una mañana de sábado o de domingo es mucho más bello visitar el monasterio de La Rábida. Allí se encontrará con la esencia de VD. 80 años después, aún vigente. Siempre.

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