Cultura

El amargo sabor del café en soledad

  • Alianza Editorial continúa la edición de las obras del gran escritor japonés Yukio Mishima Ahora llega a nuestras librerías 'Vestidos de noche', traducida por primera vez al castellano

Yukio Mishima irrumpió como un vendaval en la escena literaria japonesa a mediados del siglo pasado. Confesiones de una máscara (Alianza), publicada a la edad de 24 años, es de esa clase de obras que, dice el dicho, no dejan indiferente a nadie. Repito, a nadie. Autobiografía en clave de novela, de un lirismo feroz, Confesiones de una máscara es un texto valiente por sus muchas revelaciones íntimas, y un libro estremecedor por el carácter de dichas revelaciones. Mishima muestra una sensibilidad a flor de piel -que cualquier gesto, cualquier palabra podrían herir como una cuchilla de afeitar-, y un precoz sentimiento trágico de la existencia, así como una inquietante inclinación hacia la muerte que encuentra belleza (y placer estético y goce erótico) en cualquier expresión de finitud y acabamiento. En su fijación por la leyenda y la iconografía de San Sebastián se entrelaza tanto su homosexualidad como sus tendencias suicidas. Leyendo estas confesiones no nos sorprende que Yukio Mishima se quitara la vida por propia mano veinte años después.

Desde entonces y hasta su temprana muerte, el escritor se convirtió en el azote de la sociedad biempensante nipona. Unas veces, alzando la voz; otras, como en Vestidos de noche (Alianza), bajándola hasta el punto de convertir la crítica en un sutil susurro. La novela apareció por entregas en una revista femenina, Mademoiselle, entre los años 1965-1966, y una lectura superficial pudiera llevar a pensar en un relato distendido en torno a los habitantes de un mundo banal, cuya mayor preocupación es qué endosar en la próxima fiesta o saber si se le arquearán las piernas de tanto practicar equitación. Una lectura atenta, en cambio, nos permite percibir que esa banalidad es una costra y que los fastos y los focos tienen la función de cegarnos e impedirnos ver las muchas pequeñas miserias de la flor y nata japonesa. Estos personajes viven indiferentes a los grandes problemas de la sociedad, recuerda Mishima, pero no inmunes al dolor.

Un tema caro al escritor -el conflicto entre una cultura fuertemente respetuosa con las tradiciones y un tiempo cambiante- sirve de andamiaje para la historia de amor de una pareja de jóvenes educados a la manera occidental, que en último extremo han de someterse a las reglas del juego. Él se llama Toshi, "un chico egoísta, terco, mordaz, malicioso, en fin, un joven león, por así decir", explica Mishima. Ella es Ayako, hija de una familia de empresarios que ha acumulado una pequeña fortuna a fuerza de tesón y cuya mayor aspiración es ser aceptada en el restringido círculo de los elegidos. El matrimonio con Toshi le permite acceder a ese mundo selecto, pero Ayako no cuenta con que el peaje a pagar sea el sometimiento a la señora Takigawa, su suegra, que ve en el matrimonio de su único hijo una manera de dar sentido a su vida tras haber enviudado recientemente. La señora se desvive por la pareja y exige de ellos a cambio que acaten pequeñas injerencias en su vida, a modo de contraprestación obligatoria.

Mishima hace daño incluso cuando acaricia. Los jóvenes intentan rebelarse sin suerte y, en el fondo, sin auténtica convicción. El desenlace nos informa de un relevo generacional: en Ayako empieza a incubarse una nueva señora Takigawa, pero es que ésta tampoco es esa criatura monstruosa e insensible que creíamos. En un hermoso pasaje, hacia el final de la novela, la señora le pregunta a su nuera: ¿Conoces el gusto del café cuando lo bebe una mujer que está sola? La joven no sabe qué responder; la vida aún no la ha dejado suficientemente desamparada. Entre la advertencia y el desquite, la señora Takigawa continúa diciendo: "Pronto lo conocerás. No tiene nada que ver con el del té japonés, el verde, ni tampoco con el del té negro o inglés. Los ingleses no lo toman tanto: me estoy refiriendo al café. Es el sabor que se aprecia cuando no hay nadie que pueda echarte una mano, nadie que esté ahí a tu lado en la vida. Es negro, dulce, sabroso, se agarra a la garganta, aromático, persistente, un sabor que no abandona...". Es el sabor que la soledad deposita en las cosas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios