Cultura

Zenobia y Juan Ramón centenario, de un matrimonio

  • La boda del premio Nobel cumplió ayer, día 2 de marzo, cien años En palabras del propio poeta, a partir de esa fecha empieza el simbolismo moderno de la poesía española.

Lejos, muy lejos de Moguer, tanto como decir Nueva York, aquel 2 de marzo de 1916, Zenobia y Juan Ramón se unieron en matrimonio, vestidos de calle, en la iglesia católica de St. Stephen. Fueron muchos los que vieron ese matrimonio contra natura, por la enorme diferencia de caracteres entre ambos, pero el camino de espinas de la vida lo atravesarían unidos durante 40 años, hasta que la concesión del Premio Nobel y la muerte de Zenobia llegaron juntos.

El alma sensible de Juan Ramón Jiménez vivió una juventud a sobresaltos de amores más poéticos que reales; más en lo volátil de la poesía sensitiva que en el recodo cercano y carnal del deseo. Poemas para chicas que no existían. Como decía su amigo Ricardo Gullón, "Vivía en lo presente, pero desde el ayer". Por eso, cuando en julio de 1913 conoció a Zenobia en la Residencia de Estudiantes de Madrid, su ensimismamiento e insistencia con aquella joven rubia, guapa y culta revertió en sistemático adolescente persiguiendo a la esquiva americanita. No solo tuvo que vencer la inicial resistencia de aquella muchacha a punto de cumplir 26 años y con la presencia de un poderoso pretendiente estadounidense, sino también la de su madre Isabel, quien no entendía cómo un poeta pueblerino pudiera mantener con sus versos a una joven, que aunque nacida en Malgrat (Barcelona) había sido educada en inglés bajo hábitos y costumbres norteamericanas. Y sin embargo, aquel poeta de Moguer decidió cambiar su eterno diálogo con un borriquillo llamado Platero por el de quien desde el primer momento se le apareció como la compañera ideal, la amada que siempre deseó y que el tiempo convertiría en la esposa que nunca desfalleció ante las debilidades del propio poeta hombre. Esa fue Zenobia Camprubí Aymar, la mujer que le puso los pies en la tierra, respetando su vuelo hacía la magia intangible de la poesía. Gullón no puede ser más exacto: "…práctica, eficiente, alegre, todo fue de otra manera. Las diferencias eran tan visibles como las afinidades, pero la pasión arrastró al poeta, que luchó por hacerse querer, bajó de las nubes y logró convencer a la realista muchacha de que, si no de la poesía, era posible vivir con y en la poesía".

No es extraño que algunas de sus mejoras obras estén rozando las fechas de aquella boda. En 1916 acabó Platero en su tierra, el último capítulo de la edición completa y definitiva de Platero y yo; la importante, la que vería la luz editorial un año después con 138 capítulos, frente a los 63 de la "edición menor" que tanto le desagradó. Era la culminación del verdadero Platero de Juan Ramón, el que expresaba en su totalidad lo que el poeta vivió y sintió hasta su matrimonio. Lo cierto es que aquel 2 de marzo de 1916 nació otro Juan Ramón, en hombre y en poeta, como lo demuestran sus nuevas obras, Diario de un poeta recién casado y Sonetos espirituales, ambos publicados también en 1917. Marcan su plenitud y su ánimo, porque ya no se encuentra solo, tiene a Zenobia, que lo protege y le da la intimidad buscada y necesitada. Precisamente, entre 1916 y 1936, una vez encontrado el equilibrio sentimental, va a vivir Juan Ramón su segunda existencia, vital y poética. Diario de un poeta recién casado está considerada la obra transformadora y rompedora con la que, en palabras del propio Juan Ramón, "empieza el simbolismo moderno de la poesía española". Es, sin duda, una de las obras transgresora y renovadora de todo lo que se hacía en el panorama literario español, influyendo de forma decisiva en las nuevas generaciones de poetas e iniciando un tiempo nuevo.

Fue, en su regreso a Madrid, un ir y venir de casas; de la primera en Conde Aranda, 16; a Lista, 18 -en 1920- buscando la paz y el silencio que el poeta exigía. Todo cambiaría de nuevo en 1936, cuando a causa de la guerra civil tuvo que abandonar su último hogar madrileño de la calle Padilla: "… y en cada viaje, la casa a cuesta, mudanza de todo y pérdida de tanto: casas, cosas, libros, libros libros y, sobre todo, manuscritos, manuscritos, manuscritos. (Con la guerra en España, pérdida violenta por robo de miserables, casi total, aunque recuperada, por devolución de buenos, luego y en parte).

Y en cada sitio volver a empezar, volver a empezar, volver a empezar; y durante todo el tiempo, del comienzo al fin, enfermedades, enfermedades, enfermedades", escribió Juan Ramón en el prólogo de Leyenda.

Y cada paso junto a Zenobia, quien permaneció a su lado aceptando el condicionante psicosomático de su esposo, que se hundía en profundas depresiones y huidas del mundo terrenal. No solo permaneció a su lado en cada una de las hipocondriacas recaídas, sino que lo ayudó a aislarse en la necesaria paz interior que el poeta onubense anhelaba para buscar la perfección de su inmensa obra. Todo sin que Zenobia renunciara a su propia actividad social comprometida y a sus traducciones de Tagore y otros literatos en lengua inglesa. Somos muchos los que pensamos que Juan Ramón nunca hubiera escrito lo que escribió si no hubiera tenido a su lado a Zenobia. Es su mujer la que se ocupa de la cotidianidad que tanto agobiaba a Juan Ramón y quien da orden y busca en cada momento que el poeta tenga la atmósfera adecuada necesaria para desempeñar su trabajo. Es un sacrificio aceptado y buscado, a pesar de la formación liberal y abierta recibida, muy progresista para la época, lejos del mundo más cerrado que se vivía en España. Pudo así Juan Ramón dedicarse a moldear su gran obra literaria, sin que los devaneos de las necesidades cotidianas lo distrajesen, gracias al permanente cuidado y atención de la abnegada Zenobia, quien lo ilumina en sus sombras. En realidad no dejó de ser nunca la estrella guía de un Juan Ramón perdido en sí mismo.

La guerra civil, su exilio desde los primeros instantes, gravita en el desánimo del matrimonio. De nuevo es Zenobia quien lleva el peso del hogar para que Juan Ramón no pierda el sentido de su ser y pueda continuar en América con su labor literaria, que lo convertirían en uno de los grandes poetas de la literatura universal escrita en español. América marcará la tercera y última etapa en su creatividad literaria y la prueba de fuego que durante 20 años dará solidez al matrimonio Zenobia-Juan Ramón, peregrinos de un doloroso exilio marcado por la lejanía de una España desangrada y herida.

Juan Ramón busca depurar su estilo y se reinventa en la continua revisión de su obra, que nunca terminaría. "Yo intento -dice en La corriente infinita- una poesía como creador y una crítica de mi propia creación, primero, y luego y por otro lado, una crítica poética jeneral, como si yo no fuese un creador". Y sin embargo la poesía para él lo era todo, la poesía y su mujer. Tuvieron la fortuna de que Universidad de Río Piedras les abriesen sus puertas y allí, en Puerto Rico, vivieron sus últimos días, una y otro. Fue Zenobia quien eligió la isla para que el poeta mantuviera el contacto con el español caribeño y eliminar así la nostalgia de la lengua. Sin embargo, al poco, Zenobia conoció que tenía cáncer y dedicó su último tiempo de vida a ordenar las cosas de su marido. Prosiguió en su labor sin queja, aceptando el destino de un tiempo efímero. Curiosamente, dos años antes de su muerte, Zenobia escribió un artículo en el que recordaba que al salir de la alcaldía, donde habían recogido la licencia para casarse, se toparon "con un rollizo policía irlandés, que con el índice en alto nos amonestó: You'd better look out! It is easier to get in than to get out!", pues a pesar de la advertencia el matrimonio duró 40 años.

Ciertamente su matrimonio no terminó el negro día de octubre de 1956, cuando Zenobia murió en Puerto Rico con la alegría de saber de la concesión del Premio Nobel, pero Juan Ramón nunca se repuso de su pérdida y nunca más volvió a escribir. Fue el posterior 29 de mayo de 1958 cuando, esta vez sí, Juan Ramón y Zenobia iniciaron juntos su viaje en el eterno espacio espiritual de quienes vagaron unidos en vida y obra. Sin duda, quienes miramos hacía atrás en la existencia del poeta, sabemos que desde aquel 2 de marzo de 1916, Zenobia sería para siempre la primavera de Juan Ramón, quien nunca en su exilio americano (Estados Unidos, Cuba, Puerto Rico) olvidó "la blanca maravilla" de Moguer, donde hoy reposan ambos.

Zenobia Campubrí y Juan Ramón Jiménez posando felices el día de su boda, el 2 de marzo de 1916 en Nueva York.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios