Cultura

Muere Mari Trini, rebelde con causa

  • La cantante, al margen de convencionalismos, murió en Murcia a los 61 años tras una larga enfermedad

Mari Trini no tenía buena fama en la encorsetada España que cambiaba de década pero no de color, a un lustro todavía de la libertad y la igualdad que ella, una chica murciana de voz desgarrada y carácter indomable, se había tomado al pie de la letra. Nacida en Murcia en 1947, con sólo 14 años, quiso comerse el mundo, tras una larga enfermedad que le mantuvo postrada en cama durante su infancia, y conoció al cineasta Nicholas Ray, que le prometió un papel estelar en una película, y se marchó a Londres, donde la cosa no cuajó, y luego a París. Cinco años en el país vecino configuraron su voz desgarrada, honda y afrancesada, al abrigo de Brel y Brassens, que tanto le influyeron como cantautora. ¿Mujer y compositora? Ya en España, aún en minoría de edad y de género, Mari Trini grabó sus primeros discos, versiones de Aute, Calderón o Andión. Ya traía de París su legendario álbum de debut, Amores, pero la discográfica de turno, RCA para más señas, bloqueó su creatividad, impuso sus reglas, consideraba que una mujer no podía componer sus canciones así como así. Ni fumar, ni hablar clarito, ni sentirse al mismo nivel que el hombre, ni otros muchos detalles. Fumaba como un carretero, cantaba alto y fuerte, escribía y vivía al margen de convencionalismos. No era la típica niña mona, ni atesoraba una voz de ángel, ni se conformaba con migajas.

La eclosión de los primeros cantautores pilló a Mari Trini en el lugar adecuado. El productor Rafael Trabuchelli y el músico Waldo de los Ríos, que revitalizaron la carrera de Miguel Ríos con el Himno de la Alegría, dirigieron la grabación de Amores y Mari Trini ya no cesó de trabajar hasta 1987, cuando rompió con Hispavox. Casi a disco por año, sólo una enfermedad renal calló a la cantante, que se retiró en 2001, aunque retornase con fugacidad en 2005. En las últimas semanas de su vida, Mari Trini preparaba un espectáculo de despedida.

Yo no soy ésa, pieza emblemática de su trayectoria, perteneciente a su segundo disco, define a la perfección a la mujer y a la cantante: radical, luchadora, feminista, inasequible al agravio, rotunda y dicen que dura por fuera, tierna en su fuero interno. Las mujeres como Mari Trini no tenían buena fama en tiempos de sumisión que, no obstante, comenzaban a rebelarse contra el poder establecido, no sólo político. El hombre pisaba la Luna, la mujer salía de la cocina, Serrat encontraba a Machado, Brian Jones aparecía muerto en una piscina, Hendrix y Joplin corrían la misma suerte, nacía Puerto Banús, sonaban Mocedades y Nino Bravo, prohibían el biquini, se najaba El Lute del Penal de El Puerto, Pablo Neruda recibía el Nobel de Literatura y el mundo decía goodbye a los Beatles y a una época que España apenas vivió. Los cantautores comían terreno a los melódicos, el primer disco de Mari Trini permaneció más de 50 semanas en las listas de ventas, pues todavía se vendían discos, precisamente los cantautores españoles de nuevo cuño despachaban un montón de copias, cantando entre líneas, como luego lo hicieron los trovadores chilenos. Todo ello en vida del dictador, cuya maquinaria represora apenas se enteraba de la mitad de la misa en cuestión musical. La censura aplicaba tijeras sin contemplaciones. Yo no soy ésa fue prohibida durante semanas en la radio porque a los censores le parecía una canción "ambigua". Hoy se antoja una letra más clara que el agua. Contra viento y marea, logró ubicarse en la vanguardia de la nueva canción de calidad con voz de mujer, junto a Cecilia, Vainica Doble o Rosa León. Llegó más lejos que ninguna, con sus ojos felinos, y la voz inconfundible de su rebeldía con causa.

Si los cantautores como Mari Trini liberaron la mente de la gente, llegaron los rockeros para despojar de ataduras los cuerpos y, en los ochenta, Mari Trini actualizó su repertorio, vivió su segunda edad de oro y asistió a la ceremonia de la confusión posterior, de la euforia al desencanto, entre luces y sombras en la Piel de Toro de poetas y estafadores. Hoy no tiene mérito, pero en su época corría uno el peligro de perder la buena fama, bastaba con alzar la voz y entonar la plegaria de un rapsoda de leyenda, o quizá realizar la mejor versión que se haya escuchado jamás de la mayor historia de amor escrita por Jacques Brel, Ne me quitte pas. Guardaba con amor la carta de admiración que le envió el mismísimo Brel. Nadie como ella puso voz al olvido.

María Trinidad Pérez-Miravete Mille, Mari Trini, murió el Lunes Santo en Murcia, su ciudad natal, víctima de una larga enfermedad. Fue despedida en la intimidad por sus familiares y amigos.

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