Cultura

¿Qué será de Eduardo Vicente?

El miércoles 28 de abril, Huelva Información desplegaba toda su sensibilidad cultural anunciando que la "Junta de Andalucía adjudica el proyecto de restauración de Hacienda para oficinas". Extraordinaria noticia. Un edificio de Huelva de interés arquitectónico vuelve a tener función. Vuelve a tener vida para la ciudad.

Este edificio, con más fachada que cuerpo, de piedra gris velazqueña, obra de Laguna Serrano, pone énfasis a esa Gran Vía de los años cuarenta del siglo pasado que quiso ser herreriana por mandato oficial. Su frialdad lacera, pero el conjunto urbano, formado por Ayuntamiento, Gobierno Civil e Instituto Nacional de Previsión, constiuye un espíritu sintomático de lo que fue el ideal estético de una España que educaba valores a partir de la nostalgia mística escurialense de Felipe II sin importarle mucho el tiempo, la conciencia, el alma, el suelo y el cielo del sur de Andalucía. Dios (hombre, doctrina) y Patria (poder) tenían -a menudo siguen teniendo- un único destino: ser uno mismo por el bien de los españoles.

¿Qué será de Eduardo Vicente? Al entrar en el edificio de Hacienda, cuando su escalera central se abre camino de la primera planta, en sus techos se descubren los frescos de un pintor maldito, oculto entre incógnitas de perdedor, entre el éxito del fulgor cromático expresionista de su hermano Esteban, pero de un valor indudable, retrato de una Guerra Civil sin piedad y de un Madrid de postguerra errático, que día a día comienza a reconocerse: Eduardo Vicente (Madrid 1909-1968).

La pintura de Vicente se resuelve en la inmediatez del gesto, tan estilizado que casi desaparece del color difuminado del fondo, en líneas tan dispersas y aparentes que parecen, como dijera Antonio Bonet, propia de un japonés. Tiene sus obras, sobre todo en los paisajes, algo de los franceses Dufy y Utrillo, con trazo elegante, sutil e ingenuo y con expresión humorística, íntima, melancólica, fantasmal, humana. Triste, sin ser nostálgica. Sin olvidar los guiños de sus amigos Bonafé (algo tenemos en la Fundación JRJ de Moguer), Gaya, Hall, Bores, Cossío o Gilbert. E, indudablemente, de su hermano Esteban, uno de los más grandes pintores ¿norteamericanos? del movimiento expresionista abstracto.

Nuestro Juan Ramón Jiménez escribió en 1928, en sus Españoles de tres mundos, que "la ocupación principal de Eduardo Vicente parece que es venir a borrar, a dejar, repudiar, irse, venir a irse. ¿Qué brocha, qué tubo busca para la tela del profundo poniente de la exaltante aurora? ¿Adónde? ¿Por qué vericuetos entre moles va, a que tugurios sórdidos, cuevas deshabitadas, márjenes paradisíacos? ¿Foro de Dostoyewski interior, primero planos de Fran Angelico? Es difícil saberlo, como es difícil la relación de su ser natural con la vida, por desproporción, en casa caso, absoluta".

Sin quererlo, aunque no nos olvidemos de quererlo, cuestión habitual entre los habitantes de estos pagos, tenemos en Huelva un rastro fresquista de un pintor importante de la España del siglo XX. Aunque guarda escasas concomitancias con Vázquez Díaz, ahora que celebramos el 80 aniversario de su Poema del Descubrimiento en La Rábida, no estaría de más que suplicáramos para que la obra de Vicente en Hacienda brillara tras la aprobada rehabilitación. Nunca fue España país de fresquistas, todo lo contrario de frescos, por aquello de pícaros y lazarillos oportunos. Que lo que tengamos, lo conservemos. Y lo amemos.

Han pasado casi 20 años desde que Hacienda cerrara sus puertas al público. No sé en qué estado de conservación estarán las pinturas de Eduardo Vicente. Lo único que pido es que a SV60 Arquitectos, los encargados de rehabilitar el edificio, no le entre el rigor purista de los puretas intelectuales con estúpida memoria histórica y aniquilen esta obra. Por si sirve de salvoconducto, Eduardo luchó con los republicanos, publicó en el Mono Azul, Nueva Cultura y participó en el homenaje a Miaja, pero no tuvo la fuerza de su hermano de batallar con libertad en Nueva York con lo más floreciente del expresionismo abstracto.

Sus toros, paisajes, pinturas religiosas, decorados de restaurantes, mujeres, frescos (como el otro de Hacienda en Salamanca), carteles y escenas de guerra tuvieron el respaldo de historiadores y literatos como Gaya, Gerardo Diego, Camón Aznar, Lafuente Ferrari, Bonet Correa, José Hierro, Eugeni D'Ors, Gaya Nuño, Jean Cossou, Juan de la Encina, José María de Cossío o Valeriano Bozal. Unos de antes, como él, y otros de después de la maldita guerra del 36, como él. Unos que se marcharon. Otros que se retuvieron, como él. Unos fuera de España; otros, dentro, como él. Todos, españoles, hasta Cossou, que estudió nuestra pintura con tanto amor, de un incalculable valor intelectual, sin miedo a estúpidas etiquetas. Como él.

Salvemos, por el bien de nuestro escaso patrimonio, a Eduardo Vicente. Huelva se lo merece.

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