Cultura

Contraplano de emociones

  • Avalon edita en DVD 'Shirin', la penúltima y gran película de Kiarostami

En aquel memorable contraplano de El espíritu de la colmena en el que Ana Torrent miraba fascinada las imágenes del Frankenstein de Whale, Víctor Erice estaba filmando, casi de forma azarosa, lo que en el argot de la teoría se denomina situacióncinematográfica, ese espacio virtual de comunión emocional con las imágenes, con el relato que estas articulan, que se produce en la experiencia colectiva y en lo más íntimo e intransferible de la experiencia individual. La preocupación de Erice por la figura del espectador reaparecerá también en El Sur, La morte rouge y en una de sus cartas a Abbas Kiarostami dentro del proyecto Correspondencias, en la que el director de El sol del membrillo filmó a unos niños de un colegio extremeño que veían en el aula la película de Kiarostami ¿Dónde está la casa de mi amigo?

Podríamos pensar que Shirin, que aparece ahora en los extras de la reedición en DVD de El sabor de las cerezas cuando bien merecería una edición propia como la del BFI, repleta de complementos, viene a completar estas resonancias entre el cine de Erice y Kiarostami a partir de una nueva vuelta de tuerca sobre la figura del espectador como catalizador del proceso que el cine pone en juego: "En un principio -ha escrito Kiarostami- pensaba que las luces en el cine se apagaban para que pudiésemos ver mejor las imágenes en pantalla. Luego miré al público y vi que existía una razón mucho más importante: la oscuridad ayuda al espectador a aislarse y a estar solo. Están con otros pero al mismo tiempo alejados de ellos. Cuando mostramos un mundo cinematográfico a la audiencia cada uno de ellos aprende un universo personal a través de la experiencia de la riqueza de su propia experiencia. Sentados en una butaca de cine nos dejamos llevar y tal vez este sea el único lugar donde nos sintamos cercanos y a la vez distantes de los otros; ése es el milagro del cine".

La operación invierte ahora aquel procedimiento del azar que hizo de las imágenes de Ana Torrent una hermosa revelación. Las mujeres que contemplan la película sonora (siempre en fuera de campo visual) Shirin, basada en un poema épico persa del siglo XII, no son espectadoras filmadas a escondidas, ni su contacto con las imágenes (que ni tan siquiera existen) es un rito de iniciación. Kiarostami convocó en su propia casa de Teherán a más de un centenar de actrices iraníes de todas las edades, también a la francesa Juliette Binoche, para filmarlas en primeros planos: mujeres hermosas, maquilladas e iluminadas por una luz tenue que simula la penumbra centelleante de una sala de cine, que interpretan, en una primera puesta en abismo, a esas espectadoras iraníes que han encontrado en el cine un refugio o una escapatoria de sus vidas, sometidas, como sabemos, a fuertes restricciones de libertad.

Kiarostami recrea la rica banda sonora (que podría pasar por una radionovela) de un filme que nos cuenta un romance trágico en el que, no casualmente, el personaje femenino vuelve a ofrecerse sacrificialmente en aras del amor puro y eterno, de un ideal de libertad y felicidad inalcanzables. El director equipara así el off visual de su película con la realidad de la mujer iraní, asunto éste que ya estaba muy presente en Ten (2002), en la que los trayectos en coche de un grupo de mujeres revelaban una misma voluntad metafórica.

Shirin opera así desde la puesta en escena de un complejo artificio (el trabajo de impecable raccord sonoro-visual no debe ser pasado por alto en sus cualidades abstractas y rítmicas) que pretende devolvernos una doble experiencia: la de la emoción cinematográfica materializada en una sinfonía de rostros femeninos que reflejan la pasión, el gozo, la tragedia, el dolor, el miedo, el sufrimiento, la catarsis, la identificación y la proyección; y la de la mujer iraní como símbolo, no sólo de la capacidad de interiorizar e intensificar la inteligencia emocional, sino del propio peso de la tradición y el integrismo que la han condenado a un espacio marginal de represión y reclusión social. La presencia estelar de la Binoche, futura protagonista de Copia certificada, prolonga, en su gesto cómplice y solidario, la universalidad de este proceso.

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