La tradición del Pirulito en la noche de San Juan serrana

Provincia

En Galaroza aún se siguen recordando canciones y costumbres de esta fiesta ambiental

La Asociación Lieva cumple 25 años divulgando el patrimonio serrano de Huelva

Pirulito en el barrio de Venecia de Galaroza en los años 20 Donación Emilio Beneyto.
Pirulito en el barrio de Venecia de Galaroza en los años 20 Donación Emilio Beneyto. / Antonio F. Tristancho
Archivo Tristancho Lieva

23 de junio 2024 - 05:00

Galaroza/En la Huelva rural se mantiene a duras penas la tradición del Pirulito, íntimamente ligada a la noche de San Juan, aunque con significado actual y suerte diversa según las poblaciones. Se trata de una manifestación que continúa presente en diversos pueblos de La Sierra. Enmarcado en la festividad de San Juan, presenta aspectos estéticos y simbólicos comunes en todas sus ubicaciones. Es una conmemoración relacionada con los ritos de San Juan y el solsticio de verano, sólo que, en lugar de ensalzar al fuego y sus diversas manifestaciones, se realiza un homenaje a la naturaleza. Se levanta un pino en lugares emblemáticos y se engalana con multitud de adornos y formas. Será el centro de reunión durante algunos días, y a su alrededor se congrega la comunidad para organizar una convivencia aderezada con cánticos populares y degustaciones gastronómicas.

Cebolla y espejo en un Pirulito en Galaroza en el siglo XX.
Cebolla y espejo en un Pirulito en Galaroza en el siglo XX. / Archivo Tristancho Lieva

En la comarca serrana, el Pirulito se ha mantenido con mayor o menor fuerza en localidades como Almonaster la Real, Cumbres Mayores, Cumbres de San Bartolomé, Aracena, Fuenteheridos, Galaroza, Los Marines o Valdelarco. Suelen plantarse varios pinos o incluso chopos, celebrándose pirulitos según los barrios o zonas del pueblo. En algunos lugares se confunde con la fiesta del chopo y en El Repilado ir a por el pino forma parte de sus famosas fiestas patronales en honor a San Juan Bautista. En otras comarcas onubenses, hay referencias a pirulitos, con más o menos vigencia y con actividades diversas, en Paymogo, Nerva, Valverde del Camino, Zalamea la Real, La Granada de Riotinto, El Cerro de Andévalo, Berrocal o Santa Bárbara de Casa.

Pirulito en una calle de Galaroza en los años 60.
Pirulito en una calle de Galaroza en los años 60. / Archivo Tristancho Lieva.

Haciendo un breve recorrido por algunas de estas ceremonias, en Almonaster se decoraban las plazas con flores de pita, cintas y pañuelos de colores, en torno a las cuales se cantan canciones típicas e incluso bailes propios de la fiesta. En Valdelarco se asociaba a ritos de fertilidad, no se celebraba el día de San Juan, sino el de San Pedro, el 29 de junio. Fue la asociación de mujeres Aliso la que en su día rescató del olvido la tradición en Cumbres de San Bartolomé, mientras que en Los Marines se le conoce como la fiesta del pino, y había uno para los niños y otro para los adultos. En Cumbres Mayores, se conoce como la fiesta de Los Pinos de San Juan. En esta localidad, según el recordado Antonio Fernández Castaño, "los muchachos iban al campo, de gira para traer el pino, que era adornado por las muchachas con cadenetas de papel de seda añadiendo dos elementos que no podían faltar en el pino, un espejo y una cebolla".

Lo que parece unir a todas las celebraciones es su carácter pagano, procedentes de creencias que rendían culto al paso de estación y la llegada del verano. Con el paso del tiempo, las distintas culturas habrían impregnado el rito de matices religiosos, aunque en la actualidad se mantiene como tributo a la noche mágica de San Juan y a la naturaleza en general.

Pirulitos en Galaroza en el siglo XX.
Pirulitos en Galaroza en el siglo XX. / Archivo Tristancho Lieva.

El Pirulito en Galaroza

En Galaroza, aunque hay años en los que no se rescata, sigue siendo un recuerdo que identifica a las generaciones más veteranas. Se celebraba durante la festividad de San Juan, en torno al 24 de junio, en que las reuniones o barrios de la localidad plantaban un pino a cuyo alrededor bailaban, cantaban y convivían.

El origen del Pirulito en esta localidad presenta matices especiales ya que, según los datos del libro ‘Aspectos históricos de Galaroza’, obra de Emilio Rodríguez Beneyto, sería una fiesta traída al pueblo por los mineros cachoneros que trabajaban en Alosno, aproximadamente en el primer cuarto del siglo XIX.

Las familias o grupos de vecinos se reunían y posteriormente iban al campo a por el árbol. Tras instalarlo con seguridad, se adornaba con elementos como guirnaldas, flores, yerba de San Juan y otros elementos. A su alrededor se celebraban bailes y se cantaban coplas típicas de la festividad. Los niños construían unos juguetes que se denominaban cariocas, formados por una bolsa de tela llena de tierra, con varias cintas de colores apiñadas a un extremo. La diversión consistía en darles vueltas y lanzarlas al aire mediante una cuerda.

La fiesta y la convivencia se extendía durante varios días, conformando un ambiente muy hogareño que forma parte del patrimonio cachonero. Entre los adornos del entorno, destacaba el engarce de las cadenetas de papel, que antiguamente se pegaban con un engrudo o mezcla artesanal casera a base de agua y harina. En la pinguruta del pino se colocaba el tradicional espejo y una cebolla para que traiga buena suerte en el futuro a la calle donde se instala, según cuentan los ancianos.

También el apartado gastronómico era importante, ya que durante la festividad, que comienza al caer la tarde, se degustan dulces elaborados por sabias manos femeninas, además de otras exquisiteces típicas de la mesa cachonera.

Patrimonio musical y etnográfico

Los cánticos del Pirulito forman parte de la etnografía musical de Galaroza, y son los más mayores los que recuerdan cómó se cantaban las canciones, sentados o dispuestos en corro. Aún hoy se cantan estrofas como “Pirulito que bate, que bate/ Pirulito de Tío Garrapate/ Pirulito de verde limón/ Pirulito de mi corazón”; o la que rezaba ”En esta calle hay un pino/ en el pino una cebolla/ en la cebolla un espejo/ donde se mira mi novia”. O aquella otra que obligaba a los mozos a escalar el árbol a los acordes de “En esta calle hay un pino/ que no lo gatina un gato/ que lo gatina fulano/ con su divino zapato”.

Manuel Garrido Palacios recoge en sus trabajos otra copla, que decía “Pirulito que bate que bate/ pirulito que bateo yo/ pirulito va el almirecero/ pirulito bateando yo”.

Otra canción típica de San Juan que se cantaba junto al pino era “Día de San Juan alegre/ día triste para mí/ porque Juanito se llamaba/ el novio que yo perdí”, para continuar con el consabido estribillo del Tío Garrapate.

Hace un lustro, el interés por este patrimonio musical se volvió a reactivar con la visita a Galaroza y otros pueblos del investigador José Manuel Fraile Gil, que atesora una interesante trayectoria de trabajos etnográficos en temáticas de bailes, cantes y tradiciones por toda España. Los presentes, convocados por la Asociación Cachonera de Personas Mayores, le transmitieron coplas del Romero, del Pirulito o del Pino del día de San Juan, y también recordaron romances como los que recogió de diversos cachoneros en Galaroza el mítico autor Eduardo Martínez Torner en los años treinta del siglo pasado.

La traída del pino recuerda a la casi olvidada actividad de ‘ir por el ramo’ o por el chopo para celebrar la ancestral fiesta que lleva el nombre de dicho árbol. Eran los niños los que, a lomos de burros, buscaban el romero para una fiesta que también se ha perdido.

En otro orden patrimonial, la investigadora Salud Jarilla Bravo, de la Universidad Complutense de Madrid, recogió hace unos años otras creencias y ritos que se celebraban en Galaroza en torno a la noche de San Juan.

Sus informantes, entre las que se encontraron María Múñiz Domínguez, Provi Bravo Rosado, Salud Rosado Trujillo, María Dolores Domínguez Porras, Manuela Domínguez Porras o José Martín Ortega, recordaron una gran cantidad de ritos y creencias ligados al agua y la naturaleza. Lavarse la cara en una fuente la noche de San Juan, por ejemplo, concedía el deseo de ser más agraciado. Los papelitos doblados con los nombres de personas queridas, y que se sumergen en agua, desvelan los amores secretos, al recibir la luz de la luna y abrirse a la mañana siguiente.

La colocación de ramitos en las ventanas o puertas de las mozas atesoraba un amplio catálogo de códigos amorosos que se ansiaba conocer al día siguiente de la noche mágica. Cada planta tenía su significado: nogal, “te quiero hablar”; perero, “te quiero”; olivo, “te olvido”; cerezo, “te enderezo”; álamo, “te amo”; parra, “borracha”; o higuera, “loca”.

En los últimos años, se han instalado pirulitos cachoneros en la barriada Manuel González Trujillo, en sus calles Fernández de Landa y Los Jarritos, en la calle Cielo, en las Pizarrillas, en La Glorieta del Cenagal, en Los Riscos o en lugares colectivos como el Paseo del Carmen, que han permitido que la tradición no se pierda definitivamente.

La recuperación de festividades como El Pirulito es muy importante para evitar la desaparición de manifestaciones enraizadas en el acervo popular de la comarca. Gastronomía, música, convivencia e identidad colectiva se unen en estas celebraciones que mantienen viva la memoria etnográfica de La Sierra.

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