¿Qué puede más: la ley, la RSC o el sentido común?
Respons(h)abilidades
La prohibición europea para la venta de productos de plástico de un solo uso en 2021 constata que décadas de campañas para la sensibilización de los ciudadanos no han sido suficientes

Huelva/La Responsabilidad Social Corporativa (RSC), la legislación internacional y el sentido común llevan décadas compitiendo en la urgente carrera contrarreloj que vive nuestro mundo contra el innegable deterioro ambiental y social. Es tan innegable ese deterioro que sobran imágenes ilustrativas inundando nuestras redes sociales. Es tan urgente la carrera, que hay quienes hablan de irreversibilidad. Sin embargo, estos tres movimientos -la RSC, la legislación y el sentido común- corren a distintas velocidades en esta metafórica competición en la que, más que correr hacia una meta, corremos huyendo del desastre. Y el sentido común es el que va perdiendo por bastante distancia aunque es el más necesario de los tres.
Para muestra un botón... de plástico
La historia de la humanidad se cuenta por etapas caracterizadas por los materiales que han determinado su evolución. La Edad de Piedra, la Edad de Hierro o la Edad de Bronce son las primeras. Quizás a nosotros en el futuro, si llegan a estudiarnos, nos denominarán como la humanidad de la Edad del Plástico. Porque los polímeros y sus muchas variaciones han sido y seguirán siendo fundamentales para nuestro desarrollo. Sus aplicaciones más innovadoras son increíbles. Pero cada vez está más claro que ese desarrollo debe ser sostenible o los plásticos colaborarán en que no haya nadie en el futuro que llegue a estudiarnos.
¿Desde cuándo estamos oyendo que la contaminación por plásticos es un problema global? Hagan memoria y recuerden cuál fue el primer mensaje que les llegó con algún tipo de alerta en este sentido. En mi caso ni siquiera recuerdo el impulsor de la campaña que alertaba del problema que la contaminación por plásticos suponía para las especies marinas. Me impactó porque vi cómo las anillas que unen las latas podían ser una trampa mortal en el morro de los delfines, o acompañar el crecimiento hasta deformar el caparazón de una tortuga. No volví a tirarlas sin romperlas previamente. Puede hacer de eso unos 20 años.
No han faltado movimientos sociales para impulsar el sentido común de cada uno de nosotros en los últimos 50 años. Esa es la edad del logotipo mundialmente conocido que identifica los productos reciclables, la cinta de Moebius formada por tres flechas verdes que señalan un ciclo sin fin y que nació en los años setenta.
Ahora recuerden desde cuándo nos acompañan en nuestras calles los contenedores de reciclaje. Primero fueron los iglús verde para el vidrio, poco después llegaron los contenedores amarillos para envases y los azules para papel. Tampoco han faltado desde su aparición campañas de concienciación social para incentivar su uso. Hace de eso en España 37 años.
El sentido común no se mueve a la velocidad que el mundo necesita en esta particular carrera. Así que en paralelo la legislación ha ido haciendo su trabajo.
¿Sirve la legislación ambiental?
Desde la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992 se han alcanzado y reforzado numerosos acuerdos internacionales. En estos 27 años han crecido exponencialmente los países de todo el mundo con ministerios de Medioambiente y se han multiplicado las leyes de protección ambiental, llevando la carrera sobre la que reflexionamos hoy a rango de problema de Estado internacional. Y tampoco esto parece que esté siendo suficiente.
Un informe coordinado por el Programa de la Naciones Unidas para el Ambiente ha evaluado las leyes, regulaciones y políticas nacionales de países de todo el mundo. El estudio publicado el pasado mes de enero concluye que la aplicación de las leyes ambientales ha sido ineficaz y errática. Uno de los coautores del informe e investigador jurídico norteamericano, Carl Bruch, dice textualmente sobre la legislación ambiental que “hay leyes que debes cumplir y leyes que cumples si quieres”, y en muchos países las leyes ambientales entran en esta última categoría. Como diría mi hijo: blanco y en tetrabrik.
No sé ustedes, pero yo sólo tengo que ir al supermercado para ver que todavía hay muchas personas que nos hemos acostumbrado a pagar la bolsa de plástico olvidando que era una medida para reducir su uso y no para ayudar a las empresas a costear ese gasto. Por ejemplos como este, la conclusión del informe de Naciones Unidas es clara: el aumento de leyes ambientales no se ha traducido en mayores esfuerzos de conservación. Yo creo que, seguro que entre otras muchas cosas, porque falta todavía el necesario y vital sentido común de todos los consumidores.
El papel de las empresas: la RSC
En paralelo a todo esto, el movimiento de la Responsabilidad Social Corporativa ha implicado a las empresas en esta carrera contrarreloj del planeta. La RSC es el arte de hacer rentable el compromiso social y también el respeto ambiental, llevándolo al ADN de la organización al mismo nivel del económico.
Pero tampoco en lo que toca al planeta la RSC es sólo acción ambiental, no sólo eso. No basta con ir a limpiar, aunque sea necesario. No basta con patrocinar campañas de sensibilización que ayuden al sentido común ciudadano a ponerse a tono en esta carrera, aunque sea imprescindible. Y no basta con cumplir la ley.
La RSC bien entendida empieza impulsando ese compromiso socioambiental en la plantilla y facilitando el voluntariado corporativo; continúa con innovación y mejoras en los procesos productivos y de trabajo para reducir o eliminar ciertos materiales y residuos; y se consolida exigiendo a los proveedores el mismo compromiso en valores, involucrando a los clientes y, sobre todo, actuando antes que la ley.
Ley vs. Sentido común
Con la prohibición de vender o importar plásticos de un solo uso, la Unión Europea ha puesto a entrenar a la ley para correr más en esta carrera, y dentro de 2 años estarán abocados a la desaparición justo los plásticos que en mayor medida inundan los mares y océanos del mundo: bolsas, cubiertos, pajitas, bastoncillos, vasos... El objetivo es que desaparezcan del mercado porque además ya tienen una versión biodegradable, una alternativa que no ha sido suficiente para el sentido común.
Y no sería tan importante que ese sentido común de los consumidores se pusiera las pilas en esta carrera si no fuera porque de él dependen los otros dos velocistas: porque la RSC sin sentido común ni se entiende ni sirve, y la legislación sin sentido común no es eficaz.
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