Donde otros ponen la muleta
El diestro Antonio Ordóñez dijo de José Tomás que "pone el cuerpo donde otros la muleta". Nadie mejor que este maestro de la tauromaquia para definir la interpretación de sombras en movimiento de este Arte en las manos y en el silencio de quien hoy revoluciona y aviva la llama de una cultura -no sé si es la más culta, como sentenciaba García Lorca- que por mucho que quieran los cretinos reaccionarios es historia, sociedad, economía, ser y vida de España. Y parece que hoy, Francia, difícilmente motejada de bárbara, también. Doble bofetada para el beocio y para el renegado. "Hay gente pa to"…, dijo El Gallo.
En estos días de Colombinas, la Plaza de La Merced se estira hasta llegar al cabezo. Un coso centenario que se audita anualmente con esfuerzo para que el gentío acuda a ella. No siempre renueva certificación. Lástima. Días atrás, mientras templaba mis nervios al modo de Domingo Ortega en la espera de entrar en el puente a Punta Umbría, me quedé largo tiempo -sí, largo tiempo, pues las colas eran kilométricas- mirando el cartel anunciador de los festejos de 2011. Un tanto de lo mismo. Pellizco patrimonial, el coso de la Vega, de lo popular que aún queda en la ciudad, y amaneramiento en la figura del torero hasta alcanzar ese salpullido de barroquismo andalú que se arranca por pasodobles al rebufo de un romanticismo decimonónico. Demasiado color y pose de muleta sin poner el cuerpo y el alma donde se debe. No pasa nada. "Se torea como se es", sentenció el Pasmo de Triana.
En el cartel, escasos son los pintores, y menos los empresarios, que se atreven a poner el cuerpo, faenando más en el aliño del dibujo estático y estético de salón que con la valentía del movimiento de aquellos, y tomamos el pensamiento profundo del gran Belmonte, que se olvidan del cuerpo. La muleta o la capa forman el pincel, pero hay que mojarse todo el cuerpo para atrapar esencia, espíritu, color y vida. Eso se consigue muy pocas veces. Tan pocas como Belmonte, Manolete, Dominguín, Ordoñez y José Tomás se dan en el tiempo.
Antonio Lasaga, habitual en los carteles de nuestra plaza, es un artista de la impresión torera que demuestra con sentío, casta y tronío una fiesta de la que es un gran entendido, en todos sus recovecos. Define el cartel con rigor y gusto en los pinceles y acierto, entre clásico y manierista, en la composición, pero, y él no tiene la culpa, la vida cambia y los estilos giran alrededor de una sociedad cambiante. El toreo necesita tanto cambio, tanto bautismo de sangre nueva, dentro y fuera del ruedo, que no podemos seguir anunciado su poderío con imágenes que más recuerdan a la inocencia de Nancy que a la profundidad de una cultura que siempre ha ido de la mano del Arte último, desde Altamira hasta Francis Bacon. Lo demás es narcisismo mecido por los falsos académicos. Solo la mirada de vanguardia, que es la Academia cultural y el Estado social de nuestro tiempo, es la que puede hacer cambiar el significado de la historia. Como así ha sido siempre.
Pocos pintores desde el siglo XIX hasta hoy han dejado seducirse por la plástica y el colorido de una fiesta que toma consideración de Ser, del ser de un pueblo y del ser de un arte en pensamiento y conjunción cultural. Desde Goya a Picasso, de Vázquez Díaz a Barceló el toreo ha sido una fuente de inspiración y una excusa de superación estética y plástica. A esos beocios y renegado que gritan al amparo de sus miserias inquisitoriales, estos artistas (y no referimos poetas, filósofos, ensayistas…) han conducido ruptura y cambio, han ejercido militancia progresista y han definido la agitación de conciencias durante sus vidas. La ahorma de Goya fraguó en Alenza, Lucas, Lameyer o Pérez Villamil. Tras ellos, entre realismo, sevillanismo, naturalismo, costumbrismo y falso regionalismo, el mundo del toro se arrucina al infinito con gracia, salero y exceso de estampación a los ojos de Domínguez Bécquer, Jiménez Aranda, Castellano, Casado Alisal, Cabral Bejarano o el imitado Fernández Cruzado. Tras el festejo de la norma, barrena Fortuny, Agrasot, Manet, Cassat, Bilbao, Casas, Iturrino, Canals, Pinazo, Regoyos o el mal ponderado Romero de Torres. Y tras el brindis, la burla majestuosa y grácil de Picasso, Sorolla, Masson, Zuloaga, Solana, Dalí, Mordó, Caballero, Domínguez, Olmos, Botero, Viola, Saura y Barceló. Arte. Pensamiento. Esencia de un pueblo. De un sentir.
El arte ha sido, y será, vanguardia de la mano del mundo del toro. Desde España a Europa. Con Europa al mundo. El cartel de Lasaga dice mucho de este arte, pero más diría, por actual, que el año que viene, el otro y así sucesivamente, Seisdedos, Castro Crespo, Sycet, Buly o Pulido, artistas nacidos en Huelva, nos dijeran cómo ven e interpretan la fiesta nacional (pese a quien le pese).
Estoy convencida que en años próximos, y quiera José Tomás que sea el que vine, el aserto de El Guerra -"lo que no pué sé no pué sé y además es imposible"- no se cumpla, y de la plaza de La Merced un gran cartel colgará con los trazos de la actualidad artística.
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