Huelva

El pequeño comercio de Huelva sobrevive a una nueva crisis

Manolo y Mari Carmen regentan la pescadería La Cinta en La Orden.

Manolo y Mari Carmen regentan la pescadería La Cinta en La Orden. / Josué Correa (Huelva)

Corren tiempos difíciles para el pequeño comercio, que afronta desde los diferentes barrios de la capital la falta de stock y la tendencia inflacionista de un mercado que no presenta aún signos de recuperación a corto plazo. La crisis económica provocada por la pandemia y la irrupción del conflicto armado en Ucrania han mermado la salud de estos pequeños establecimientos, que se enfrentan a las grandes marcas con menos recursos y, en muchas ocasiones, con una importante brecha en el proceso de digitalización.

No son pocos los esfuerzos que Mamen, Asun, Manolo, Mari Carmen o Pepe hacen a diario desde el otro lado del mostrador para sacar adelante los comercios que regentan en distintos barrios onubenses. Todos ellos dedicados a la alimentación, un mercado de primera necesidad incluido en la cesta de la compra del Índice de Precios al Consumo (IPC), que registró en junio un crecimiento interanual del 10,2% respecto al año anterior, según calcula el Instituto Nacional de Estadística (INE). De hecho, en este primer mes del verano, el valor de algunos alimentos se incrementó más de un 25%, como ocurrió con los aceites (37%) o con los productos energéticos (40,8%).

Estos números los conocen muy bien en la carnicería Jara, que lleva cuatro años ofreciendo productos cárnicos “de primera calidad” a sus vecinos. Así lo cuenta Asunción Jara, quien abrió este local situado en Isla Chica porque “llevaba muchos años trabajando en otra tienda y tenía ganas de tener algo mío”. “Sobrevivimos como podemos, hay que luchar mucho”, asegura la carnicera, que tiene a gente en la puerta esperando para realizar sus pedidos. Asunción destaca del comercio de proximidad la cercanía y la familiaridad con la que se trata al cliente, pues “vienen todos los días y al final los conoces”. Una idea que confirma la mujer que se encuentra comprando en ese momento, que añade que comprar en estos establecimientos “no tiene comparación” con hacerlo en los grandes, pues “algunas veces vengo chunga y aquí te distraes hablando de muchas cosas”. En lo que respecta a la inflación, en esta carnicería han tenido que subir los precios. “Se ha notado bastante en todo, la gente tiene el mismo sueldo pero los artículos son más caros”, expresa Asunción, que asegura que, en estas circunstancias, “siempre hay quien tira para lo barato y quien prefiere la calidad”.

Clientes en la carnicería Jara en Isla Chica. Clientes en la carnicería Jara en Isla Chica.

Clientes en la carnicería Jara en Isla Chica. / Josué Correa (Huelva)

A escasos metros de este establecimiento, Mamen Domínguez dirige la churrería Las patatas de Guadalupe desde hace poco más de un mes. Tras decidir dar un giro a su vida y cambiar los productos de limpieza por los utensilios de cocina, Mamen se levanta cada mañana “con una sonrisa” para atender a la amplia clientela que hace cola en la puerta. Ella y su marido adquirieron hace apenas un mes este negocio familiar con más de 35 años de antigüedad. Ambos viven en el barrio “de toda la vida” y vieron una oportunidad en un negocio que “siempre ha funcionado muy bien”. Sin embargo, los precios del aceite o la harina le han afectado de lleno, “hemos tenido que subir el precio de 10 €/kg a 12 porque son nuestros productos básicos”, lamenta Mamen. Para contrarrestarlo, su vitalidad, alegría y la cercanía y el cariño con el que trata a sus clientes hacen que la actividad en el local “no pare”, teniendo incluso que preparar encargos. A los tiempos difíciles, Mamen -que conoce lo que es convivir con un cáncer durante 13 años- les planta cara con “mucho humor”, porque “la vida son dos días”. Y, bajo esa premisa, desde esta churrería hacen frente a la crisis con “valentía”, porque “dicen que de los cobardes no se ha escrito nada”, reflexiona.

Desde La Orden, en la pescadería La Cinta, la “pareja feliz” compuesta por Manolo y Mari Carmen -como ellos mismo se definen- lleva 16 años vendiendo pescado fresco de Huelva, Ayamonte y Punta Umbría en un local con 50 años de vida que “fue el primero en abrir en esta plazoleta”. Dos farolillos que alumbran a la Virgen de la Cinta y a la de El Rocío atestiguan la antigüedad del establecimiento y, a pesar de ello, “aún no se han fundido”. “Aquí pasamos tela”, asevera Mari Carmen. Durante el confinamiento, el local permaneció abierto y trabajaban por encargos a domicilio. “Aquí no había nadie, la gente no quería bajar porque tenía miedo”, apunta Manolo, que cuenta que “traía poquito pescado” para “al menos asistir a la gente”. La clientela, al no poder salir a los bares, cambió sus hábitos de consumo y “compraban más langostinos o coquinas”, comenta.

Pepe Castilla regenta la frutería El Pelao en Las Colonias. Pepe Castilla regenta la frutería El Pelao en Las Colonias.

Pepe Castilla regenta la frutería El Pelao en Las Colonias. / Josué Correa (Huelva)

“Las hemos pasado bien canutas” añade su pareja, que explica que son ellos mismo los que limpian todo el pescado, pelan las gambas y hasta desespinan los boquerones o las acedías. Estos son alguno de los servicios que han añadido a su oferta para competir con las grandes empresas, aunque ambos tienen muy claro que lo que los diferencia es “la cercanía y la calidad”, pues “aquí vienen clientes como si fueran familia”. “Yo traigo el pescado al día y lo vendo al día, si me sobra algo se despacha a los bares”, asegura ella, mientras que él puntualiza que “no hay nada congelado”. Sin embargo, la inflación también ha hecho mella en esta pescadería, donde “hemos intentado mantener el precio” ya que “aquí no puedes poner el mismo que en el centro” porque “la gente no te lo paga”, aunque “las acedías hoy era para haberlas vendido a 16€/kg”, confiesa Mari Carmen. De igual modo, su marido tiene claro que “prefiero que me vengan todos los días a comprar a que lo dejen de hacer”. Con la situación actual, “no es que la gente compre más barato, es que compra menos cantidad”, detalla, algo que, según Manolo, también está relacionado con que “ahora en casa son menos chiquillos, trabaja el hombre y la mujer y no pueden venir por las mañanas”. A pesar de todo, la pareja ha salido adelante gracias a esta pescadería. “Gracias a Dios no me puedo quejar, hemos pagado mi casa con esto”, confiesa Mari Carmen. “Esto da para la casa, comer y pagar, para un chalet en Punta Umbría no da”, añade Manolo entre risas.

En otro barrio de la capital, Las Colonias, la frutería El Pelao exhibe un cartel con el año de su fundación, 1963. Por aquel entonces, era el padre de Pepe Castilla el que estableció el negocio. Ahora es él mismo quien lleva 41 años despachando frutas y hortalizas a los vecinos de la zona, aunque ya con 8 años cuenta que “vendía rábanos por las tabernas”. “La primera frutería de Huelva fue la de mi padre”, afirma Pepe con orgullo. Eran otros tiempos en los que “la gente esperaba en la puerta y a las 12:00 ya estaba todo vendido”. Algo que ahora solo ha presenciado de manera similar durante la pandemia. “Es cuando más se ha vendido, fue un boom porque la gente tenía miedo de ir al supermercado y hacía cola para comprar aquí”, cuenta Pepe, que asegura que vendían el triple. “Ahora estamos manteniéndonos”, continúa, pues en los primeros años del local “se vendía en un día lo que hoy no se vende en todo el mes”.

Mamen Domínguez lleva un mes al mando de Las patatas de Guadalupe. Mamen Domínguez lleva un mes al mando de Las patatas de Guadalupe.

Mamen Domínguez lleva un mes al mando de Las patatas de Guadalupe. / Josué Correa (Huelva)

Además, a esto se suma el contexto inflacionista, una fuerte competencia en el sector con “precios muy bajos pero de poca calidad” y la escasez de productos debido a la sequía. Pepe detalla que antes el melocotón costaba 2,5€/kg y ahora 3,5; la patata estaba por 60 céntimos y ahora por un euro; y la sandía rondaba los 20 céntimos el precio final y ahora le cuesta al vendedor 1,30 euros. “No ha habido más remedio que subir los precios y, cuando sube algo, qué difícil es que baje”, lamenta el vendedor, que subraya que su tienda apuesta por la calidad, “la gente que viene aquí sabe a lo que viene". En cuanto al valor añadido de su frutería, Pepe destaca la confianza y el “contacto cara a cara” con el cliente. Además, aquí no se ha perdido la vieja costumbre de fiar algunas compras, “se ayuda a mucha gente hasta que cobra”, dice mientras saca la libreta en la que anota las fianzas. En El Pelao también llevan los pedidos a domicilio sin ningún coste, una opción que se disparó en la pandemia, cuando “fue horroroso los viajes que había que dar”. Alternativas que pretenden favorecer la actividad en el local, pues, “lo que no podemos es estar parados como llevamos media mañana”, lamenta Pepe.

En la zona de Zafra comestibles Pilar tiene más de 20 años de antigüedad. En la zona de Zafra comestibles Pilar tiene más de 20 años de antigüedad.

En la zona de Zafra comestibles Pilar tiene más de 20 años de antigüedad. / Josué Correa (Huelva)

En la zona de Zafra, más cercana al centro de la capital, el punto de pan caliente y comestibles Pilar lleva más de 20 años proveyendo a sus clientes con todo tipo de productos, gran parte de ellos de alimentación. En este pequeño comercio, su trabajadora advierte que “ahora cuesta un poco más vender”, pero “ahí vamos tirando”. La época más difícil en esta zona asegura que es el verano, cuando “la gente se va a las playas”. Al igual que en el resto de establecimientos, aquí también se ha hecho notar la inflación, “hemos subido un poco los precios, no mucho”, porque “vas a las naves a comprar y todo está más caro”. Sobre el valor añadido del comercio de proximidad, la empleada coincide con el resto de protagonistas de este texto, “esto es más personal, cuando el cliente entra por la puerta normalmente ya se lo que quiere porque lo conozco”.

Diferentes situaciones y puntos de vista tras el mostrador de estos locales onubenses que tratan de competir con las grandes cadenas de distribución instaladas en casi todos los rincones de la ciudad. Mientras tanto, una escalada de costes que asfixia al pequeño comercio, que se vale de la cercanía y la calidad de sus productos para aportar un valor añadido a su oferta.

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