...Y con el mazo dando
La esquila

Una de las sensaciones más bonitas que experimentamos en Semana Santa es el anuncio de que esto ya está aquí a través de los sentidos. Olores, sonidos, visiones y también sabores forman un todo que nos agarra de las solapas y nos dice que a la vuelta de la esquina está la primera cruz de guía.
En esta ocasión me gustaría referirme a una actividad a la que dediqué varios años: la música procesional, aunque me limitaré a aquella que acompaña a los pasos de Cristo dentro del estilo de cornetas y tambores. Por sabido, no debemos pasar por alto el extraordinario grado de sacrificio de todos los músicos que en la próxima Semana Santa acompañarán a nuestros titulares. Pocos como ellos han soñado con el próximo Domingo de Ramos, en el que unos ciriales provoquen el inenarrable cosquilleo de sentir que “ya sale”, y que hay que preparar el instrumento para la marcha real. ¡Qué recuerdos!
La música procesional para cornetas y tambores (también la de agrupación musical) ha experimentado un auge sin precedentes en las últimas décadas, pero hemos de alertar también la gran cantidad de excesos que protagonizan nuestras bandas. Cierto es que ya quedaron atrás aquellos años en los que la herencia militar de las formaciones musicales les condicionaba totalmente su puesta en escena. También otros detalles, cómicos incluso, como el de decorar el parche de los bombos con el rostro del Cristo que da nombre a la formación para luego aporrearlo durante horas y provocar la desfiguración del dibujo con la propia del soporte.
Hoy las bandas se afanan en crear un repertorio propio, y esto provoca que cada año se compongan una gran cantidad de marchas que aportan muy poco y que no mejoran el conjunto. Se trata de un afán totalmente comprensible, yo mismo he pasado por ahí, pero hemos de darnos cuenta de que, como cualquier disciplina, la composición requiere de una formación previa muy intensa que no todos hemos tenido ocasión de recibir. Esto provoca que caigamos en tópicos constantes, como aquellos abusos de la cadencia andaluza o la irrupción de los recursos flamencos, con Bulería en San Román (1998) primero y, tras una mayor perfección y refinamiento con Sobre los pies te lleva Sevilla (1999); hasta una de las más recientes, como es el uso desproporcionado de las campanas tubulares (a veces llamadas campanolos) que, lejos ya de aportar un signo de distinción a tal composición, no hacen sino igualar todos los inicios de las marchas actuales.
Otro problema es la limitación del instrumento central, la corneta, que limita las posibles vías de evolución en las composiciones y casi obliga a un camino que, según lo visto, no es muy acertado. A mí, por lo menos, y es mi opinión, me sobra casi todo lo que se ha hecho en los últimos veinte años. Hablo incluso de las bandas de referencia en la ciudad vecina, que componen temas soberbios pero que a mí no me evocan para nada un paso en la calle. Temas imposibles de una indudable calidad que olvidan la base de todo esto: música para acompañar al Señor en su estación de penitencia. Así lo veo.
Finalmente, quiero referirme a la instrumentación, que en los últimos años se ha ampliado en el registro grave hasta incorporar trombones y tubas (incluso trompas he llegado a ver). Por supuesto que todo esto enriquece el resultado final, pero llega un punto que cuesta distinguir una banda de cornetas (etcétera) y tambores de una agrupación musical, género que, curiosamente, ha recorrido el camino inverso acercándose a la manera de componer de las bandas. Si no es por los platillos, a veces no hay forma de diferenciarlas. De dos estilos, bien diferenciados, que enriquecían y daban carácter a nuestras procesiones, ahora tenemos casi uno solo, con el consiguiente empobrecimiento del resultado final.
Por ello, en esa Semana Santa ficticia e inexistente en la que vivimos algunos, disfrutamos más de una marcha clásica, que sirva como mejor contexto al pasaje de la Pasión al que acompañe. Entre ellas, todavía ninguna como la que, para mí, es la mejor: Cristo del Amor. Eso sí que es un canon, y nunca pasará de moda.
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