A José Luis Ruiz Díaz, Premio de la Academia Iberoamericana La Rábida, 2024
Tribuna de Opinión
Quizás muchos no sepan que fuiste también el artífice del Trofeo Colombino. Me has contado historias desternillantes y curiosas de los principios del torneo (escríbelas, José Luis, escríbelas)

Grenoble/Disculpa, José Luis, si no puedo estar contigo y celebrar con un apretón de manos el Premio que te otorga la Academia Iberoamericana La Rábida, el que reconoce la enorme contribución que tu actividad, tu generosidad, tu afición, ha tenido para el desarrollo cultural de esta ciudad nuestra. Desde luego, para los de mi generación, y desde luego, para los “muy cafeteros”.
La memoria, ya sabemos, no es historia. Yo en este momento, aparco la segunda para centrarme en la primera, en todas esas corrientes de aire fresco que ella, mi memoria, ha ido acumulando en estos (muchos ya) años, en los que de una manera, o de otra, o de otra, la huella de tu bien hacer ha asentado principios, abierto caminos, deslumbrado la inteligencia.
Y lo primero que se me aparece es el Salón de Actos de Sindicatos, donde se celebraban las sesiones del Cine Club Huelva. Aquella adolescente (¿15, 16 años?) que acudía con su amiga (evidentemente otra “muy cafetera”) a conocer la obra de Bergman ( La Vergüenza, Persona); de Akira Kurosawa (Dodes’ka-den); de la nouvelle vague (Le genou de Claire); incluso de Ariane Mouskine (Moliére), aunque respecto a esta última mi memoria duda.
Hubo, es verdad, un cine fórum por aquella época en los Maristas, (Bertolucci y La estrategia de la araña, Hitchcock y Recuerda), dirigido creo recordar por el más tarde valorado como realizador, y onubense de orígenes, Rafael Galán, pero allí luego había tertulia y preguntaban al público, y mi natural timidez me retraía de asistir.
Quizás muchos no sepan que fuiste también el artífice del Trofeo Colombino. Me has contado historias desternillantes y curiosas de los principios del torneo (escríbelas, José Luis, escríbelas), y yo me recuerdo de la mano de mi padre (¿12, 13 años?) acudiendo en aquel ambiente festivo, en una de esas finales apoteósicas. De la mano de mi padre… Él fue quien me contó lo que tú disfrutabas visionando Muerte en Venecia en soledad, para degustar todos los matices bellos de la película de Visconti.
En los años 60 te atreviste a montar el Salón de Otoño de Pintura, con premios a un principiante Seisdedos, a una joven Pilar Barroso…y que desde el Archivo Municipal de Huelva pudimos rescatar a mediados de los 90 con continuidad (¡milagro!) hasta la actualidad.
Sobre el Festival de Cine, ¡qué voy a decir! Aquello era una fiesta para la ciudad. Indio Fernández, Fernando Rey, Diego Galán, Fiorella Faltollano, ¡Luis Buñuel!, ¡Mario Vargas Llosa! Cruzarse con alguno de ellos por Gran Vía, Plaza de las Monjas, Calle Concepción, era un subidón de autoestima, una esperanza de lo que podría venir para la ciudad a partir de aquellos postreros años 70. Y no era solo cuestión de “cartel”. Espectadores acudían de variados sitios, especialmente, claro, de nuestra ciudad vecina. ¡A cuantos compañeros de carrera de la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla vi pasar por aquí, lo más granado de la progresía sevillana, convertidos nosotros, por una vez, en centro cultural e intelectual del entorno!
Pero si tengo que escoger, si alguna de tus propuestas quiero resaltar entre las demás, me quedo con el Festival de la Canción Iberoamericana de La Rábida, “fenómeno inusitado dentro del pobre panorama de la canción en España”, decía Eduardo Haro Ibars en su largo reportaje sobre el mismo para la revista Triunfo en el año 1976.
Noches de verano y de luna llena, de abanico y vestidos de tirantes bajo el Monolito (reformado ya por Martínez Feduchi el original de Velázquez Bosco), donde se hacían presentes las adelfas y el jazmín, y donde el rumor del aire moviendo las copas del pinar entonces frondoso servía de fondo a guitarras, quenas, charangos y flautas diversas, con un aroma de hispanidad envolvente. Serían los años del 72 al 78, aproximadamente, y allí pudimos disfrutar de María Dolores Pradera (cómo lloraba en los camerinos, comida por los mosquitos), Los Chalchaleros, Jorge Cafrune, los hijos de Violeta Parra (Isabel y Ángel Parra, que fueron detenidos al finalizar el concierto), Quilapayún, Mercedes Sosa, Soledad Bravo (también tuvo visita de los grises, en este caso invitándola a salir del país), Carlos Puebla, quizás Betty Misiego, Los Sabandeños, Chavela…¡ay Chavela, la que llevaba encima! Y con presentadores de la talla de Raúl Matas o Mari Cruz Soriano.
Quizás la gente ahora no recuerde o no conozca estos nombres ni lo que supusieron. Quizás la gente ahora no sepa lo que disfrutamos cantando Samba de mi esperanza, o Gracias a la vida, o Te vas Alfonsina con tu soledad, o Te recuerdo Amanda, o Ponme la mano aquí Macorina…
Me constan los disgustos con la censura y con las autoridades, que sorteaste siempre con elegancia, con discreción. Sin que hayas alardeado de ello, lo que te honra. Y con un público diverso, siempre entusiasta, siempre expectante, con la seguridad de que lo que ofrecías era oro puro.
Luego, por supuesto, ha habido más. Certámenes de fotografías, gastronomía selecta, aprendida tal vez en tus estancias en Londres, o en Francia, o quizás en los fogones del negocio familiar, un hito en la historia de Huelva ( “el que quiera más, que se vaya al Hotel Victoria”, nos decía mi tata, considerándolo el culmen de la exquisitez y los ricos manjares).
Como dije al principio, el resto lo dejo para la Historia, que seguro la tendrás (y que debería desbordar los límites provinciales, pues tu referente los ha sobrepasado): la memoria disfruta hoy recordando esos momentos felices, en aquellos años difíciles, que nos trajiste sin casi despeinarte, como si todo fluyera, sin esfuerzo, sabiendo yo lo que cuesta mover una sola casilla.
Y siempre teniendo muy presente ese fenómeno único en el mundo que supone La Hispanidad, la conciencia de pertenecer a una cultura antigua con una lengua, unas costumbres, una religión y una manera común de ver la vida, dentro de la necesaria diversidad que estimula y enriquece. Porque en estos “cantes de ida y vuelta”, ellos nos recuerdan algunos valores en desuso por estos lares: he reaprendido lo que es el respeto con Luis; el amor y la humildad con mi querida Rimian; la honestidad y la entrega a la familia con la ya lejana Irma; la alegría y sana desfachatez con mis amigos cubanos. Y no entro en la literatura, pues ahí me arrodillo.
Así que brindemos, amigo. Con Pisco Sour, con Singani, con Tequila, con Mojito o con un buen vino del Condado. Y en este brindis te digo sencillamente, pero con voz muy alta: ¡Gracias!
Grenoble, 20 de junio de 2024
María Dolores Lazo López es miembro de número de la Academia Iberoamericana La Rábida.
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