Testimonio de un onubense en Ucrania: "No pienso volver a España, quiero ayudar a mi familia"
Maxim relata en exclusiva su odisea en los dos primeros días de invasión rusa

Huelva/Cuando Maxim Yuschuk partió el domingo desde Huelva hacia Ucrania no podía imaginar que, cuatro días después, iba a encontrarse en medio de una guerra. Un conflicto bélico perpetrado por Rusia que, si bien, se asomaba a los pensamientos de Maxim en los días previos a la invasión rusa, parecía disiparse cuando este joven onubense de Kiev confiaba en la diplomacia como vía para resolver las diferencias entre países.
Maxim relata los dos primeros días de invasión desde su vivienda en Kostopil (Rivne), localidad de 30.000 habitantes, dónde llegó el jueves desde Kiev, su otra ciudad de residencia, junto a sus padres y un amigo. Lo hace, prácticamente, a oscuras, con la poca luz que puede emitir una vela. El motivo de ello obedece a que el toque de queda en Ucrania está fijado a las 22:00 y, desde ese momento, "todos los ucranianos tenemos que apagar las luces para no llamar la atención de los aviones rusos". Además, la pasada noche Maxim y sus compatriotas tuvieron que desconectar todos sus aparatos "porque Ucrania cambia la electricidad para depender de nosotros y no de Bielorrusia, que es el país que nos la suministra"
Maxim, de 26 años, nació en Ucrania, pero su corazón también es onubense después de vivir más de 15 años en Huelva. Su profesión actual, relacionado con la informática, le permite trabajar a distancia y compaginar estancias en Huelva y el país ucraniano.
Poco antes del amanecer del jueves, el padre de Maxim despertó a su hijo entre lágrimas. La guerra había empezado. "En Ucrania no pensábamos que Rusia comenzase una invasión del país, esperábamos que el diálogo la evitase" y no fue hasta el pasado lunes "cuando supimos que la guerra sería una realidad". Aquel día el mandatario ruso reconoció los territorios separatistas de Donetsk y Lugansk y dio instrucciones a su ejército para un despliegue en estos territorios rebeldes ucranianos. "Los ucranianos sabíamos que ese movimiento era una puerta de entrada al conflicto bélico", asegura.
Maxim esperaba la guerra, "pero no tan pronto". El semblante de su padre, del que emanaba "una profunda tristeza e impotencia", y el pánico de unos vecinos que escuchaban atónitos las noticias, le confirmaron que el conflicto era inevitable.
Al salir aquella mañana a la calle, Maxim se topó con un escenario marcado por el "pánico generalizado". Sus vecinos hacían largas colas para sacar dinero en los cajeros y para echar gasolina a sus vehículos con el objetivo de abandonar Kiev con la máxima celeridad.
El itinerario que iba a seguir Maxim el jueves finalizaba en Kostopil, un pueblo a unos 400 kilómetros de Kiev en el que reside parte de su familia. "Es un lugar muy pacífico y en el que sabemos que podemos estar mucho más seguros que en la capital", relata el joven. Además, explica que en Kiev vive en la planta número de 18 de un bloque de viviendas, "una altura a la que no es recomendable estar en caso de un bombardeo".
A lo largo de su trayecto hacia Kostopil, Maxim visualizaba una Ucrania que distaba mucho de asemejarse al país que era hasta hace pocos días. "Me crucé en el camino a más de 150 tanques y a multitud de soldados", sostiene Maxim, quien añade que la guerra dota al paisaje de un "ambiente terrorífico".
Algunos de los elementos "más impactantes" que se encontraba Maxim en su viaje eran las señales rusas, consistentes en círculos con una cruz en su interior, que marcan los puntos "que se pueden bombardear". Por ello, desde el Gobierno de Ucrania se insta a la población a borrar y eliminar todas estas señales. En este sentido, varios ucranianos con los que se ha puesto en contacto este diario aseguran que estas marcas "son realizadas, bien por rusos infiltrados, bien por ucranianos a los que les paga por ello".
De hecho, el joven onubense fue conocedor ayer de la detención de una chica de 18 años, "a la que seguramente habrán pagado 20 o 30 euros" por pintar en el suelo una de las citadas señales.
Maxim se despertó el viernes con la idea de volver a Kiev para ayudar a salir de la ciudad a otras personas. Sin embargo, el escenario había cambiado drásticamente. Las fuerzas rusas habían penetrado en la capital y "no dejaban entrar, solo salir".
Fue el día en el que escuchó por primera vez el retumbar de las bombas. "Estaban a mucha distancia de nosotros, pues iban dirigidas al aeropuerto más cercano y a bases militares, a más de 30 kilómetros, pero lo sentí como un mini terremoto". Maxim asegura que no siente miedo por ello, sino "una intensa impotencia", pues "solo quiero ayudar a familia, no quiero estar en mi casa agazapado esperando a que nos caiga una bomba". Tanto es así que, pese a que puede salir del país gracias a su documentación española, prefiere quedarse en Ucrania para estar cerca de sus familiares.
Para Maxim la jornada del viernes consistió en ayudar a todo aquel que lo necesitaba, conduciendo de un lado a otro para realizar recados. "Compramos provisiones en las tiendas, sobre todo, agua y llenamos nuestros bidones de gasolina".
Los comercios tienen provisiones suficientes por el momento, "aunque muchos no dejan ya pagar con tarjetas de banco, por lo que hay que hacerlo en efectivo". Dónde no hay tanto abastecimiento es en las gasolineras. Maxim sostiene que en su localidad solo una gasolinera funcionaba ayer y, por solidaridad, "solo podíamos llenar 20 litros".
El sentimiento en la sociedad ucraniana, según el joven onubense de Kiev, se resume en "indignación e impotencia". Maxim relata a esta redacción que "nada nos une con Rusia, de hecho tenemos más cosas en común con Bielorrusia y seguimos sin entender por qué el Gobierno de Putin actúa así con nosotros".
Del mismo modo, pese a que Maxim siempre ha vivido un "clima de paz" entre personas rusas y ucranianas en su ciudad, explica que "ahora los rusos salen poco de casa y muchos evitan ayudar a ucranianos, dado que tienen miedo a ser reprimidos por el Gobierno de Putin". El joven onubense de Kiev subraya que este comportamiento le provoca sentimientos encontrados, dado que reconoce "el miedo que pueden sentir los rusos por ser castigados", pero también considera que "es una conducta cómplice".
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