Testimonio de Maxim, el onubense en Ucrania: "Estoy entre misiles"
Un misil teledirigido cae a 10 kilómetros de la localidad donde vive el joven
Testimonio de Maxim, un onubense en Ucrania: "Mi vida anterior ha quedado atrás"
"Aquí los días parecen años"
Hasta el segundo intento no ha sido posible. Un tiroteo en el itinerario que iba a seguir el vehículo de carga repleto de ayuda humanitaria organizado por Maxim Yuschuk pospuso a la noche de ayer el envío de más de 2.000 kilos de productos de primera necesidad a Jarkov.
El joven onubense nacido en Ucrania acumula más de 800 kilómetros diarios al volante de su furgoneta. A una media de 90 kilómetros por hora, son 15 las horas que invierte cada día en recaudar toda la ayuda humanitaria que les llega a dos ciudades polacas para entregarlas en Rivne, su localidad. El Ayuntamiento de este municipio muestra su "total confianza" en Maxim y le ha encomendado la tarea de confeccionar un inventario de qué productos son necesarios allí y cuáles deben enviarse a las ciudades más devastadas por la guerra en Ucrania.
La labor logística de Maxim suma cada vez más agregados. Un empresario de clavos trabaja junto al joven onubense en la organización de los vehículos, "mientras un número muy alto de jóvenes se ofrecen para conducir la ayuda humanitaria a las zonas más peligrosas del país", explica Maxim a Huelva Información.
Rivne ha abandonado su condición de ciudad pacífica. Un misil teledirigido cayó el jueves a 10 kilómetros de la vivienda de Maxim y otros tres misiles lo hicieron a 40 kilómetros. "Estoy entre bombas", sostiene, al tiempo que reconoce "su miedo". Maxim se pausa y puntualiza que su miedo "no es tanto a morir, sino a tener una muerte lenta y dolorosas".
A continuación, el joven cuenta hasta diez. "Son las veces que me he asustado por los misiles, hasta el punto de tirarme rápidamente hacia el suelo", describe, si bien no en todas esas ocasiones el sonido lo provocaba un misil, "sino que un simple ruido del gas de mi casa me ha hecho tumbarme y cubrirme por la sensación de alerta constante en la que estamos". "Escuchas misiles donde no los hay", resume.
El retumbar de los mismos convive con los habitantes de la pequeña localidad, que ha "ampliado notablemente su población" como consecuencia del elevado número de refugiados provenientes de provincias que ya han sido asediadas. Sus nuevos vecinos encuentran un hogar en la residencia de estudiantes adaptada para ellos y en el restaurante de un amigo de Maxim, el cual se ha cerrado al público para convertirse en un punto de comida para ucranianos que huyen de la guerra.
Un prolongado bostezo de Maxim interrumpe la conversación telefónica con este diario. El joven tiene dificultades para conciliar el sueño. "A las 3:00 comienzan a sonar las sirenas antiaéreas" y, desde este momento, el sonido estridente de las mismas no se detiene hasta el amanecer. El motivo de que las alarmas suenen a altas horas de la madrugada obedece a que "es el momento en el que el ejército ruso comienza sus actuaciones militares. Crean una sensación de psicosis en nosotros", subraya.
El Red Bull es un "patrocinador" de los viajes diarios de Maxim. Tres o cuatro latas sostienen a un joven que, como máximo, duerme cinco horas diarias desde el inicio de la invasión rusa.
Las carreteras por las que circula Maxim emiten el aroma silencioso y abandonado propio de una guerra. "Por las noches, sobre todo, puedo recorrer 100 kilómetros sin encontrarme con nadie", a excepción de los puntos de control, que asaltan a los conductores cada 25 minutos. Los únicos que frecuentan las vías son los soldados del ejército ucraniano, cuya función es detectar civiles prorrusos. Para ello, según explicó Maxim, "te hacen preguntas para pillarte, cuestiones que solo conoce la población que es ucraniana".
Uno de los obstáculos que más fastidia al joven es el tiempo de espera en la frontera polaca. Días atrás recibió el documento que le acredita como colaborador de la Cruz Roja, el cual le permite entrar y salir de Ucrania para recabar la ayuda humanitaria. "A veces paso cinco horas en la frontera porque en los controles me realizan continuos chequeos, algo que retrasa mucho mi labor", lamenta.
Maxim asegura a este diario su "total" agradecimiento por la ayuda recibida desde diferentes puntos de España, aunque insiste en que "seguimos necesitando medicamentos y vehículos de carga para realizar varios viajes a la vez". Por ello, recuerda que todo aquel que esté interesado en ayudar puede comunicarse con Cristóbal Puig (626 42 23 63), amigo de la infancia de Maxim en Huelva.
Su cuerpo se ha "acostumbrado" a la guerra. Maxim lo tiene asumido y en no pocas ocasiones, "fruto de mi carácter andaluz", trato de ser un apoyo para mi pueblo, "donde la gente tiene miedo y está perdida". Aun así, reconoce que hay momentos en los que derrama lágrimas. Llora solo, apartado del resto. Su sufrimiento pasa en silencio, "pues lo único que quiero contagiar es energía".
Maxim aún no se ha planteado tomar un arma. Si se decide a ello, está obligado a estar en primera línea de fuego y considera que, por el momento, "mi papel como transportista de materiales y personas (más de 30 personas evacuadas) no es menos importante que el de un civil que va a disparar". Pese a ello, es sabedor de que este pensamiento puede cambiar "en cuanto mi pueblo sea atacado directamente".
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