El Rocío

La fiesta excesiva

  • La romería del Rocío, entre la desmesura de sus números y el control por preservar sus señas de identidad más íntimas.

1.657 asistencias sanitarias, 33.404 metros cúbicos de agua potable consumidos, 893.000 kilos de basura recogidos y 1.241.000 litros de agua destinados al riego. Estas cifras corresponden al parte de la una de la tarde de ayer facilitado por los servicios del Plan Romero. Son números que cantan y que reflejan la magnitud de un acontecimiento que, cada año, sobrepasa las previsiones y que ha hecho del exceso una de las características de la fiesta: la romería del Rocío.

Si se omite durante un instante el componente religioso –que no devocional–, esta manifestación guarda similitudes con, pongamos por caso, un megaconcierto de rock, a saber: congrega a la multitud en un recinto al aire libre sin más intención que la de pasarlo bien durante varios días seguidos, y la euforia, la emoción y la veneración –y el volumen del negocio que se hace con todo eso– no tienen límite. Carpe Diem.

En cuanto a la devoción, el arriba firmante ha sido testigo de lágrimas derramadas ante la visión de la imagen de la Virgen en la aldea y con la aparición de Patti Smith en un escenario barcelonés arrancando Because the night. Los almonteños con sus camisas caqui son los pipas de negro del servicio de seguridad en un festival: unos y otros impiden que nadie se acerque a donde no debe. No se toca el icono. Y los participantes –éstos sí que no se parecen en nada– en ambos acontecimientos echan el resto:la ida es pletórica, el regreso es derrengado.

Pero la romería del Rocío hunde sus raíces en ritos ancestrales y sentimientos atávicos emergidos del propio territorio por el que transita y que son mucho más antiguos que los festivales de rock, nacidos a mediados de los años sesenta del siglo pasado. El antropólogo Javier Escalera, de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, reconoce la “complejidad” del fenómeno del Rocío como punto de partida para hablar de él y discrepa de la asociación anterior porque “es incomparable”.

“No debe caerse en el error de hacer un análisis economicista” del Rocío, propone Escalera, que no obstante recuerda que la empresa número uno de Almonte es la hermandad matriz, primera generadora de empleo que nutre de pingües ingresos la economía local. UCE-Andalucía informó en las vísperas del camino que un romero de la Virgen de la Cabeza en Andújar (Jaén) gasta 300 euros de media y el que participa en el Rocío 1.700.

Antes que exceso, Escalera prefiere el término “desmesura”, entendida ésta como el vehículo que conduce el espíritu dionisíaco que impregna la fiesta para expresarse, “tanto en la solidaridad, pues hay una negación simbólica de las desigualdades sociales, como en la mercantilización”. Y en este punto es donde el antropólogo cree que Almonte y otros pueblos de la provincia onubense y del Aljarafe sevillano ponen el énfasis para preservar sus señas más íntimas contra el descontrol que acarrea la estratosférica masificación de la romería.

Mucho ha tenido que ver en la explosión del Rocío –“que ha exportado su modelo a otras romerías”– la difusión mediática dedicada a toda su puesta en escena: desde la salida de las hermandades hasta el recorrido de la Virgen por la aldea, incluyendo el instante crucial del salto de la reja transmitido en directo por Canal Sur. Este desaforado interés por mostrar en tiempo real un momento que en otra época tal  vez fue mágico para los más devotos, ha resultado pernicioso, con la mística engullida por el share y las omnipresentes cámaras y la dictadura de la parrilla rigiendo la acción desde un estudio. De forma que los espectadores asisten a un show que tiene más de bizarro que de sagrado. Y el elenco de secundarios que hacen cameos es de sainete: folclóricas de top manta, comicastros de tercera, frikis de mesa camilla, políticos envarados y toreros en retirada.

Frente a esa visión apologética que brota a la luz de los focos del plató en que se convierte la aldea publicó Eva Díaz Pérez su libro El polvo del camino, un encargo de la editorial Signatura después de que la escritora y periodista cubriera durante años la información de la romería en El Mundo. “Yo no vi ninguna postal paradisíaca”, recuerda la finalista del Premio Nadal con El club de la memoria. Donde otros descubren una suerte de río Jordán transferido a las marismas, el Quema, el personaje de su historia se dio con un “charco inmundo”. El libro maldito del Rocío estuvo a punto de estimular una caza de brujas. “Escribí lo que vi, lo grotesco que podemos llegar a ser en determinadas situaciones disfrazándolas de un misticismo falso”.

La escritora no pone en duda la advocación en “esos pequeños pueblos” desde siglos, a años luz de esa feria que es, por ejemplo, el paso por Doñana, “con atascos como en la M-30, tubos de escape a todo meter y radios a toda pastilla, un desmadre excesivo que resta autenticidad a lo que se celebra”. E insiste en la difusión que hace del acontecimiento la televisión autonómica andaluza, “empeñada en transmitir únicamente una visión folclórica de lo que ocurre en nuestra tierra”.

Y el año que viene, más.

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