Segundo día de la Hermandad del Rocío de Huelva

Huelva sueña el Rocío con los colores de la primavera

  • Cientos de romeros acompañan al simpecado onubense desde La Matilla hasta la casa hermandad

  • Gato vuelve a servir de espacio de convivencia para los peregrinos

El simpecado de Huelva camina momentos antes de llegar a Gato acompañado por los devotos onubenses.

El simpecado de Huelva camina momentos antes de llegar a Gato acompañado por los devotos onubenses. / Josué Correa

Ahí, donde los pinos enmudecen cuando una nube de polvo arrastra la devoción. Ahí, donde el sonido constante de las pisadas rompen el sofocante silencio. Ahí, donde el camino se hace duro y el brillo envejecido de la medalla es el único consuelo. Ahí, donde la devoción es efímera en Doñana y se hace eterna en el Rocío. Por ahí es donde camina la Hermandad del Rocío de Huelva. Siempre con el sonido de una guitarra. Siempre con las ganas de quererla. Siempre de la mano de una marea de gente. De caballistas con chaquetillas blancas.

Así caminó Huelva. Andando hasta la aldea para inundarse de Rocío un año más. De sueños rocieros se contagiaron los cientos y cientos de peregrinos que vistieron de palmas por sevillanas las arenas del camino. En la Matilla despertó la hermandad, con una misa de romeros, para continuar un trayecto de estampas recargadas de una naturaleza que no se compra con dinero. El hermano mayor, Carlos Quinteró, abanderó una larga distancia que se completó con pasos cortos repletos de fe. Muchos marcaron la guía rociera por delante con la ayuda de palos con cintas de tela con los colores del sur occidental. Ataviados con una camisa o camiseta blanca donde el polvo se incrustaba en cada tramo del camino. Un pañuelo atado que daba el color y el cobijo de la humareda. Sombreros de paja para aguantar el calor y batas rocieras para cientos de mujeres con el pelo recogido y con una sonrisa donde se asomaba la primavera.

Los caballos se vestían de naturaleza encabezando una comitiva que huele a marisma y a sal. La luz de Huelva, que acarició el cielo, volvió a acompañar un sendero infinito que llevó a los romeros por la pista del pepino para encarar Doñana con la dirección puesta en Gato. De la anchura del terreno se pasó a un encierro de bellos pinares que pintaron de verde un simpecado que llevó un ritmo constante, marcando el tiempo para llegar hasta la aldea.

Aunque el camino no entiende de minutos y segundos, el simpecado de Huelva entró en Gato sobre las 14:15 al compás de una ciudad que late cuando el calendario araña días hasta el Lunes de Pentecostés. Palmas, sevillanas, y vivas para la Blanca Paloma se sucedieron entre la devoción del gentío. Con la carroza ya parada a la sombra de la madre naturaleza comenzó la convivencia. Los carros ocuparon sus espacios delimitados y las mesas y manteles dispusieron una gustosa y fresca gastronomía en mitad del pulmón verde de Europa. Era tiempo de saludar a los amigos, de compartir, de reír y de cantar. También era tiempo de descanso, sobre todo para los peregrinos de a pie que ya acusaban las horas del segundo día de camino. Muchos de ellos tumbados a la vera del simpecado y con la vista en el techo azul que rompe de luminosidad en el mes de junio.

Fue un momento para hacer balance a mitad de camino, donde el presidente de la Hermandad del Rocío de Huelva, Antonio Sánchez de Piña, apuntó algunas incidencias de fracturas –algunas tuvieron que ser intervenidas en el hospital– o bajadas de azúcar. Un punto médico también atendió a los peregrinos que lo necesitaron en la explanada de Gato. Mientras tanto numerosos romeros tomaron de nuevo las arenas para ir por delante de la comitiva con un paso más pausado y gestionando las fuerzas hasta la aldea. El resto tomó el surco que dejó la carroza para continuar por un camino repleto de altos pinares con el que se abraza al medio ambiente de la manera más hermosa que uno pueda imaginar.

El simpecado de Huelva en La Charca. El simpecado de Huelva en La Charca.

El simpecado de Huelva en La Charca. / Josué Correa

El siguiente punto álgido de la jornada era la esperada charca, en el arroyo de la cañada. Allí, con más de dos horas de antelación, muchos peregrinos de la Hermandad de Huelva vieron pasar los últimos carros de la Hermandad de Cartaya, una estampa novedosa. A partir de ahí, comenzó a llenarse de fe y devoción los alrededores del espacio. Sentados o apoyados en las barras de madera que delimitaban las zonas acotadas por seguridad para parte de la caballería que llegaría después delante del simpecado. Alguna sevillana anónima o las palmas por Huelva fueron la banda sonora del tiempo de espera.

No se quedó atrás la cantidad de bautizos que tuvieron lugar en el bendito agua rociero. Numerosas personas que hicieron el camino por primera vez y que sellaron su suerte a la devoción de la Blanca Paloma en los caminos romeros. Con algo más de antelación que otros años, sobre las 19:00, apareció el simpecado envuelto en una gran polvareda y ante el clamor de los rocieros. Oraciones y sevillanas pusieron la devoción en boca de todos en uno de los momentos más esperados del día, que en esta ocasión, se acortó más que en años anteriores.

Y ya no restaban apenas kilómetros para que en el barrio de Las Gallinas se anunciase que llegaba Huelva. Cientos de personas arroparon a la hermandad que llegaba a la aldea de la Reina de las Marismas. Se hizo la noche en El Rocío y entró la luz de Huelva. Los colores de la primavera.

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