Uno de los momentos más esperados del camino ha llegado. El simpecado de Huelva llega al charco en el que una gran expectación le espera para cantarle la Salve. Un ir y venir de peregrinos que aguardaban para vivir este momento tan especial donde el sentimiento rociero se desborda. Las guitarras ya sonaban unas horas antes en el arroyo y los romeros acompañaban con las palmas al compás.

Los rocieros se bautizaban con la promesa de volver un año más y cuando se acercaba el momento los nervios estaban a flor de piel. Unos instantes mágicos, de fondo, con la polvareda se adivinaba la silueta del simpecado que se paraba en el charco para que todos le rezaran. Sevillanas y salves que se escuchaban desde la aldea resonaron en el cielo y el sentimiento de Huelva se hizo Rocío. Por los que están y por los que no han podido vivirlo, una tradición que cada año se supera y que ahora tiene más expectación que nunca.

En el momento todo se hizo silencio, el tiempo se paró y el amor por la Virgen se hizo latente. Un simpecado rodeado de amor y una hermandad que cada año crece con fuerza. Las palmas al compás, los vivas brotaban de todos los peregrinos y las emociones dieron rienda suelta. Todos los presentes enjugaban sus lágrimas acordándose de todas sus promesas. Las sevillanas no tardaron en comenzar con el sonido de la guitarra acompañado de los cascabeles de los mulos del simpecado. Para culminar este momento la Salve unió a una hermandad dedicada a la Blanca Paloma que ya anda nerviosa por su llegada.