Tribuna

Pentecostés de Esperanza

  • La celebración de este año debe espolear nuestra esperanza rota por tanto sufrimiento

Los fieles de toda la provincia se desplazaron hasta Almonte para estar con la Virgen del Rocío.

Los fieles de toda la provincia se desplazaron hasta Almonte para estar con la Virgen del Rocío. / Josué Correa (Almonte)

Santiago Gómez Sierra, obispo de Huelva Santiago Gómez Sierra, obispo de Huelva

Santiago Gómez Sierra, obispo de Huelva

La Romería del Rocío, que tampoco podremos celebrar en este año 2021, es la manifestación más característica del fervor popular en torno a la Virgen del Rocío, pero no agota, ni mucho menos, todo el caudal devocional rociero, tan antiguo como extendido geográficamente. Dicha romería tiene lugar en lo que se denominaba Pascua del Espíritu Santo, es decir, en Pentecostés. Y, coincidiendo con esa solemnidad, la Hermandad Matriz de Almonte, ha bautizado en esta ocasión a dicha conmemoración como “Pentecostés de Esperanza”.

Varios motivos refuerzan esta denominación, la primera la esperanza de poder celebrar la Romería en el año 2022, anhelando el fin de la pandemia que nos aflige. Pero no menos importante es señalar a la Virgen como la auténtica esperanza en esta tribulación. Y María es la esperanza porque ella nos la muestra en sus manos: Jesús. Como recordaba el papa Benedicto: “para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo?” (Spe Salvi, 49).

Un himno mariano del siglo IX nos describe a la Virgen como estrella: “Salve, del mar Estrella,/ Salve, Madre sagrada/ de Dios y siempre Virgen, /Puerta del cielo Santa”. En el mar proceloso de la historia nos encontramos tempestades como la de la pandemia, y nuestros ojos se vuelven a la Virgen para que nos mire con sus ojos misericordiosos. Esa actitud es histórica en la devoción rociera, no en vano, Muñoz y Pabón lo expresó en sus famosas seguidillas: “Salud de los enfermos, /Rosa temprana, /Estrella reluciente de la mañana”. En esa mañana, que nos recuerda el amanecer marismeño, lleno de luz y de limpieza, ¿no está sugerido el amanecer de la Pascua, el Día en que actuó el Señor, siendo nuestra alegría y nuestro gozo? (Cf. Sal. 117).

En Pentecostés se produce la efusión del don de la Pascua. Y, precisamente, Pentecostés en este año ha de espolear nuestra esperanza, la esperanza del mundo, rota quizá por tanto sufrimiento: muerte, enfermedad, problemas económicos y sociales subyacentes a la pandemia…; los pobres más pobres. Y el Espíritu Santo, el don más preciado del Resucitado, renueva, una vez más, a la Iglesia, que se reúne en torno a María, como hizo en el primer pentecostés. Ese Espíritu que es “Padre amoroso del pobre”, que es “gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”, se vuelve a derramar sobre nosotros ahora. Este Pentecostés de Esperanza nos invita a purificar, renovar, encender y alegrar las entrañas del mundo (Cf. Himno de Laudes). Alegrar las entrañas del mundo, ahora, es no ser indiferentes a las consecuencias de la pandemia y testimoniar con hechos concretos la paternidad amorosa del pobre.

Como decía Benedicto XVI, “no hay Iglesia sin Pentecostés y no hay Pentecostés sin la Virgen María” (Regina Coeli, 23-V-2010). Vivamos este Pentecostés con esa actitud. Cuando aún se echan en falta tantos momentos hermosos de la secular Romería del Rocío, cuando los caminos no son testigos de bellísimas estampas, cuando no se oirán los vítores enardecidos de los rocieros a la Madre de Dios… A pesar de todo ello, la Virgen sigue mostrándonos la verdadera razón de nuestra esperanza. Sólo así conseguiremos gustar en Pentecostés que “el mundo brilla de alegría” y se “renueva la faz de la tierra”.

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