La aventura soñada | Crítica

Nostalgia de la aventura

  • Thierry Thomas indaga en un libro en la figura icónica de Corto Maltés, trasunto de su siglo y también de su autor, Hugo Pratt

Corto Maltés, por Hugo Pratt.

Corto Maltés, por Hugo Pratt. / D. S.

Dentro del inmenso trastero de iconos que nos ha legado el siglo XX, encontramos uno singular: este individuo espigado, con pantalones de campana y la visera de la gorra sobre las dos patillas como alfanjes, los ojos mínimos, concentrados en estudiar el horizonte en blanco, mientras un cigarrillo humea desde el labio inferior y detrás, en el vacío, las gaviotas tiemblan. Aun cuando no se haya visitado ninguno de sus álbumes (situación de la mayoría de la gente), la imagen es fácilmente reconocible: Corto Maltés. Pero ¿quién, o qué, es Corto Maltés? La tercera sección de este volumen de Thierry Thomas (Él y nosotros) trata de responder a esa incógnita: "¿Qué admiramos en Corto? ¿Un organismo cuya consistencia hay que buscar del lado del vacío o del lado de lo pleno, del agua o del aire, de lo negro o de lo blanco?" Nudo de contradicciones, aventurero sedentario, redentor melancólico, Corto es un trasunto del siglo que lo vio nacer y, sobre todo, del hombre que lo concibió: el italiano Hugo Pratt, al que la leyenda y los malentendidos encumbraron en la mitología a un nivel apenas inferior al de su criatura.

Pues de eso trata este librito devoto de Thomas: de mitología. A pesar de haber merecido el Premio Goncourt de Biografía Edmonde Charles-Roux 2020 (leemos en la contraportada), se trata menos de una semblanza que de, como reconoce el subtítulo, "un retrato" del historietista en cuestión. Mejor apéese quien busque fechas, datos, precisiones sobre lugares y personas, esas circunstancias menores sobre las que se construyen los registros civiles: lo que tenemos aquí es una evocación apasionada, en primerísima persona, de un ídolo de juventud y el orbe que lo rodea. Así que, tanto o más que de Pratt (y de Corto), La aventura soñada es un libro que habla de Thierry Thomas: cómo nació y creció en una pequeña ciudad de provincia fronteriza con los Alpes, cómo desde muy niño sintió la llamada paralela de la bande dessinée y el acento italiano, cómo peregrinó en diversas ocasiones a la península vecina para entrevistarse con sus dos monstruos, Federico Fellini y el propio Pratt. Al que, a través de diversas aproximaciones, estampas, recuerdos, trata de reducir a un molde sin conseguirlo del todo: porque, vividor y descabezado, insoportable y genial, Pratt eludía compulsivamente cualquier tipo de definición.

Apéese quien busque fechas, datos, precisiones: aquí hay una evocación apasionada

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

A todo esto, según se deja leer entre líneas en un capítulo y otro (la Wikipedia puede rendirnos servicio como hilo conductor), Ugo Prat, convertido luego en el Hugo Pratt que inmortalizaría el noveno arte, uno de las mayores lumbreras de lo suyo, nació en Rímini de una familia de antecedentes judíos y se mudó de inmediato a Venecia, de donde una juventud rocambolesca, calcada de una novela de Julio Verne, lo trasladaría a Etiopía, Argentina, Londres, y luego a Italia de nuevo. Fotógrafo, dibujante y escritor, cazador, montañero y navegante, mujeriego empedernido por encima de todo, Pratt es fácilmente reconocible en el estilo que le ha convertido en un clásico: contra el universo cerrado de la línea clara (Hergé, Jacobs), contra la anarquía psicodélica de los fumetti de nueva ola (Crepax), él intenta una revisión de los héroes juveniles (el pirata, el soldado, la mujer fatal, el jefe de la tribu) pasados por el tamiz y el desengaño de la edad madura. Hay en Pratt, en Corto Maltés, en Los Escorpiones del Desierto, una búsqueda de libertad condenada de antemano a la derrota, una nostalgia casi hiriente de los viejos relatos de aventuras decimonónicos que se han quedado sin mapas que recorrer. En este sentido, tanto el título como el talante de la obra de Thomas aciertan en el corazón del asunto: más que ser vividas, las aventuras de este ceniciento siglo XXI sólo se pueden soñar.

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