Esta semana hemos conmemorado el Día Internacional para Erradicar la Violencia contra las Mujeres y han sido muchos los actos, concentraciones, marchas y comunicados que han denunciado la lacra que supone para una sociedad supuestamente avanzada tener entre sus miembros a salvajes maltratadores. Y para que quede claro que esta trágica realidad está aún muy lejos de desaparecer también se han sumado nuevos nombres a la lista de fallecidas a manos de quienes en algún momento fueron sus parejas. A la hora de escribir estas líneas son ya 40 las lápidas que se han esculpido este año, una cifra que debería avergonzarnos como seres humanos. Pero la cosa no queda ahí y sólo en Huelva hay 311 mujeres que tienen que vivir a diario con protección policial ante el riesgo de sufrir algún ataque o agresión. Escalofriante.

De todos los discursos repetidos durante esta semana, me impresionó y emocionó sobre manera el que Adela García, la fiscal encargada de la sección de Lucha contra la Violencia a la Mujer en la Audiencia de Huelva, dio el viernes al recoger su merecida Medalla de Oro de la Provincia. Fueron palabras cargadas de sentimiento y cierta impotencia. Desde su experiencia de décadas especializada en esta materia, García reclamó medios a las administraciones, solidaridad a la sociedad y desprecio hacia los violentos. Y lo hizo al final de su parlamento en nombre de todos los premiados, ya sin papeles por delante. Con el corazón en la mano y las emociones a flor de piel.

"No juzguen a las víctimas", suplicó. "Cualquier mujer de las aquí presentes puede serlo y es fácil verlo desde fuera", reclamó. "Cuando una mujer llega a denunciar le han quitado su autoestima, la han hecho dependiente emocionalmente y le es muy difícil salir de ese ciclo de violencia", clamó. "El mensaje que debe recibir es siempre que vamos a estar allí", exigió. Fueron frases emotivas y cargadas de razón. Palabras para romper barreras, eliminar tabúes y despertar conciencias. Sentencias lanzadas desde la experiencia de quien ve en su quehacer diario a un rosario de mujeres desvalidas, desnortadas y aterrorizadas, acudir a sus dependencias para admitir que su vida se ha convertido en un infierno y un fracaso. Pongámonos en ese lugar. Pensemos sólo por un momento qué haríamos nosotros si viviéramos ese calvario. Da miedo solo imaginarlo.

Adela García es una mujer luchadora a la que no conozco personalmente, pero su llamamiento a movilizar conciencias, a no ser permisivos con según qué comportamientos, a tener mil ojos con el uso que nuestros hijos hacen de las redes sociales ha de llevarnos a una profunda introspección. Debemos exigir medios para prevenir hoy los dramas del mañana. Educar a nuestros jóvenes en valores como la convivencia y el respeto al prójimo. Y concienciar a los que ya son mayores de que ante la barbarie del maltratador no cabe más opción que la denuncia y el repudio social. Porque cualquiera podría ser mañana una víctima. Y seguro que no le gustaría ser juzgada.

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