Ya se atisba la aurora de Agosto. Por la barra de Saltés la corriente de la ría parece que entra con más fuerza, con más alegría queriendo tratar los efluvios de la mar cercana. Por el Conquero, Huelva divisa desde su perenne puente de mando el infinito océano que trae mensajes de historia conocida, querida, y que es brisa y sangre para el corazón onubense.

El caluroso Julio se marcha después de dejarnos ardiendo el caminar del verano. Una sirena varada en la orilla de la playa escucha en el eco de su invisible caracola una mañana de olas anunciadas, que agosto llama nuevamente a la puerta de nuestra historia cinco veces centenaria para recordarnos que la ciudad despierta a sus fiesta marineras anuales.

La historia se repite en el corazón de los onubenses. Sobre las aguas del río Tinto tres carabelas aguardan levar anclas e izar las velas para poner rumbo a lo desconocido, a un mar que llama a la aventura y a unas tierras que desde siglos esperan la llegada de esa luz que ilumine su nuevo futuro.

En lo alto de una colina que los romanos consagraron a la diosa Proserpina, la fe cristiana elevó un faro de amor y tradición, que bajo el nombre de Santa María de la Rábida, acogió la humildad, la oración y el trabajo silente de la caridad, para convertir un pequeño cenobio en lo que iba a ser nada menos que el Portal de Belén de un Nuevo Mundo.

Y junto al cariño del río Odiel, una ciudad que se llamó con diversos nombres en civilizaciones distintas hasta llegar a la entrañable Huelva de nuestros días, se prepara para recordar toda una historia que compartirá con todo el mundo occidental, como madre de unas naciones que por nosotros tendrían nuestra misma lengua, sentimientos y costumbres en una tradición irrevocable y permanente para nacer a una nueva cultura, que sin olvidar las suyas ancestrales, daría brotes de progreso a todo un continente. La primera semana de Agosto es para todos como una estampa sencilla, popular y alegre de la expansión de un pueblo que quiere romper sus fronteras cotidianas para una exaltación ciudadana, y vivir la sana alegría de una noche de estío, bajo el influjo cargado de recuerdos históricos, de unión familiar y canto marinero.

Los que hemos vivido muchas celebraciones de nuestras Fiestas Colombinas en distinta épocas, momentos y circunstancias, podemos afirmar que a pesar de los años, de sus emplazamientos y montajes, siempre a la vera del Odiel, el espíritu que anida en lo más profundo de su conciencia siempre es el mismo.

Desde aquel Agosto del año 1880 en que la Sociedad Colombina Onubense y el Ayuntamiento de Huelva hicieron nacer los festejos populares, unidos a las celebraciones históricas y culturales, una bandera llena de sentido americanista en el sagrado amor de la Hispanidad ondea a ese viento andaluz y español, marcando un mismo camino que entre las estrellas y el océano Atlántico nos llevan al punto omega de nuestra Historia: el Descubrimiento de América.

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