Pasado ya el Carnaval, Montoro, ante los más de trescientos mil millones de euros en las manos (el total de los Presupuestos Generales del Estado para 2018), ha decidido hacer de Rey Mago y repartirlos sin hacer las necesarias prioridades, a fin de a todos les llegue algo. Así, el Consejo de Ministros ha aprobado unos Presupuestos que miman especialmente a las familias numerosas, que rebajan el IRPF en 2000 millones de euros, bajan al 10% el IVA del cine mientras suben las pensiones, el sueldo de los funcionarios o el salario mínimo. Claro está que como solamente es un disfraz, ya se han levantado voces advirtiendo que esas subidas proceden de invertir menos en políticas sociales.

Pero no se trata del Gobierno actual, ni tampoco del anterior. Elaborar un presupuesto para el país no se rige por patrones de justicia y equidad. No se le dedica mucho tiempo a analizar qué les toca a los que disponen de menos recursos y apenas se reflexiona sobre otras alternativas. El objetivo final para que sea considerado un buen Presupuesto para 2018 es que no provoque costes electorales sin ni siquiera contemplar la posibilidad de perder votos para ganar ecuanimidad.

En este canje se ha transformado aquella democracia ateniense que daba el poder al pueblo. Aquella democracia de Pericles, basada en la igualdad, que defendía que no podía haber diferencia de oportunidades para acceder a la vida pública por razones de riqueza o de origen, se ha convertido en una vulgar hucha de votos, en una caza desenfrenada de votantes. Los presupuestos se elaboran así a escala nacional, autonómica o local (¿alguien duda que los barrios más mimados por el Ayuntamiento onubense sean aquellos que más votos puedan darle? Quién se cuestiona que los millones que se ha llevado el Recreativo se debe más al número de aficionados que apoyará al actual equipo municipal que al valor en sí del Decano). Decía Lenin que "hacer política es andar entre precipicios", pero hoy hacer política es conseguir votos.

La cuestión es que han perdido importancia las causas, ahora lo que importa son las consecuencias de los hechos. La teoría política ha dejado de ser útil y ha abandonado la lucha de ser tenida en cuenta. Por eso no son imprescindibles políticos formados. A pesar de todo, transcurridos 25 siglos y conocidas diferentes formas de gobierno, parece haberse llegado a la conclusión de que la democracia actual, universal, dinámica y adaptativa, es el menos malo de los sistemas políticos.

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