Semana de Laetare

Son quince días de gloria para andar junto a Él en esa Vía Sacra que ilumina la leyenda de Cristo

Entre tanto barullo de ensayos, besamanos, pregones y quinarios, el pasado Domingo de la Rosa nos pasa de puntillas y con él, la alegría que anticipa con la celebración de la Pascua, o sea que, después de haber pasado esos cuarenta días de oración, ayuno y limosna, que es la Cuaresma, alrededor de este inmenso desierto repleto de miseria, vanidad, indiferencia y soberbia, nos llega esta simbólica hora en la que el gozo contenido se manifiesta ante el inicio de la Pasión (la referencia bíblica de tal excepcional suceso nos habla del profeta Isaías cuando clama: "Alégrate, ¡oh! Jerusalén").

Pero este domingo es, desde otra óptica, la cita del mundo cofrade con quien ha de vaciar su mirada interior sobre aquellos pasajes que recorren la vida de Jesús, desde la instauración de La Cena hasta la Resurrección, pasando por la larga andadura de su persecución, condena y martirio de cruz.

Y aquí llega lo que algunos no pueden entender: que se exprese desde la condición de un creyente de a pie toda esa gran tragedia, desde la percepción gozosa con que solemos compartir por esta tierra la aventura de Dios y su definitiva alianza con el hombre.

Y aquí también, esa literatura pregonera con distintivo propio, con memorial de viejos hermanos que iniciaron esta sublime catequesis, con ese rico anecdotario testimoniado en la estación de penitencia, de tantas oraciones en silencio, tanto ruego, de tanto sueño oculto, a la espera de que Él o Ella, aparezcan por aquel quicio donde nos encontrábamos siendo niños.

En estos siete días comienza a desvelarse esa lección de vida que no puede aprenderse en los campus universitarios, que no explica la didáctica filosófica, que desborda el análisis racionalista y, sin embargo, prende con sencillez en la sabiduría popular, en eso que llamamos tensar los pulsos y abrirnos las celdillas del alma en un trocar de la desolación por una intuición del amor infinito, de saber que la cruz es la enseña de nuestra liberación.

Son quince días de gloria para andar junto a Él en esa Vía Sacra que ilumina la leyenda de Cristo y la transmite, por generaciones, a los hijos de un pueblo que abraza al nazareno, donde rezar es cantar y morir es vivir, donde la cruz abraza a quien oye: alégrate, alégrate, porque llega la luz de la candelería para saciar el grano de la Semana Santa.

Gozaos de la estación de penitencia porque es gracia de Dios.

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