Dentro de poco empezarán las obras del carril bici. Unas obras que suelen venir cargadas de polémica, porque la bicicleta se sigue considerando un estorbo en las ciudades. Los ciudadanos no quieren renunciar a una sola plaza de aparcamiento, los comerciantes creen que un carril bici en su calle no aporta nada, los transportes públicos se sienten incómodos con este vehículo tan frágil y tan imprevisible, los peatones no terminan de entender las dinámicas de circulación de la bicicleta, y siempre terminan respingando. Y por ende: no queremos gastarnos un solo euro en carriles bici, por más que estas infraestructuras tengan un coste infinitamente menor que lo que suponen las de los vehículos pesados.

Esta polémica está perdida, lo he dicho muchas veces. Porque ya viene viciada, al igual que esas tertulias de la tele donde nadie cambia jamás de opinión. El debate del carril bici es posterior al de la movilidad, y ese, el de la movilidad, aún no se ha resuelto. Hay que decidir qué ciudad queremos. ¿Vamos a sacar los coches particulares de las zonas céntricas? Somos conscientes de que el modelo heredado genera mucha contaminación, pero ¿estamos dispuestos a hacer la transición a un modelo basado en el transporte público? Una vez que se toman decisiones las ciudades no quieren volver atrás, pero hay que tomar esas decisiones. Y la bicicleta no es una alternativa a esta forma de movilidad, sino un apoyo más entre un amplio abanico que habrá que diseñar. ¿Queremos una ciudad diseñada para el peatón, con amplias zonas verdes, con carriles multimodales por los que circular en bici, patín o en esos cacharros eléctricos que empiezan a extenderse? Pues hay que decidirlo.

Por eso insistimos en no meternos en debates perdidos de antemano. Primero decidamos sobre la movilidad y el modelo de ciudad. Luego, si se tercia, hablemos de la bici. Hacerlo al revés es poner a los ciclistas en el ojo del huracán y enfrascarnos en una guerra entre detractores y defensores de la bici que no conduce a ningún sitio. Es más: creo que muchos ciclistas urbanos preferimos que no se invierta en carriles bici, porque si no se ha resuelto antes el modelo de ciudad salen churros como el que hicieron hace unos años, que se hacía pensando (aunque torpemente) en el ciclista, y no pensando en la ciudad. No sé si me explico: si las inversiones previstas están orientadas a ir remodelando esta ciudad hacia una movilidad más sostenible, equilibrada y limpia, entonces adelante. Si lo que se pretende es contentar al ciclista urbano, mejor los dejamos porque la polémica no compensa, nos convierte en diana fácil y objetivo de odios absurdos, cuando lo único que queremos es movernos en bicicleta. Nada más. Y nada menos.

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