A lo largo de casi veinte años publicando esta columna, no es la primera vez –ni creo que sea la última– que nuestro entrañable Conquero, eterno símbolo, singular y privilegiado, de la ciudad, ayer, hoy y siempre, ha inspirado e ilustrado este espacio de opinión, en el que hubo siempre un reproche por su estado, su general abandono y la falta de un aprovechamiento en diversos sentidos de sus atractivos. El Conquero no ha visto mejorada ni adecuadamente utilizada su peculiar estética natural. Todo lo contrario: edificaciones excesivas, mal situadas, proyectadas y elevadas en una época en que todo valía al capricho de entidades o administraciones ajenas a toda voluntad ciudadana y realizaciones posteriores, exentas de toda identificación con el propio territorio natural, auténticos adefesios, presuntamente ornamentales, absolutos testaferros de la verdadera adecuación al entorno y hoy deteriorados por el tiempo, la intemperie y la falta de atención, consecuencia lógica de los errores técnicos y poco apropiados de su instalación. Todo ha contribuido a afear más el paisaje en lugar de favorecerlo como debió ser su destino.

La imagen idílica del Conquero que nos remite a las muestras gráficas de otra época ya lejana y a esos encantadores dibujos de Pepe Caballero, en sus impagables Cuadernos de Huelva, en su visión nostálgica y evocadora de lo que hoy es una especie de paraíso perdido, ha visto ya prácticamente malograda la mayoría de sus atractivos. Los de ciertas construcciones como Villa Rosa, las casas de los viejos huertos con su sencillez rural y su peculiar colorido, sus vaguadas, los antiguos callejones y los rincones más genuinos de los cabezos que configuran la morfología de la zona y no digamos ya su peculiar vegetación hoy tan sensiblemente deteriorada. Sus peculiares cabezos, que ocupaban apéndices encantadores de su privilegiada pero mal ordenada y desaprovechada orografía, han ido despareciendo, hollados por diversas edificaciones y otros esperpentos urbanos. Ahora, desgraciadamente, debatimos sobre La Joya, que, además de dar su nombre al legendario cabezo, es expresión cabal de todo este mágico territorio además del impagable tesoro arqueológico que alberga, más valioso aún si añadimos su belleza paisajística, reconozcamos que es una aberración plantearse en uno de los últimos reductos de esa Huelva inimitable un proyecto urbanístico en nombre de cierto progresismo falso e impostado.

Afortunadamente hace unos días el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) aprobaba la anulación de este Plan Especial de Reforma Interior del Cabezo de La Joya que proyectaba la construcción de cuatro bloques de viviendas, por ahora definitivo, salvo recurso al Tribunal Supremo que pudiera plantearse y revocar el fallo del alto tribunal andaluz. Esperemos que la justa sentencia acabe de una vez con este proyecto, toda una amenaza contra esta auténtica joya del patrimonio arqueológico de Huelva.

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