Fumadores y gordos

26 de abril 2010 - 01:00

UNO de los pretextos más frecuentes de los adictos al tabaco para no quitarse es que dejar de fumar produce un efecto automático: que se engorda. Y siempre hay en los alrededores alguien que lo corrobora en base a su propia experiencia. El tabaco quita el apetito. Dejarlo, pues, lo abre y hace que uno coma más, y si se come más y no se queman calorías, se engorda. No falla.

Este razonamiento se ve fortalecido por la irresistible tendencia del hombre contemporáneo a plegarse al canon estético de la delgadez, que a su vez se refuerza por el hecho incontestable de que la delgadez -siempre que no responda a una patología- es más saludable que la obesidad. El resultado final es que la gordura está intelectualmente en franco declive, aunque cada vez hay más gordos en el mundo. Son malmirados, eso sí. Tanto como los fumadores.

Quedamos, pues, en que fumar ayuda a que comamos menos y, en consecuencia, a que podamos mantener la figura, y en que dejar de fumar lleva a un incremento del peso. Bueno, eso pensábamos hasta que un grupo de investigadores de la Universidad de Navarra ha publicado en la Revista Española de Cardiología las conclusiones del informe que han elaborado tras el seguimiento y control de más de siete mil personas durante cuatro años: las personas que dejan el fumeque engordan, de acuerdo, pero las que siguen fumando engordan más que las que no han fumado nunca. Así pues, si se quiere estar esbelto y sano lo mejor es no fumar jamás, lo segundo mejor es continuar fumando y lo peor de todo es dejarlo si se es fumador (la acumulación de grasa está asegurada).

Lo que pasa es que, alcanzado cierto grado de adicción, el fumador compulsivo ya sabe que el vicio le está causando graves problemas de salud, que pagará tarde o temprano, y no está en condiciones de ser disuadido por consideraciones acerca de su peso. Normalmente el empedernido se somete a un envenenamiento tan intenso que le es difícil pensar en dejarlo sólo porque eso le conduzca al engorde y sus consecuencias, también negativas.

El único motivo serio para fumar hoy en día por placer -dejo aparte, pues, al enfermo de tabaquismo- es la costumbre o una forma primaria e irracional de rebeldía. Está tan mal visto socialmente y se van reduciendo tanto las posibilidades de encender un cigarrillo que a ciertas edades se fuma por rechazo a la prohibición de fumar. El primer cigarrillo era para muchos adolescentes la primera forma de transgresión y la primera ocasión de sentirse mayores. Ahora es otro mecanismo transgresor. Una propuesta irracional y peligrosa de protesta ante la sociedad.

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