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Ignacio F. Garmendia
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Políticamente incorrecto
HACE veinticinco años, en Casares (Málaga), se hizo una suelta de cien palomas para conmemorar el centenario del nacimiento de Blas Infante, ocurrido el 5 de julio de 1885. Por entonces, sólo los andalucistas se ocupaban, en realidad, del padre de la patria andaluza. Por eso, el PA concentró en la plaza del pueblo a toda su plana mayor con el fin de rendir homenaje a su figura. Han pasado cinco lustros y algo ha cambiado la situación. Por un lado, no queda más remedio que aceptar que su nombre no lleva aparejado el desconocimiento de antaño y eso es positivo. Y, por otro, cuando la ocasión lo propicia, es del todo evidente que ya hay más grupos y líderes que no tienen inconveniente en ensalzar su obra y su trayectoria. Sin embargo, en relación con esto último no se puede, sobre la marcha, calificarlo de la misma manera pues eso no significa que verdaderamente lo asuman tal cual fue y en todas sus consecuencias. Muchas veces, detrás sólo hay un intento de neutralización para evitar que quienes sinceramente lo reconocen puedan sacar alguna ventaja por cualquier razón.
Pero lo auténticamente preocupante es algo que viene avanzando de manera cómoda y fácil. A fuerza de querer difundir la importancia histórica de todo lo blasinfantiano y de recalcar que constituye un patrimonio esencial de todos los andaluces se ha llegado a configurar la creencia errónea de que cualquier interpretación de su pensamiento y de su acción política es válida, dando contento a unos y a otros, sea cual sea la corriente ideológica. Sorprende así, que lo mismo jacobinos que los totalmente opuestos se apresten a encontrar identificaciones para procurar apropiarse o, por lo menos, sacar tajada de su legado. Para esto el procedimiento que se sigue no es complicado, basta con buscar alguna frase en algunos de sus escritos, se saca de contexto y, sobre todo, se olvida la parte medular de lo que lo caracterizó, de aquello que lo llevó a ser vilmente asesinado: su inmenso amor por Andalucía y el pensar y el sentir siempre desde, por y para ella, tomándola permanentemente como el punto de cruce de las coordenadas desde donde construir cualquier referencia política y, asimismo, la vida. Al proceder anterior hay que añadirle otra maniobra más y es la de no contemplar su evolución, como, por ejemplo, si en 1931 su discurso fuera el mismo que en 1915 con respecto a ese centro vital mencionado. Resulta curioso, entre otras tantos detalles, que cuando el PSOE, PP o IU citan del Ideal Andaluz lo que se dice de España nunca se hagan eco del federalismo/confederalismo que albergada el ilustre notario o del Manifiesto Andalucista de Córdoba. La vida, la obra y el pensamiento de Blas Infante, por mucho que lo intenten, no sirve para ser café para todos. El andalucismo es otra cosa.
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