LINFEN es la ciudad más contaminada del mundo. Nunca luce el sol y sus vecinos no pueden hacer la colada a la intemperie porque la ropa se ensucia antes de secarse, según contaba El País. Está en China, un país gigantesco que ha descubierto el capitalismo más salvaje regido por el Partido Comunista más fuerte. El único país que desafía con éxito la regla histórica de que el desarrollo económico termina por liquidar las dictaduras.

¿Cómo lo hacen? Por un lado, trabajando mucho. Como chinos. Y en condiciones de explotación que pocos europeos aceptarían: sin derecho de huelga ni sindicatos, sin subsidio de desempleo ni negociación colectiva. También sin derecho a quejarse, porque no existe libertad de expresión (¡hasta internet está controlado!), y sin posibilidades de promover un cambio de política, porque no hay más partido que el Partido. Un sistema insólito que remueve la tumba de Mao: el marxismo-capitalismo. De la dictadura del proletariado a la dictadura sobre el proletariado y sobre todas las demás clases sociales, excepto la clase gobernante.

El mundo se ha llenado en los últimos años de productos fabricados en China. Carentes de calidad y de las más elementales normas de higiene y seguridad, pero baratos. Por las condiciones laborales antes citadas, y también por el desprecio absoluto a la naturaleza y al medio ambiente. Según el Banco Mundial, de las veinte ciudades del mundo con mayor polución del aire dieciséis son chinas. China es el principal emisor de anhídrido carbónico del planeta. El plomo que se desprende de los procesos industriales en la ciudad de Tianying no se depura por ningún método, sino que es absorbido por los cereales que se cultivan en la zona, donde se han detectado metales pesados con unos índices 24 veces superiores al máximo establecido. Los ríos bajan marrones, la nieve es negra en algunos territorios y sobre Pekín menudean las tormentas de arena. En Shanghai, sede de la próxima Exposición Universal, los cánceres del aparato respiratorio se duplican cada siete años. Etcétera.

China se acerca al momento en que destronará a Japón como segunda potencia económica del mundo. Superpotencia política y militar ya lo es. Conviven en ella realizaciones, descubrimientos, tendencias y progresos del siglo XXI con sistemas de producción y acumulación de capital que recuerdan a la Europa preindustrial de hace dos siglos y medio. Encima, a sus gobernantes no se les puede ni toser. Son recibidos en todas partes con bienvenidas y agasajos. Tienen la prepotencia de los nuevos ricos y la audacia de los conversos ideológicos. Ya no vienen a poner restaurantes con rollitos de primavera, sino a comérselo todo. El peligro amarillo.

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