EL caso Sotres es un caso raro. De esos que nacen de la ingeniería futbolística de algunos representantes y clubes con final incierto. Hasta el momento, en Huelva hay mucha curiosidad y poca polémica sobre un asunto que en otras circunstancias hubiera sido todo un escándalo. Por ahora, el meta titular Cabrero está jugando bien, se encuentra en perfecto estado físico y, además, el equipo ha vuelto a la senda del triunfo. Miel sobre hojuelas. Sin embargo, tras la salida en el mercado de invierno del otro portero, Rubén, cubre su posición en las convocatorias del Recre un inexperto cancerbero de la cantera al que aún no ha llegado su momento. Un riesgo innecesario. Y todo porque, recapitulemos, Dani Sotres llega en enero a Huelva a escondidas para firmar por el Recre tras denunciar a su antiguo club, el Rácing, por falta de pago. Después, a Sotres, el club lo mantiene tapado en los entrenamientos del primer equipo durante varias semanas, impidiendo a la prensa acudir a estas sesiones. Y, finalmente, en febrero el Decano decide presentarlo oficialmente con el condicionante de que aún no puede jugar en la Liga Adelante. Vamos, todo tan surrealista como aquella presentación del delantero Ersen Martin con muletas.

Sotres, del que desconocemos en Huelva su valía, debe ser alta a vista de su presencia con la selección española en categorías inferiores, permanece en el más oscuro de los papeles. Está en el Recre pero no cuenta. Está en Huelva, pero no aparece. Está entrenando, pero no puede jugar. La pregunta, por tanto, que se hace el aficionado es: ¿para qué está? Solo el destino desvelará el protagonismo de un portero que comienzo a dudar de que exista de verdad. Quizás alguna intervención suya nos dé un ascenso. Quizás sea el aliento que faltaba en el vestuario. Quizás nunca juegue en el Recre. Quizás cueste 3 millones de euros o se venda por 5. Quizás nadie lo sepa, ni el propio Sotres.