Diego Lopa

William Martin, el hombre que nunca existió

Hoy se cumplen 70 años de la aparición del cadáver del supuesto militar en la costa de Huelva

Estaba a punto de amanecer cuando el submarino emergió en la superficie. La tripulación se alegró de respirar aire fresco y puro o todavía le satisfizo más librarse de su extraña carga. Quitaron las envolturas y el teniente saludó militarmente mientras colocaba, lo más suavemente posible, el cadáver de aquel oficial, que vestía impecable uniforme, en la superficie del agua. Soplaba una ligera brisa hacia la playa y la marea subió. De modo que Willie fue a la guerra, por fin, con sus galones de mayor en los hombros y una carta de su amada junto a su inmóvil corazón…"

Con estas palabras, sacadas de una novela sobre el mayor Martin escrita por sir Duff Cooper, comienza mi libro sobre la increíble historia que hace 70 años tomó Huelva como eje central de la Operación Mincemeat.

Sucedió en la madrugada del 30 de abril de 1943 y mientras que el submarino Sheraph, al mando de capitán Norman Jewell, se alejaba en dirección al estrecho de Gibraltar, el cadáver de un marino inglés con una carpeta de documentos atada a su cintura se dirigía a la playa del Portil. Esa carpeta contenía unas falsas cartas que debían inducir a los alemanes a creer que el desembarco de los aliados desde Túnez se alejaría de la cercana Sicilia para dirigirse a Cerdeña y el Peloponeso.

Cuando los padres de la idea, Edwen Montagú y Charles Cholmondeley, se enfrentaron, desde el MI5 a la compleja operación de engaño supieron que necesitarían de varios elementos para configurar la trama: un cadáver con determinadas condiciones, una identidad, una documentación falsa y un lugar donde lanzarlo al mar.

El cadáver debía haber fallecido por pulmonía para presentar similitud con una muerte por sumersión. Como identidad se le adjudicó la del capitán en funciones de mayor William Martin. La documentación iría en forma de cartas de miembros del alto mando aliado que se cruzarían datos falsos sobre los proyectos de desembarco y el lugar donde abandonarlo necesitaba de buena cobertura diplomática, tanto alemana como británica, así como unas determinadas condiciones meteorológicas que facilitasen la arribada del cuerpo a la playa.

El cadáver, según manifestaría años más tarde el Gobierno británico, correspondía a Glyndwr Michael, fallecido en el hospital de Saint Pancras de Londres, y la cobertura en Huelva, como lugar elegido para soltar el cadáver, estaba asegurada por ambos bandos, con la familia Clauss por parte alemana y Francis Haselden por la británica, además de unas favorables condiciones de coeficientes de mareas y de dirección del viento, suma de circunstancias más que suficiente para que el MI5 decidiese, con la autorización del propio Churchill, dar luz verde a la operación.

Resulta difícil entender como la Huelva pequeña y olvidada de la primera mitad de los años 40 guardaba entre sus habitantes las tramas de espionaje, comandos operativos y una amplia red de informadores que se movían por la ciudad, convirtiéndola en una pequeña Casablanca.

Con todo este bagaje, la aparición del cadáver convulsionó la pequeña ciudad que era Huelva. Idas, venidas, múltiples teorías sobre el trasiego de las supuestas cartas que, finalmente, consiguieron el propósito británico de lograr que los alemanes reforzasen las zonas de Cerdeña y los Balcanes, abandonando Sicilia, lo que sin duda evitó la muerte de miles de soldados de ambos bandos así como, posiblemente, un adelanto en el final de la guerra.

De aquellos días es difícil olvidar los nombres del Dr. Fernández Tormo y su hijo, el Dr. Fernández Contioso, forenses que con su diagnóstico muy bien podían haber tumbado la operación, dados los graves fallos que la documentación que acompañaba al cadáver presentaba en relación a la data de su muerte; José Antonio Rey María, el pescador que descubrió el cadáver flotando, y Francisco Morales, mi querido amigo Paco, única persona que vive en la actualidad de las que participaron directamente en aquellos convulsos días, junto a su padre Emilio como responsable de la funeraria La Magdalena. Sin olvidar a familias que aún permanecen en Huelva dos generaciones después: Naylor, Clauss, Nielsen. Todos ellos tienen un hueco en una de las más enigmáticas historias que rodearon el círculo del espionaje en la II Guerra Mundial.

Después de enterrado el cadáver del militar inglés en el cementerio de La Soledad en la calurosa mañana del domingo 2 de mayo, se han sucedido las teorías sobre su identidad e inclusive se cuestiona la posibilidad de que la tumba esté vacía. Aquella llamada telefónica a doña Isabel Naylor… "Señora no ponga más flores en una tumba que está vacía…"

He pasado muchas horas ante la tumba número 46 del sector San Marcos de nuestro cementerio, en la solitaria compañía de quien considero mi amigo Willie. Lo he hecho en emocionado silencio junto al enorme ciprés que aporta luces y sombras a la tumba como el subtítulo de una historia de intriga. Yo mismo he buscado múltiples caminos en pos de la verdadera identidad del ocupante de la tumba oculta bajo la leyenda: "Dulce et decorum est pro patria mori"… ¿Quién reposa en ella…? ¿Glyndwr Michael, Reginald Harrison, Evelyn Howells, uno de los 379 marineros muertos en el hundimiento del portaaviones Dasher…?

Esté quién esté, es mi amigo, se de él más que el mismo… Muchas veces le he llevado flores mientras le hago compañía, tantas que a veces siento que es para mí simplemente mi amigo Willie; conozco sus amores, sus aficiones, su familia y, sobre todo, conozco lo que hizo, aunque el no llegara a conocerlo.

Descanse en paz…

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