Marisa Fernández Serrat /

Neofeudalismo en el siglo XXI

La Verdad es Plural

15 de julio 2012 - 01:00

ALTA Edad Media, tiempos turbulentos en los que imperaba la ley del más fuerte. Los países padecían tales luchas internas que les imposibilitaba el ocuparse de los problemas que aquejaban a los territorios vecinos, pero cuando conseguían llegar a un entendimiento, sellaban firmes alianzas de compromiso y defensa mutua de sus intereses. La sociedad estaba fuertemente dividida entre la alta nobleza, los vasallos y los siervos. Los primeros, por su condición, estaban exentos de pagar tributos y cuando lo hacían, siempre era en condiciones favorables para ellos. Los siervos, en cambio dependían de su señor, para el que trabajaban y producían. Independientemente de los arbitrios que debieran otorgarle por la ocupación de sus tierras, estaban obligados a entregarle una parte de la cosecha. Cuando las necesidades del señor aumentaban, por excederse en los gastos o por el coste de los conflictos bélicos en los que concurría, reclamaba al siervo más tributo y más cosecha. Si no le era suficiente con lo recaudado exigía más y más. De nada servían las quejas de los vasallos, el señor satisfacía sus necesidades a costa de apretar más a sus siervos, que cada vez poseían menos.

Y "¡tachán!"… Casi sin darnos cuenta, de un día para otro, esta sociedad ha vuelto al Medioevo. Cómo imaginar que en plena cultura democrática, creyendo en la ley y en la justicia social, ahora, volvamos a sumergirnos en unas prácticas que estratifica y enfrenta a los grupos sociales: los parados contra los que trabajan, los que trabajan por cuenta ajena contra los que lo hacen por cuenta propia… La pirámide social medieval ha reaparecido y con fuerza. Arriba sigue la nobleza, el poder, protagonizado por los mercados, a continuación los vasallos, el gobierno de la nación, que les sirve fielmente. No habrá dudas de que son los funcionarios de este país los que están ocupando el papel de aquellos siervos que pagaban con sus diezmos y posesiones las deudas del señor. Y cuando el señor no tiene bastante, no pasa nada, ahí están los siervos-funcionarios poniendo su sueldo, su tiempo, su paga extra de Navidad, su trabajo y su dignidad. Lo que diga el señor, aquí estamos, a mandar. Que le expliquen a su superior que no pueden darle más producción porque no hay más, que sin escucharles les obligará a aumentar su horario semanal. Para que no nos falte nada en este cuadro feudal, también tenemos bufones (cómodamente sentados en sus escaños y con un buen sueldo que no se retrasa), cuya principal misión consiste en aplaudir al señor en sus bravuconadas. Y cuanto más dramático sea lo que éste cuenta, los bufones más aplauden y jalean y se regocijan. Sólo queda un consuelo: seguir la máxima francesa "el señor de mi señor no es mi señor".

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