Historias del Nuevo Mundo con sabor a Huelva

Las falsas castañas de Indias

  • Al Perú llegaron gentes de Aracena, Cortegana, Galaroza y Alájar que añorarían las castañas

  • Humboldt descubrió las castañas del Brasil, sin nada que ver con nuestro fruto serrano

  • Rayas y ajíes, un manjar popular

Fragmento del Atlas de Diego Homem (1565), en el que puede apreciarse el río Amazonas. Biblioteca Nacional, San Petersburgo.

Fragmento del Atlas de Diego Homem (1565), en el que puede apreciarse el río Amazonas. Biblioteca Nacional, San Petersburgo.

Antonio Pigafetta, que acompañó a Fernando de Magallanes en 1519, nos dejó una curiosa descripción de las batatas americanas, “ciertas raíces que tienen más o menos la forma de nuestros nabos y cuyo gusto se aproxima al de las castañas”.

¿Tuvieron la misma impresión los españoles que exploraron el Nuevo Mundo? Las batatas y camotes eran habituales en tierras americanas, al menos en las regiones tropicales que recibieron a los primeros colonos y aventureros. No sólo en las islas del Caribe, sino en las costas continentales que exploraron Cristóbal Colón, Vicente Yánez Pinzón o Diego de Lepe. Todos ellos pensaban que más hacia el Sur hallarían la forma de bordear aquel Nuevo Mundo y continuar hacia las míticas islas de las especias; todos ellos hicieron alguna escala en tierra para abastecerse, aunque castañas no hallaron. Así lo sanciona José de Acosta en 1590, quien deja claro en su Historia Natural de las Indias que almendras, nueces y avellanas había que importarlas de España y “de fruta basta y grosera, faltan bellotas y castañas”, porque se las consideraba alimento para el ganado.

Ahora bien, sí viajaba su recuerdo. Antonio Pigafetta conocía su sabor y también los onubenses que surcaron los mares, pues las estribaciones de Sierra Morena que dan forma a nuestra provincia, están pobladas de castañares desde comienzos del siglo XVI. Nueces, castañas y bellotas sembraban de fertilidad las fincas y los bosques, ofreciendo un sustento a los habitantes de villas y aldeas y alimento con el que cebar a los cochinos. Por eso no ha de sorprendernos que la gastronomía serrana cuente con este fruto y el mejor ejemplo lo tenemos en el potaje de castañas, un plato dulce en el que se cuecen en leche y se aderezan con canela, matalahúga, azúcar y una corteza de limón. Lástima que aquellos que iniciaban una nueva vida en el Nuevo Mundo tuvieran que renunciar a este manjar. ¿O no?

Al alborear el siglo XIX, el geógrafo alemán Alexander von Humboldt exploró el Amazonas y descubrió, por gentileza de los nativos, que había una nuez muy curiosa a la que bautizaron “castañas del Brasil”, aunque nada tienen que ver con nuestro fruto serrano. Esta semilla, también comparada con las almendras, las avellanas o las nueces, se incluye en un fruto de mayor tamaño similar al coco, de ahí que también se le llame “coquito”, aunque en tierras peruanas y bolivianas prefieren considerarlo una castaña. Rica en proteínas, carbohidratos y grasas vegetales, no conviene empero abusar de ellas, pues acumulan algunos elementos químicos que pueden resultar perjudiciales.

Pero ¿fue en el siglo XIX la primera vez que unos europeos probaron el fruto de la Bertholletia excelsa? Francisco de Orellana se adentró en las selvas del Brasil en 1542 y navegó por el río Amazonas. Cuenta fray Gaspar de Carvajal, superviviente de la expedición, que algunos nativos les proporcionaron maíz, batatas, miel y toda suerte de frutas, incluidas algunas nueces nacidas en altos árboles ¿Se hicieron con algunas de aquellas falsas castañas? A Orellana le acompañaron algunos aventureros onubenses, sobre todo de Moguer, aunque también los hubo de Ayamonte y Palos, pero ningún serrano, que sepamos.

¿Llegaron algunas castañas de Indias a las poblaciones españolas del virreinato del Perú? Allí llegaron gentes de Aracena, Cortegana, Galaroza, Alájar y tantas otras poblaciones serranas, que conocían y acaso añorarían las castañas y, por qué no, su potaje. Algunos no se olvidaron de su pueblo de origen, como atestigua el ostensorio eucarístico donado a la parroquia del Espíritu Santo de Fuenteheridos, de hechura peruana, o las donaciones documentadas en algunos testamentos, que sufragaron misas, dotaron capillas y hasta becaron alumnos. Recuérdese a un tal Alonso Romero, vecino de Almonaster que falleció en el Perú y legó una renta para enseñar a niños pobres. Vecinos de Aracena emprendieron surcaron los mares para afincarse en Trujillo del Perú, Lima, Cuzco o la tierra de los Charcas.

No sólo llegaron joyas y dinero. El tiempo quiso que otro fruto de la tierra incaica, la patata, proliferase en la sierra de Huelva. A finales del siglo XVIII ya hay constancia de su cultivo y consumo en Castaño del Robledo, Fuenteheridos y Valdelarco, aunque debieron ser más las poblaciones que las sembraban. Su abundancia mejoró la alimentación de las comunidades rurales y transformó su gastronomía, ofreciendo nuevos platos que hoy consideramos parte intrínseca de nuestras tradiciones. Así ocurre con el bollo de papas, plato típico de estas poblaciones, que suma a las patatas cocidas un refrito de ajos, cebollas, pimientos y tomates, enriqueciendo así la masa o puré.

La historia ha reunido en la gastronomía onubense y serrana a las castañas y las papas, una de tantas anécdotas del encuentro de dos mundos en nuestro entorno provincial.

La próxima entrega: Palmitos y piñonate en las Antípodas.

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