Calle Larios

Málaga: deje aquí su equipaje

A buen recaudo y con horario flexible.

A buen recaudo y con horario flexible. / Irene Bujalance (Málaga)

La advertencia de la antigua librería León había sido meridiana: lo que Málaga necesita son taquillas para que los turistas dejen su equipaje a buen recaudo y se paseen a gusto y a sus anchas por nuestras calles, visiten nuestros magníficos museos y disfruten nuestras terrazas soleadas. Porque no todo van a ser nómadas digitales, ni turistas residenciales de largo trecho, ni especuladores de alto standing: también está el turista ocasional, el que se baja del avión para pasar aquí un par de días, el de la despedida de soltero y la escapada de fin de semana, ése que, entre que entrega la llave del apartamento turístico y espera el transfer de vuelta al Aeropuerto, dispone de un buen número de horas para contribuir al sostenimiento económico de la ciudad. Y empezaron a campar, entonces, locales sin más gracia que una colección de taquillas para el reposo del equipaje hasta la hora del checking, como a la entrada de cualquier supermercado. Para ser honestos, el hatillo ajeno entraña siempre un misterio de poderosa atracción: cada vez que en el Aeropuerto alguien es convocado a un control en el acceso y conminado a abrir su maleta, allá que se arremolinan todas las miradas, de manera más o menos discreta, da igual, a ver de qué color lleva este los gayumbos. Por el contrario, cuando es uno el citado por las fuerzas de seguridad para descubrir sus vergüenzas, aquí va todo lo que tengo, podéis cotillear a gusto como los alienígenas del planeta Tralfamadore, únicamente cabe esperar que todo acabe cuanto antes y que el agente sea cuidadoso a la hora de remover los trapos. Entenderán, entonces, que cada vez que paso por uno de estos lockers deje a mi imaginación delirar sobre qué objetos, sustancias, documentos, minerales, cadáveres, reliquias, seres vivos, implantes, dispositivos nanotecnológicos y piezas dentales se alojarán en tales taquillas, dentro a su vez de maletas sobrevenidas, ya etiquetadas para su posterior traslado a latitudes ignotas. Lo bueno es que, si uno es aficionado a este deporte, en Málaga lo tiene fácil para desquitarse: los locales de taquillas abundan sobremanera, y casi cuesta creer que tantos turistas necesitan dejar sus bártulos un rato mientras les sacan la paella del microondas, pero eso es exactamente lo que parece. Cada vez que un comercio cierra, lo que ya resulta más difícil porque, salvo en lo que respecta a las franquicias más solventes (las que no lo son tanto también se lo piensan a la hora de invertir aquí en una nueva sede dados los precios), la actividad comercial prácticamente ha desaparecido en Málaga, podemos dar por hecho que el local quedará ocupado por un bonito depósito de taquillas a disposición de los visitantes que prefieren la insoportable levedad del ser al escándalo que arman los trolleys en las aceras. Según me cuentan conocidos que han intentado poner en marcha negocios variopintos en locales comerciales en los últimos meses, los responsables de las empresas del ramo son harto vehementes a la hora de hacer prevalecer sus ofertas en el juego inmobiliario; tanto o más que quienes aspiran a adquirirlos para recalificarlos como viviendas.

Que una intervención semejante haya sido posible, con todos los permisos, resultaría inconcebible en otra ciudad

El monumento más elocuente al respecto lo encontramos en la misma calle San Juan, en el cruce con Calderón de la Barca, cerca de donde una vez estuvo la librería León. Bajo la casa dieciochesca, cuya fachada sucumbió sin remedio al tendido eléctrico pero cuya arquitectura nos permitía evocar aún aquella Málaga de callejuelas, arrabales y misterios, hace ya algún tiempo que tenemos a nuestra disposición un hermoso local de taquillas, rematado con un nada discreto reclamo en disonancia abismal con el conjunto, al lado de una iglesia del siglo XVI cuya dimensión exacta contiene el que tal vez sea el patrimonio más sensible, frágil y a la vez significativo del centro histórico. Que una intervención semejante haya sido posible, que se hayan concedido todos los permisos, que el proyecto contase con la aprobación pertinente y que asistamos hoy a la destrucción de una calle con tanta memoria acrisolada en sus muros resultaría inconcebible en cualquier otra ciudad: manos a la cabeza, gesto de asombro, negación obstinada, esto no puede ser, esto no puede ser. Sin embargo, cuando hablábamos de un modelo seguro para el desarrollo económico y social de Málaga, hace ya más de veinte años, pasada la página de aquella ciudad cochambrosa, ciega y vetusta, paraíso de yonquis y atracadores, nadie nos advirtió de que tal modelo consistía en una taquilla. Deje aquí su equipaje tranquilo, que ya nos encargamos nosotros. Por encima de cualquier otra consideración. Ahora ya lo sabemos. Pero es demasiado tarde.

Tal deriva tiene que ver con la confusión consciente de valor y precio, pero también con lo que los antiguos llamaban ética

Tal deriva tiene que ver, claro, con una ley de mercado que siempre barre para casa a la hora de confundir valor y precio. Pero, también, con aquello que los antiguos llamaban ética (cuya etimología remite precisamente al griego ethos: casa, morada). La sensación de quedarse sin el trozo correspondiente de pastel es siempre muy fea, así que la voracidad se multiplica en consecuencia, lo que atañe a ciertos propietarios particulares y, también, a las administraciones públicas. Me llegan desde Málaga Acoge noticias poco alentadoras: la Junta de Andalucía ha decidido sacar a subasta un buen número de bienes inmuebles en Málaga, entre ellos el edificio de la calle Ollerías que el mismo Gobierno andaluz cedió a la ONG hace treinta años, cuando la calle Ollerías no cotizaba, ni mucho menos, lo que cotiza ahora. Y, con tal de aligerar el proceso, se ha instalado en todas las comunicaciones, declaraciones y titulares el término ocupación a la hora de hablar del uso de las instalaciones por parte de Málaga Acoge, cuya labor social en la provincia sigue siendo urgente e imprescindible. Sin miramientos. Pero, alma de cántaro, a quién se le ocurre hablar de ética cuando podemos llenarlo todo de taquillas para turistas.

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