Miserere

Entre túnicas

M. Carmen Córdoba / Gómez

17 de febrero 2016 - 01:00

HACE 180 años, un 17 de febrero de 1836, nacía en Sevilla un gran poeta y narrador español, Gustavo Adolfo Bécquer, perteneciente al Romanticismo, en el que uno de sus cuentos englobados dentro de sus leyendas fue el Miserere, salmo usado en la liturgia católica como forma de súplica o perdón, una expresión latina que se traduce como "Apiádate o ten piedad". Esos salmos se cantaban en las iglesias durante las misas en Semana Santa desde antes incluso del siglo XVII, y las hermandades, como razón de su existencia desde su nacimiento, celebran sus cultos de carácter externo e interno, para rendir culto a las imágenes, y en un principio tenían también el fin de aplicar misas en sufragio por los hermanos difuntos.

Si nos detenemos aquí, mucho ha cambiado todo desde un punto de vista litúrgico, histórico, estético o de contenido en los cultos o actos de las hermandades, que se recogen en las reglas o estatutos, junto con la caridad o la formación cristiana de los hermanos. Los triduos, quinarios, con sus funciones principales, besapiés, besamanos, sí que deben seguir un protocolo establecido. Sin embargo, en muchas ocasiones, perdemos su esencia, su sentido. Tal vez por una falta de formación, de organización, de creernos los mejores, de falta de humildad, de no querer preguntar qué hacer, de falta de solemnidad adecuada, de participación de los mismos hermanos…

Algunos piensan que las celebraciones son "aburridas", soporíferas, interminables. Solo nos quedamos con lo externo, con el gusto estético del momento, nos guiamos por modas, olvidando y obviando su significado litúrgico, no sabiendo, a veces, comportarnos ante la Exposición del Santísimo, por ejemplo. Lo adaptamos todo al prioste o encargado de culto que esté en este momento, de tal modo que si se quiere cambiar una imagen dependerá del gusto que impere en este instante, y si la junta cambia, cambia la forma, dependiendo de la persona que esté al frente.

Sí que hay que seguir unas normas, unas directrices, pero dónde está la perfección. Habrá que respetar y no dejarse influenciar por modas, que, a veces, son peligrosas. Sí que hay que pararse en el mínimo detalle, que vaya acorde con la evolución de los tiempos, pero sin olvidar su sentido único, sin vaciar su contenido, llegando a la armonía y al equilibrio. A veces nos quedamos en lo anecdótico, en lo artístico o cultural, en fijarnos si ese altar de cultos está más alto o más bajo de lo que se considera adecuado. Si hay simetría o no en la posición de la cera, si tiene bastante o poca luz, sin percatarnos si esa luz nos ilumina lo suficiente. Parecemos simples espectadores, impasibles, como si se tratara de un escaparate, indiferentes, sin darnos cuenta que nuestros titulares están todo el año en esa iglesia o capilla, a la espera de un rezo u oración. Sí, debemos ser protagonistas activos, comprometidos todo el año, como los salmos, con un canto de alabanza desinteresada, como el Miserere. "Misericordia, Dios mío". Claro que erramos y nos equivocamos, somos humanos, y aunque estemos a metros de altura, como Bécquer cuando se inspiró en su obra para escribir el Miserere, en un monasterio cisterciense, no perdamos su esencia, su significado, porque nosotros, los cofrades, miramos a nuestras imágenes de forma diferente, llegando hasta lo más profundo.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último