Los ‘apuntes’ pictóricos serranos de Manuel Vázquez Real en los años 70

Una gran producción de dibujos para describir rincones y pueblos de la comarca

Los herreros de Galaroza que forjaron la vida en hierro

Manuel Vázquez pintando un paisaje serrano. / H.I.
Antonio F. Tristancho

Huelva, 13 de mayo 2024 - 05:00

La comarca serrana ha sido fuente de inspiración artística para aficionados y expertos en diversas áreas. La literatura, la artesanía, la música, la escultura o la pintura han sido ámbitos en los que La Sierra sigue estando presente a la hora de basar obras y creaciones. El arte pictórico en estas tierras ha dado genios como José María Franco, Alonso Miguel de Tovar, Ordóñez Valdés, Mateo Orduña o Federico Martín, y grandes de esta disciplina afincados en la zona, como Mario León, Augusto Thassio o Ignacio Alcaría. Aún hoy, la tradición continúa con artistas locales como Luis Orquín, Lola Romero o Antonio Claudio Reinero.

Especial incidencia ha tenido la presencia en la zona de pintores foráneos de forma esporádica y periódica que han tomado La Sierra como fuente de inspiración. El rastro de estas gentes que vinieron a los pueblos serranos y se integraron en ellos ha aportado elementos artísticos de calidad y también en otros órdenes, como el geográfico o el etnográfico, al reflejar momentos, lugares o costumbres que ya no existen.

Barrio de Los Riscos por Manuel Vázquez Real. / H.I.

Uno de ellos es Manuel Vázquez Real, quien desde su retiro vacacional en Galaroza ofreció una interesante producción desde diversos puntos de vista. En el número cero de un periódico publicado en 2005, denominado ‘La Fuente’ e impulsado por el concejal de Cultura de entonces, Vicente Rosselló, se incluían datos de este cachonero de adopción y de su faceta artística.

Siguiendo aquel texto sin firma, podemos saber que nació en Minas de Riotinto, en 1907, y falleció en Sevilla, en 1991, realizando una extensa producción la localidad cachonera y en las de su entorno, principalmente en las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado.

Campanario de La Peña de Arias Montano, en Alájar, por Manuel Vázquez Real. / H.I.

La niñez y juventud de Vázquez Real transcurren en la vieja Salvochea, localidad denominada actualmente El Campillo, segregada de Zalamea la Real. Mientras se dedicaba al comercio tradicional que gestionaba su familia, ya demostraba una fuerte inquietud cultural que se manifestaba en ámbitos como la literatura, la música y especialmente la pintura. Apenas a los diez años ya pintaba, pidiendo sábanas viejas para poder plasmar escenas de festejos y paisajes. Su carácter inicialmente autodidacta quedó complementado con diversos estudios de formación realizados de forma no presencial, atesorando varios diplomas acreditativos de cursos a distancia.

Le tocó sufrir, como a tantos onubenses, el estallido de la Guerra Civil y la posterior represión, que provocó “la muerte de su padre en la cárcel, donde había sido llevado injustamente”. Su vida cambia radicalmente desde entonces, sumergiendo a la familia en un periodo de carencia y necesidad que le obliga a buscar otros horizontes que ayuden a solventar la situación. Tras trabajar duro en oficios como los de representante comercial de productos alimentarios, consigue una plaza de inspector de policía por oposición.

Iglesia parroquial de Galaroza por Manuel Vázquez Real. / H.I.

La vida le va sonriendo y decide formar una familia junto a Dolores Pernil Quiñones, quien, tras compartir infancia y vecindad con Manuel y después de un largo noviazgo, se convierte en su esposa en 1942. Dolores aportaría otra dimensión a la vida de Manuel, no solo a nivel afectivo, sino también de prestigio, ya que se trata de la hija mayor de Virgilio Pernil Macías, uno de los impulsores de la independencia y primer alcalde de Salvochea, y quien compartió también destino con el padre de Manuel, ya que, junto a otros muchos, fue asesinado en la cárcel campillera aquel verano fatídico del 36. La justicia ha querido que se cumplan ahora veinte años del homenaje que le rindió el Ayuntamiento de El Campillo, declarándolo Hijo Predilecto y ‘Padre de la Independencia’ de la localidad, cuando se desgajó de Zalamea la Real.

Los años 50 y 60 continúan aportando hitos de felicidad a la vida de Manuel. En el aspecto familiar, ayuda a parientes a establecerse en Sevilla y tiene sus tres hijos, Manuel, que ahora vive en Córdoba, Juan Rafael o ‘Falín’, para los más íntimos, que desarrolla su vida en Barcelona, y María Dolores, que quedó en Sevilla. Como anécdota fundamental, se acentúa su afición al fútbol y su beticismo, con tanta pasión por el Betis que “cuando el equipo verdiblanco perdía tenía que tomar bicarbonato para digerir el mal trago”, según su yerno, Cristóbal Bernal.

Paseo y Hotel Venecia por Manuel Vázquez Real. / H.I.

Empieza a disfrutar de vacaciones familiares frecuentando la comarca serrana prácticamente todos los años. Formaba parte de aquellos apreciados y añorados ‘veraneantes’ que descubrieron los pueblos de la zona antes del ‘boom’ del turismo rural, y que llegaban atraídos por las bondades del clima y la hospitalidad serranas.

Precisamente este ambiente plácido le llevó a recuperar y profundizar en su afición por la pintura. Tomaba ‘apuntes’ en sus libretas de dibujo de los rincones más tradicionales y atractivos de La Sierra, desplazándose de una localidad a otra. Entre ellos, destacaba Alájar y su Peña de Arias Montano, así como localidades como Higuera de la Sierra, algunas ubicadas en Portugal o diferentes lugares de destino laboral de sus hijos.

La afición se afianzó a comienzos de los 70, tras su jubilación, al gozar de más tiempo libre y sin tantas ataduras. Fue entonces cuando se fidelizó la visita a la localidad de Galaroza, donde pasaba largas temporadas junto a su esposa, a quienes se sumaba el resto de la familia en determinados momentos.

Óleos de Manuel Vázquez Real en casas familiares. / H.I.

Como muchos visitantes, empezaron alojándose en el Hotel Venecia, lugar pionero para el turismo serrano, para luego pasar, tan sólo unos metros más arriba en la misma orilla de la carretera nacional, a lo que podrían denominarse los primeros ‘apartamentos turísticos’ de la comarca, las habitaciones del antiguo Mesón La Casucha. Allí rememoró, sin duda, la presencia de Camille Perreau, otro amante del arte, un intelectual de talla y prestigio que fue Cónsul de Bélgica y que desarrolló a finales del siglo XIX y principios del XX una intensa vida económica y social en la comarca.

Su vida en Galaroza era tranquila, se integraba en las costumbres locales y se convirtieron en unos habituales del paisanaje cachonero. Entre estos hábitos, se encontraba por supuesto su labor pictórica, ya que prácticamente a diario, con las primeras horas de la mañana, se desplazaba a las calles del pueblo o a huertas próximas con su rutinario equipamiento, consistente en libreta, lápiz, una sillita plegable que colgaba del brazo y una vara con la que acompañar su caminar.

Impregnó a sus trabajos, a sus ‘apuntes’, de un estilo muy personal. Fundamentalmente trabajó el papel y el dibujo, recogiendo con sencillez y realismo las visiones que reconfortaban su estancia en la localidad. En sus láminas se aprecia el cariño que tuvo al pueblo y a sus gentes, que protagonizan también a lo lejos escenas cotidianas de una Galaroza viva.

Con un trazo que se podría calificar de naif y sencillo, fue pasando trabajos al óleo, aportando color a lo que en la mayoría de su producción se limitaba al blanco y negro. Bodegones, copia de fotografías que iba tomando, imágenes cercanas, reproducciones de obras famosas de Velázquez o Murillo, aún cuelga en las paredes de domicilios familiares una abundante producción enmarcada.

Su producción fue intensiva, no faltando ningún rincón cachonero por reflejar en sus dibujos. Los Riscos, Las Pizarrillas, la Parroquia, el Carmen, La Morera, Santa Brígida, la aldea de Las Chinas, calles y lugares recónditos, la cal, las tejas, el empedrado, el paisaje diario…. No quedó nada fuera del alcance de su ansia por reflejar el pueblo que le acogió, identificando siempre el lugar y el año en que tomaba esos apuntes.

Desde esta base vital y de operaciones, se adentró en otros pueblos serranos que también retrató con el mismo estilo recolectando dibujos en Valdelarco, Jabugo, La Nava, Almonaster la Real, Castaño del Robledo, El Repilado y otras muchas escenas el mundo rural.

Con el paso de los años, su yerno, Cristóbal Bernal Chacón recopiló lo que llamaban ‘apuntes’ recogidos por Manuel en sus paseos matutinos serranos, y escaneó una parte de esos dibujos, alrededor de dos centenares de trazos que forman parte de un interesante legado pictórico.

Estuvo ligado a Galaroza hasta pocos días antes de morir, el 7 de agosto de 1991, donde encontró, según el texto del periódico de 2005 “la grandeza y verdor de su paisaje, la esperanza, motivo de seguir viviendo, razón de la existencia de los hombres y del entendimiento entre ellos”. Fueron casi dos décadas de lazos inquebrantables que produjeron un gran vínculo con los cachoneros, a quienes retrató, a lo lejos, insertados en su paisaje y su quehacer diarios.

Un hombre bueno, siguiendo el mencionado documento, “de buena voluntad, alegre y afable con propios y extraños, creyente de lo Supremo” y que legó un amplio catálogo de huellas pictóricas tras su paso por La Sierra que hoy atesora su familia.

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