Los herreros de Galaroza que forjaron la vida en hierro
La historia de numerosos herreros de la Sierra onubense cuyas tareas eran las reparaciones de puertas, el arreglo de bicicletas o la elaboración de herramientas
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Huelva/La exposición instalada en La Taberna sobre aperos y utensilios de hierros recopilados por Julio Ortega, ha abierto la necesidad de iniciar una investigación sobre las herrerías contemporáneas en Galaroza. El estudio se enmarca en los trabajos que viene desarrollando la Asociación Cultural Lieva sobre emprendimientos históricos en La Sierra, con la colaboración de la Fundación Unicaja.
La muestra ofrece numerosos útiles relacionados con la agricultura, la ganadería, la carpintería o la talabartería, oficios relacionados con una actividad de la que quedan recuerdos e historias de vida. Entre el centenar largo de objetos pueden apreciarse trozos de vertedera, badilas, fechaduras, herrajes, bocallaves o herramientas que nos hablan de la importancia de los herreros en los pueblos. Un ejemplo palpable es la carlanca, o collar con púas que se ponía alrededor del cuello de los perros guardianes de rebaños para evitar la mortal dentellada del lobo.
En Galaroza hubo muchos herreros. Hay datos lejanos de algunos de ellos, como Nicolás Beneyto y sus descendientes. Sus hijos José María, Miguel y Rafael trabajaron en la fragua familiar, y su nieto, Julio Beneyto Santos, escribió unos versos sobre la dura profesión y su relación con la vida: “En mi pueblo, un matrimonio quizá joven, quizá viejo, conversaba una mañana al despertar en su lecho: - Te has dado cuenta, José? Ya están tocando los credos. – No son toques de campanas, es que trabaja el herrero. Una fragua que había cerca, sabedora de desvelos, encendía sus bujías en el rojo de los hierros (…). Junto al hierro, sobre el yunque, se agrupaban los luceros…, el metal al moldearse llora lágrimas de fuego (…). – ¡Cómo suda bien su pan con su trabajo el herrero! El pan del trabajador no baja nunca del cielo. En la lucha por la vida los golpes nos van puliendo, vamos dejando la escoria igual que lo hace el herrero. - ¡Cómo se pasan los años, cómo nos vamos muriendo! – Es que la fragua se apaga, sólo nos quedan recuerdos. – Ya no se oye el tin…tan…, ya no se siente al herrero. – Se fue muy lejos, querida, por los caminos del cielo, y se llevó su canción, de yunque, martillo y fuego”.
Además de estas referencias literarias, se conservan otros rastros de la labor de la herrería en Galaroza, como algunas bocallaves con rastros de R. Lozano, en 1888, o de otra costeada por Pablo Muñiz Domínguez en 1885. También de un profesional llamado Ovidio Ortega, del que se han recopilado numerosos datos y documentos. La bocallave que se conserva en una puerta de la calle Don Pedro González tiene su nombre y apellidos, además de una leyenda con el nombre de ‘Galaroza’, una fecha casi borrada pero que podría ser 1939, y algunos dibujos decorativos.
Se conoce por fuentes orales que le decían Salviechea, que tenía su taller en la calle San Sebastián, y hay documentación que le confirma como miembro de las Milicias Nacionales en 1937. Según el investigador Neftalí Santos, sus iniciales O.O. salpican también la localidad de Almendralejo, ya que los carpinteros de Galaroza se repartían las localidades de la Baja Extremadura, y a Rafael Bravo le tocó esta población, para cuyas bocallaves requirió los servicios de Ortega, que era familiar suyo.
Pero lo más importante respecto a Ovidio Ortega es un diario con sus trabajos que ha aportado a la investigación Aurelio Fernández Ortega y que ofrece información muy relevante. Los primeros apuntes que se conservan hacen referencia a garras, hierros, punzones, chapillas o bisagras, junto a nombres como María Josefa Alcayde o José Luis Blanco y cantidades de productos e importes de los trabajos. Escritos a lápiz, lleno de borrones y casi ilegibles, Ortega compuso una auténtica contabilidad doméstica de la época que informa de sus clientes, muchos de los cuales formaron parte de las clases pudientes de la localidad. Nombres como los de Ramón Delgado, Antonio Bravo, Manuel Ceferino, Rafael Fernández, Gaspar Foncueva, Salvador González, Fernando Márquez o Juan Antonio García aparecen recurrentemente en las setenta páginas que se conservan.
Entre sus labores más habituales cita las reparaciones de molduras o de puertas, arreglos de bicicletas, elaboración de herramientas, suministro y colocación de picaportes o cerrojos, y un sinfín de operaciones vitales para el desarrollo de la vida tal y como se conocía entonces.
Su prestigio le valió para realizar encargos para la todopoderosa Santa Teresa de Electricidad, S.A., para la parroquia o para el Ayuntamiento, con tareas como elaborar los herrajes del alumbrado o la puerta de la Ermita del Carmen, así como para carpinteros, molineros o la ‘Casa de Chacinas’, que bien podría ser la jabugueña Sánchez Romero Carvajal. En la iglesia de Santa Brígida colocó barandas, veleta y una cruz.
Y, sobre todo, se han transcrito apuntes que pertenecen a las labores de reconstrucción de la iglesia parroquial de la Concepción, tras su quema y ruina en 1936. La vinculación con estas obras de rehabilitación queda atestiguada por los encargos de Doña María Teresa Vázquez de Prado, auténtica benefactora de la resurrección de este templo, quien también le solicitó trabajos para el convento que posteriormente legó a la Orden de los Capuchinos.
Sus notas sirven también para conocer a los autores de diversos trabajos, como el de Israel Fernández al hacer la puerta de la iglesia, ya que este herrero le suministró las doce bisagras que necesitó.
Aunque no hay orden en los papeles consultados, aparecen fechas de referencia dispersas, como enero de 1936, abril de 1937, febrero y abril de 1938, abril de 1945, junio y agosto de 1948; los últimos son de junio de 1952 y del mismo mes del año siguiente.
De una factura y edad más contemporánea, tenemos el ejemplo de Ismael Ramírez Valle, un herrero recordado en todo el pueblo. Gracias a su hijo Manuel Antonio Ramírez Díaz se ha conservado parte de su legado, al haber rescatado del olvido su vieja fragua, en la que su padre trabajó tantos años.
En un rincón de su casa cachonera guarda clavos de puerta, hachas, romanas, jaulas de grillos y otras manufacturas realizadas por Ismael. Tiene aún el banco de encina con el tronco ennegrecido que tantas tardes trabajó junto a su padre. Porque Ismael tuvo el taller donde lo tuvo su padre, Manuel Ramírez, en la casa familiar que siguen habitando. Sus otros tres hermanos también hicieron trabajos de fragua, Mauricio, Faviano y Laureano tuvieron taller de herrería en Galaroza, Valdelarco o La Nava, en cuya mina trabajó también el primero.
Según Manuel Antonio, en aquella época había en Galaroza 15 o 20 fraguas, un trabajo en auge similar al de la carpintería y otros destinados a surtir de utensilios las tareas domésticas y profesionales del pueblo, y también a reparar herramientas agrícolas o industriales, “cuando no se tiraba nada, cuando no había plástico”.
Conoce en parte el oficio por su abuelo y por su padre, aunque nunca le gustó. Recuerda con amargura los sábados en que llegaban clientes para que Ismael le arreglase un apero o una herradura. “Los días laborables yo estaba en la escuela y mi padre trabajaba en El Repilado, pero los fines de semana temblaba cuando escuchaba una bestia recorrer mi calle, gentes que venían de Valdelarco, de Fuenteheridos o de Jabugo para algún trabajo y mi padre me tenía ayudándole hasta por la tarde”, lamenta.
Aun así, ha conservado parte de la fragua donde echó sus dientes, con un mimo especial hacia la bigornia, la pieza maciza de hierro que supone el imprescindible yunque. Sobre él ha realizado muchos trabajos que se hacían ya antaño, como afilar cuchillos, componer las ‘jachas’ o cortar con la marra. Ver cómo enciende la fragua con piñas y carbón, tras más de dos años apagada, retrotrae a tiempos pasados. El aroma inconfundible del fuego, avivado por el manejo con maestría del ventilador que hace las veces del viejo fuelle, impregna toda la vivienda, ubicada en la parte alta de Galaroza.
Manuel Antonio muestra orgulloso numerosos objetos como decoración en esta casa, habiendo llevado otros a su monte en el campo, como legado de su padre Ismael, uno de los herreros más recordados del pueblo.
Además, de la memoria y el recuerdo pueden rescatarse a otros trabajadores del hierro en Galaroza, como Pepe ‘Galano’, como los herradores Antonio Lancharro y Juan Ortiz, que aparecen en el anuario de 1915, el “taller de herrería y cerrajería” de Francisco Navarro Jara que se publicitaba en revistas de fiestas de los años 50, la herrería de Rafael Beneyto, que heredó de su padre y del que se conservan facturas de los años 30, o como Luis Domínguez, que trabajó en la repilense fábrica de Tibesa, y que junto a sus hijos Luis y Roberto ha derivado sus trabajos hacia la carpintería metálica. Trabajos y tradición que tiene referencias históricas en la comarca en la frenería y romanas de Cortegana, y cuya evolución deriva hacia el arte de creadores como el aracenense Manuel Espiri o el portugués Vitor Vaz.
La historia de la fabricación del hierro está surcada de emprendedores, de artistas y afanosos trabajadores que supieron extraer del fuego y de la fragua herramientas que forjaron la vida de los serranos durante décadas.
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