El patrimonio de la dehesa, en peligro

La disminución de los árboles está provocando que cada año menos cerdos se puedan engordar con bellotas La seca es una enfermedad que mata allí donde llega

Ejemplares de alcornoques afectados por la seca.

21 de septiembre 2015 - 05:01

RECORRER las dehesas de las comarcas onubenses, especialmente del Andévalo y Sierra, es un magnífico ejercicio de biodiversidad, pero también es aconsejable para detectar su estado de salud y conservación, máxime cuando el que suscribe gestiona una de ellas en el término de Aroche. Desde hace algunos años esa maravilla vegetal o ecosistema único está condenado a muerte; la aparición de la enfermedad conocida como seca acaba silenciosamente con miles de encinas y alcornoques, rompiendo el equilibrio y como dirían hoy la sostenibilidad, abocando al medio natural a un empobrecimiento de fatales consecuencias. Ese incendio invisible y permanente traspasa fronteras extendiéndose a otras zonas vecinas como pueden ser la Sierra Norte de Sevilla, sur de Badajoz y Alentejo portugués.

Comprobamos con estupor sus devastadores efectos, pues la disminución de los árboles está provocando la de las capacidades de carga, es decir, cada año menos cerdos se pueden engordar con sus bellotas. La pandemia afecta en mayor grado a las encinas, menos resistentes, pero con frutos más finos, de mayor tamaño y dulzor.

La seca es una enfermedad que decae y mata allí donde llega, según la teoría universitaria está provocada por el patógeno u hongo phytophthora cinnamomi Rands. Se localiza en casi todas las provincias andaluzas y la extensión que ocupa en la región es la mayor de España. Sus síntomas son la disminución de las copas, decoloramiento, amarilleamiento, reducción de tamaño de las hojas, flujo de savia por el tronco, necrosis progresiva de la corteza y reducción del diámetro de crecimiento.

Se ha dicho que la distribución del decaimiento está en relación con valles o depresiones del terreno, zonas encharcadas o alteradas, como pueden ser los cortafuegos, caminos y espacios con altas cargas ganaderas. El análisis que llevamos haciendo durante años corrobora sólo en parte estas aseveraciones y deja en el aire numerosas preguntas, por ejemplo: ¿Por qué en algunas ocasiones se secan rondos de decenas de árboles sin estar asociados a espacios húmedos o muy secos? ¿Por qué en zonas de buenos suelos fallecen encinas aisladas? Lo cierto y verdad es que los árboles se mueren en casi todas las fincas, en las solanas y umbrías, en las zonas húmedas y secas, en las cumbres y en los valles, en verano y en invierno, sin que nada ni nadie detenga el proceso.

Soy de la opinión que las especies de quercus presentes en España van a desaparecer en muy poco tiempo. Dentro de nada será un recuerdo el alcornoque y la encina autóctona y nos tendremos que conformar con plantar nuevas especies tratadas genéticamente. Los abonados o las inyecciones propuestas por los científicos no detienen el proceso, como tampoco es suficiente la introducción de aves insectívoras o destoconar y quemar las encinas y alcornoques. Por cierto, que los que se están poniendo las botas son las empresas del ramo de la leña de encina, que ante la abundancia, pagan cantidades exiguas a los propietarios de las fincas y venden a precios exorbitantes.

Ya hay investigadores que dan por perdida la arboleda y se centran en proponer una estrategia viable de sustitución. Para mí este tipo de soluciones encierran la incapacidad de los estudiosos por solucionar el principal problema ambiental que tiene este país. No queremos sustituir, queremos conservar nuestras encinas y alcornoques, patrimonio formado a lo largos de centenares de años, soporte de la economía de animales y hombres y tapiz que alfombra una gran parte de los espacios atlánticos y mediterráneos. Precisamente esa característica es la que ha posibilitado que el Estado o la Junta de Andalucía declaren numerosos espacios con altos niveles de protección, como por ejemplo Doñana, Parque Nacional, donde están afectadas ya las famosas pajareras o el Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche.

Pretendemos que los árboles fijen el suelo para impedir que en unos años la erosión acabe convirtiéndolos en desiertos y necesitamos conservar los quercus para que siga adelante todo el sector empresarial del cerdo ibérico, el cual da empleo a muchos trabajadores y posibilita el poblamiento de numerosos municipios. Se imaginan qué sería para poblaciones como Jabugo, Corteconcepción o Cumbres Mayores la desaparición de las dehesas y por consiguiente los guarros alimentados con bellota. Ellas que han elevado a los altares los mejores jamones del mundo, ellas que a través de la tradición han conseguido una calidad suprema, ellas que son la aristocracia de la conserva española. Estaríamos condenados sin duda a comer cerdos ibéricos o cruzados con blancos americanos, alimentados con sólo yerba y piensos.

Otro universo como es el del corcho también está en serio riesgo, no en vano mucho de este magnífico producto sale de las dehesas onubenses, en la mayoría de los casos camino de Portugal, que es donde se transforma. Y consecuentemente está en peligro la economía de los colmeneros y de miles de propietarios de fincas en un escenario de crisis económica profunda. También está amenazada la fauna, es decir, los animales salvajes como ciervos o jabalíes que tienen en esos frutos gran parte de sus esperanzas de supervivencia. Por no hablar de los hongos fuertemente asociados a las raíces de encinas y alcornoques.

Mientras tanto se aprueban leyes y planes directores que afectan a la Dehesa, se constituyen foros y asociaciones, se dan conferencias, se realizan estudios, pero no se dan soluciones. Tampoco aparecen subvenciones para mantener la arboleda en las pequeñas y medianas fincas, pues la mayoría de los dineros de la Política Agraria Común van a parar a los latifundios. Negro panorama señores para un patrimonio tan especial y necesario como son las últimas encinas y alcornoques de la Península Ibérica.

¡Si Félix Rodríguez de la Fuente levantara la cabeza!

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