Las detenciones por disfrazarse en la Dictadura eran una farsa
Isla cristina
La permisividad de los dirigentes locales contribuyó a mantener la fiesta
La Guerra Civil Española abrió una etapa particular en la celebración de los carnavales en Isla Cristina que se mantuvieron contra viento y marea. También es cierto que la permisividad de los dirigentes que desde conocían de sobra el alma de las fiestas del disfraz isleño hizo que el pueblo aprendiera a convivir entre la represión y las carnestolendas. Wenceslao Ríos es uno de los carnavaleros que supo vivir las fiestas en ese difícil filo permisividad. Recuerda que se evitaba cualquier término grosero o soez y que había contenidos terminantemente prohibidos como los relacionados con el ejército, la religión o la política, así como contra los dirigentes. Sin embargo, el ingenio era suficiente para decir lo que no se podía decir, sobre todo a partir del año 68 cuando se recuperó el carnaval de teatro, aunque se denominó 'fiestas de invierno'.
El carnaval se desarrolla en dos fases tras la guerra. Hasta el año 67 tan sólo se permitieron grupos disfrazados en la calle evitando cualquier mención al carnaval. En el 68 vuelven los grupos a actuar en el teatro, aunque todas las letras tienen que llegar al Ayuntamiento antes que al escenario para pasar la censura.
En una y otra etapa se produjeron detenciones relacionadas con el carnaval, sin embargo las órdenes de la autoridad policial pasaban por el filtro de los alcaldes que indicaban que los detenidos llegaran al Ayuntamiento por una puerta y salieran por la otra. Ríos explica que de sobra era conocido que la gente lo que quería era divertirse como lo había hecho siempre sin más connotaciones. De hecho uno de los grandes letristas de los años anteriores Marcelino Fernández Concepción tuvo que huir a Portugal y murió en el exilio en los años 50.
Ríos recuerda anécdotas de esos años como que el gobernador civil acudía puntual a estas fiestas hasta que en una ocasión fue reconocido por uno de los disfrazados que se dirigió a él como una autoridad. "El gobernador tuvo que irse deprisa y corriendo y no volvió a participar de la fiesta".
Una de las anécdotas de autorepresión que recuerda Ríos se produjo precisamente la noche del 23-F cuando iba a salir una agrupación disfrazada con trajes militares. Al conocerse el intento de golpe de estado de Tejero "se quitaron los trajes militares y se pusieron unas faldas escocesas". Esa noche, añade Ríos, "estaba todo el mundo en el teatro con los transistores para seguir de cerca lo que estaba ocurriendo en el Congreso de Madrid".
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