Isla: El pueblo que no perdió la máscara
Los carnavales isleños nacieron en la calle y ni las etapas más represoras impidieron el disfraz · El teatro, el domingo de piñatas y bailes de salón surgieron en el siglo XIX









Conocido y reconocido es que el Carnaval de Isla Cristina está íntimamente unido a su vida social y cultural. La población isleña vive de forma masiva, como pocas de la provincia de Huelva, esta manifestación festiva y desenfadada de la vida en la que cabe desde el exabrupto, que puede llegar a la grosería, hasta la más fina ironía que paraliza, en principio, e indigna algo más tarde. Como todas las fiestas populares ha tenido etapas de esplendor y de decadencia, se han reavivado con el apoyo institucional, pero nada ni nadie ha logrado acabar con la afición que tienen los isleños a echarse a la calle en carnaval con un atavío atrevido o inusual y una máscara, ni siquiera la etapa en blanco y negro de la Dictadura. El carnaval empezó en la calle y nunca la ha dejado ni siquiera en las etapas más tensas y coercitivas de la historia de este pueblo onubense.
Los carnavales de Isla Cristina forman ya parte de su historia y han dado lugar a libros, relatos y documentos de personas y personajes íntimamente relacionados con esta fiesta. José Biedma y Vicente López han hecho un recorrido histórico por las carnestolendas isleñas. Ambos se remontan a principios del siglo XIX para datar las primeras referencias documentales sobre estas fiestas. Biedma en su libro sobre el Carnaval de Isla Cristina estima que esta forma de diversión llegó hasta este rincón del Sur de España de la mano de los pobladores catalanes que se instalaron sobre las marismas isleñas. A partir de ahí irían cobrando cuerpo y adquiriendo, poco a poco, los aires que el Atlántico, los contactos con la vecina Cádiz (donde ya se venían celebrando estas fiestas) y el carácter isleño imprimen a este reducto de la geografía española.
Vicente López más concreto apunta que, probablemente, estas fiestas se venían celebrando desde antes de las que se dedicaban a la Virgen del Rosario, que datan de 1789.
Pero no es hasta años más tarde cuando aparecen las primeras referencias documentales sobre los carnavales, ya entrado el siglo XIX. De la primera etapa documentada del carnaval isleño parece que no quedan más que referencias normativas que intentaban que la fiesta no se desmadrara. Por eso una norma de 1832 que dicta el presidente del Ayuntamiento, Lorenzo Elías, señala que "no se prohiben las máscaras y diversiones racionales en los tres días de carnestolendas autorizadas por el tiempo y la costumbre". Las primeras normas también prohiben usar ropas de militares o religiosos para disfrazarse y llevar armas de fuego reales "aunque el disfraz lo requiera", dice textualmente. Todo apunta que el carnaval enseguida se hace con un deshonesto enemigo como es la prohibición, que le acompañará no sólo en esta primera etapa sino ya de forma sucesiva en los próximos siglos. Sin embargo, la prohibición, en muchas ocasiones, ni siquiera evitó la gloria de estas fiestas que siempre han contado con la alianza del ingenio para burlar la cortedad de miras que ha estado presente a lo largo de nuestra historia.
Vicente López narra cómo el siglo XIX introduce cambios en las fiestas. Hacia la década de los años 80 se suman, a la diversión en la calle, convocatorias como el teatro, el domingo de piñatas o los bailes de salón. Esto también contribuye a que el carnaval se refine, de forma que se cuidan más los trajes, las letras, la música y en definitiva todo lo que adorna la fiesta.
José Biedma relata también en su libro cómo los primeros pequeños grupos, que se reunían para disfrazarse, hacer crítica y sacar los 'trapos sucios' de la vida misma del municipio a través de sus canciones, fueron adquiriendo un matiz algo más poético y con un mayor sentido musical, sobre todo, a lo largo del primer tercio del siglo XX.
El auge que el siglo pasado dio a estas fiestas, sin duda, acaba haciendo mella en la participación y también en el desvarío propio de los carnavales, lo que dio lugar a principios del siglo pasado a que la autoridad, por primera vez, estableciera multas para aquellos que se saltasen las normas que se habían establecido y que se repetían año tras año con motivo de los carnavales. En 1905 las multas oscilaban entre 5 y 10 pesetas para los infractores, mientras que ocho años más tarde, en 1913, la cuantía subió hasta 25 pesetas.
El siglo XX trae a los carnavales una etapa dorada y una más gris. La primera viene de la mano de destacados autores y compositores que se instalan en Isla Cristina y que se integran en las fiestas populares aportando interesantes coplas tanto desde el punto de vista musical como escrito. Aunque en esta etapa se dan circunstancias favorables para que la población se volcara con los carnavales, aportando ingenio y vistosidad en las indumentarias, que también pasaron por una etapa gloriosa.
Vicente López apunta que probablemente la época más crítica del carnaval isleño se vincule con la II República española, sobre todo en los primeros años de la década de los 30 del siglo XX. Pocos acontecimientos nacionales o internacionales escapaban a la pericia de los letristas isleños, que criticaron desde la Guerra de Marruecos hasta las decisiones políticas o las actitudes caciquiles, sin olvidar los acontecimientos locales.
La Guerra Civil Española del 36 abre un paréntesis en la visa social del país y también en los carnavales de Isla Cristina, aunque parece que existen documentos sobre las fiestas de invierno que se celebraron entre el 37 y el 67, que se limitan a la calle. A partir del 68 la permisividad de la autoridad local hace posible la vuelta al teatro. Y finalmente la transición democrática vuelve a abrir de par en par las puertas al Carnaval isleño.
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