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La Universidad de Huelva califica como "desastre" ecológico y económico el incendio de Almonaster

  • El profesor Juan M. Domingo Santos explica que las consecuencias del fuego van desde la erosión del suelo a la pérdida de la biodiversidad, sin olvidar la producción maderable, la merma de pastos y la bellota para la montanera

Montes quemados tras el incendio de Almonaster la Real.

Montes quemados tras el incendio de Almonaster la Real. / M. G. (Huelva)

La Universidad de Huelva califica como un "desastre" ecológico y económico el incendio declarado en Almonaster la Real que desde el 27 de agosto ha calcinado más de 16.000 hectáreas. Para ello, la Onubense aporta la opinión del doctor Ingeniero de Montes y profesor Titular de la UHU en el Departamento de Ciencias Agroforestales, Juan M. Domingo Santos, que, actualmente, participa en el proyecto Interreg-POCTEP ‘Centro de Información y Lucha contra Incendios Forestales’ (CILIFO) como responsable de una línea de investigación orientada a la planificación forestal para la prevención de grandes incendios. También formó parte del grupo de trabajo que elaboró las estrategias de restauración del incendio de Las Peñuelas (Doñana, junio 2017).

Para Domingo Santos, “aunque el Plan Infoca tardará unos días en hacer pública una evaluación de una cierta precisión sobre el incendio, es evidente que se trata de un gran desastre. Se han dado las circunstancias favorables para que se produzca un gran incendio en cuanto a alta temperatura, baja humedad del combustible y del aire, y fuerte viento. En estas condiciones, el fuego atraviesa fácilmente barreras naturales, como ríos y riveras, o barreras artificiales, como cortafuegos, carreteras, líneas de defensa, etcétera. No es necesaria la continuidad del combustible, pues los vientos trasladan rápidamente pavesas incendiarias que pueden generar focos secundarios a centenas de metros”.

Ante esta situación, para este investigador de temas como la planificación forestal, territorial y gestión del paisaje, así como de suelos y ecología forestales, la única valoración positiva que puede realizarse del fuego es “que no se ha producido ninguna desgracia personal y que, después de la terrible jornada del sábado, con menos calor y menos viento, el dispositivo del Infoca pudo desplegar toda su eficacia de extinción”.

En cuanto a sus consecuencias, la situación no se presenta nada halagüeña. Y es que este experto tiene claro que “el fuego es un fenómeno muy destructivo, por lo que la lista de daños es extensa, puesto que, además, se ha quemado todo tipo de formaciones vegetales”. A nivel general, uno de los aspectos negativos más relevantes será “la erosión del suelo y el arrastre de cenizas a los cauces cuando se produzcan las primeras lluvias, especialmente si se da algún fenómeno torrencial”, según explica Domingo, que añade que “son varios e importantes los efectos que estos fuegos tienen sobre toda la sociedad, pues perdemos paisajes de gran valor, como los que forman el encajonamiento del Odiel y sus arroyos y el conjunto paisajístico que constituye el mosaico de cubiertas forestales tan variadas que hay en toda la zona incendiada”.

Junto a estos desastres, el incendio también produce de golpe la emisión de enormes cantidades de CO2, además de la contaminación en partículas en suspensión que puede generar problemas respiratorios a personas sensibles, sin olvidar que se ve afectada la biodiversidad de la zona, pues existen interesantes hábitats de interés comunitario y especies amenazadas como el brezo de las minas (Erica andevalensis).

En el aspecto económico, este profesor de la Universidad de Huelva recuerda que “los propietarios de dehesas perderán parte de la producción de pastos de otoño, esperando que no se haya producido la pérdida de cabezas de ganado por el fuego, pero, sobre todo, se van a quedar sin la producción de la bellota para montanera durante muchos años, hecho lamentable pues, además, las dehesas ya se encuentran muy afectadas por el decaimiento de encinas y alcornoques”. Del mismo modo, “los pinares, bien sean de regeneración natural o de repoblación, son los grandes colonizadores, creadores y protectores del suelo. Su presencia genera ambientes umbrosos, regula el ciclo hidrológico, fija CO2, produce madera, piña y biomasa, y facilita la instalación de otras especies más exigentes, como la encina y el alcornoque. En consecuencia, su pérdida es algo muy lamentable que deberemos intentar restituir”.

Por su parte, como aclara Juan M. Domingo, “los eucaliptos son como los emigrantes del mundo vegetal-forestal. En la sociedad civil hay voces prejuiciadas, malintencionadas o ignorantes, que echan la culpa de los problemas que atraviesa el país a las personas emigrantes. Con los eucaliptos hay un paralelismo casi total. Estos árboles que tan mal se miran desde la sociedad urbana, hacen un “trabajo” que difícilmente puede hacer cualquier otra especie en la gestión de los recursos hídricos y de los nutrientes, y proporcionan producciones suficientes para que los montes particulares sean económicamente viables. Si su gestión es adecuada, son formaciones que desempeñan un papel significativo en la conectividad ecológica, en el mantenimiento del territorio forestal (frente a las transformaciones agrícolas) y no son la causa principal de la extensión de los fuegos, como parecen querer trasmitir algunos artículos de prensa que he leído”.

Por último, en materia de vegetación, este investigador también señala que “el matorral es una cubierta de gran importancia ecológica, aunque es la más asociada a la propagación del fuego. Las distintas formaciones de arbustos son hábitats de interés comunitario, fundamentales para la biodiversidad y la actividad cinegética. Su presencia y extensión suele verse favorecida por los incendios, al menos la de las especies denominadas pirrófitas”.

Pero, ¿por qué se producen tantos incendios forestales en los últimos tiempos? A pesar de que puede ser esa la impresión de la opinión pública en general, como miembro del proyecto Interreg-Poctep ‘Centro de Información y Lucha contra Incendios Forestales’ afirma que, “según las estadísticas, el número de incendios forestales de cada año tiende a la baja. La sociedad está más concienciada y los regímenes sancionadores son muy fuertes. Además, los dispositivos de detección y extinción son muy eficaces y la mayor parte de los fuegos se quedan en pequeños conatos. Sin embargo, los fuegos que sí logran convertirse en incendios han ido aumentando en su extensión media, dada la gran dificultad de extinción, cuando la situación es desfavorable. El enorme impacto de estos grandes incendios es traumático para la sociedad, especialmente cuando se ven amenazados vidas y bienes de zonas urbanas, como ha sido este caso”.

Las causas de esta virulencia creciente de los incendios van desde el calentamiento global, que hace que de forma general el arbolado se encuentre sometido a mayor estrés hídrico y que los combustibles se encuentren muy secos e inflamables, a la desaparición de los usos ganaderos y de recogida de leña en el monte, que ejercían un eficaz control de la acumulación de combustible, pasando por la existencia de personas que cometen negligencias de consecuencias fatales, sin olvidar los casos de intencionalidad.

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