Gente de aquí

Gertrudis Ramos Hierro: La generosidad callada

  • Colabora con Cruz Roja, Cáritas y con una asociación que fundó de ayuda a las viudas, donde se reúne con unas veinte mujeres que necesitan de su ayuda y de su ánimo

Gertrudis Ramos Hierro.

Gertrudis Ramos Hierro. / H.I.

Hace mucho tiempo que conozco a esta mujer, pues soy gran amigo de ella, de sus hermanos, de sus padres, del que fue su marido, de sus hijos y de su abuelo Manuel Hierro. Conozco perfectamente su trayectoria de generosidad por los demás y han sido muchas veces las que he querido escribir sobre ella, pero nunca me lo permitió porque, como he indicado en la cabecera, ella es la generosidad callada. No quiere figurar en ninguna parte y menos que pueda aparecer como una mujer buena porque ella es tímida y no quiere que hablen de ella nunca. Y eso que de ella solo se pueden decir cosas buenas. Pero ella no presume de nada, y mucho menos de buena pero, como se suele decir por Andalucía, ¡es más buena que el pan!.

Su marido no se quedaba atrás, era un gran hombre y éramos también muy amigos, como su padre, que trabajaba en el ayuntamiento como jardinero municipal, que dependía directamente de mí y nos teníamos un gran cariño mutuo.

Gertrudis no paraba y no para de pedir para la gente necesitada y, en muchas ocasiones, recurría a mí y a otra mucha gente. Ella pedía comida para los bebés, ropa para bebés y para la gente mayor, abrigos para ayudarles a superar los fríos y húmedos inviernos de Punta Umbría o algún dinero para ayudar a gente sin trabajo. En definitiva, pedía ayuda para los necesitados y aceptaba lo que la gente pudiera ofrecer.Es tan buena que cuando yo tuve la desgracia del fallecimiento de mi esposa, ella me llamó por teléfono y me dijo que estaba a mi entera disposición para hacerme de comer, plancharme la ropa o limpiarme la casa, algo que yo no acepté porque tenía contratada a una mujer desde hacía tiempo que me hacía todas esas cosas magníficamente. Pero una vez que mi asistenta se fue por sus vacaciones anuales, le pregunté si seguía en pie su ofrecimiento y me contestó que era para siempre, así que vino con la condición de que yo le pagaría y, muy a regañadientes, aceptó. Pero me consta que fue para repartirlo con gente necesitada. Así era y así es Gertrudis.

Su marido era un gran recreativista y por eso también ella lleva al Recre en su corazón. Y esa afición fue transmitida a sus hijos desde pequeños y hoy nos vemos cada domingo en el Estadio Colombino.Los padres de Gertrudis no nacieron en Punta Umbría. Él era ayamontino y, al morir sus padres, se vino para acá andando día y noche con solo 11 años porque le habían dicho que aquí había mucho trabajo para todos. Y efectivamente, con la chirla de Punta Umbría y los boquerones que tanto abundaban, comieron muchas familias.

La madre era de Huelva y también llegó a esta tierra, igual que tanta gente, porque Punta Umbría, además de ser un paraíso, era un lugar para trabajar y ganar dinero. Muy jóvenes, con solo 17 años, se casaron y tuvieron cuatro hijos, siendo Gertrudis la mayor de todos ellos y, además, siempre desde pequeña velaba por todos.

Gertrudis nació en la calle Piragua en noviembre de 1956, junto a la carpintería de su abuelo Manuel Hierro, a quien conocí, igual que a su hijo Elías y todos sus nietos que, desde que empecé mi vida profesional siempre me han tenido surtido de estacas de madera para mis mediciones. De Manuel Hierro ya he dicho en varias ocasiones que tengo que escribir sobre él. De hecho, Gertrudis me pasó unas notas que tomó de sus conversaciones con él, porque Manuel tuvo una vida de mucho movimiento. Hay una anécdota de la Guerra Civil, de la que él se libró por poco. Pero bueno, eso es otra historia que ya contaremos en otra ocasión.

La vida de ella transcurrió con normalidad, como la de cualquier niña de su época. Fue a aprender al Colegio Caracola, antes denominado como los Grupos Escolares, que estaba situado muy cerca de su casa. Su maestra era doña Carmen Gutiérrez, con lo cual tuvo mucha suerte porque por aquella época ya empezaba a dar clases Rafael Llanes, al que conocí y que era una persona muy inteligente, además de ingeniero técnico de minas, pero muy chapado a la antigua y que le gustaba dar a los niños con la palmeta en las manos y en el culete. En una ocasión a su hermano Manolo le dio tantas veces que cuando Gertrudis, que era solo una niña dos años mayor que él, lo vio llegar, se fue enseguida a buscar al maestro porque ella consideraba que aquello era una exageración y Rafael empezó a correr por todo el pueblo y ella detrás y no lo pudo coger.

Gertrudis, siempre en defensa de los más débiles desde pequeña, pronto conoció al que iba a ser su novio, marido y padre de sus tres hijos: Andrés, Emilio y Noelia. Su marido Andrés Franco Ortega, perteneciente a la gran familia de los Porras, como dije anteriormente falleció antes de tiempo. Aún era joven, pero su esposa lo cuidó en su enfermedad los seis años que duró. Murió hace 18 años y desde entonces ha sido una mujer abnegada, dedicada a sus hijos y nietos y también cuidando, junto a sus hermanos con los que se turnaba, a sus padres enfermos, primero a su padre y últimamente a su madre, a los que fui a visitar cuando estaban ya en sus últimos días.

Ella sigue trabajando y colaborando con Cruz Roja y también con Cáritas y con una asociación que fundó de ayuda a las viudas de este pueblo, donde se reúne con unas veinte mujeres que necesitan de su ayuda y de su ánimo. En definitiva, que ella siempre por naturaleza necesita estar ayudando, porque es de esa condición. Espero que estas letras que ahora le dedico le sirvan como unas palmaditas en la espalda ya que, por estar en tiempo de pandemia, no le puedo dar un beso, que es lo que se merece, y muy fuerte.

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