Custodio de los Ángeles, un auténtico lobo de mar
Gente de aquí

Punta Umbría/Hace mucho tiempo que no veía a Custodio por la calle y me interesé por él preguntándole a su hijo, al que veo muy a menudo, y él me invitó a su casa a visitarlo y allí estuvimos hablando un rato.
Custodio de los Ángeles Concepción es hijo de portugueses. Su padre es de Manta Rota y su madre de Montegordo, pero por motivos de trabajo se trasladaron a La Antilla, donde él se embarcó en los galeones y allí tuvieron a su hijo hace ahora casi un siglo.
Custodio creemos que tiene 98 años, pero no se sabe a ciencia cierta ya que no lo apuntaron en el registro hasta que ya era algo mayor. Eran cosas de los marineros de la época, a las que no se les daba la importancia necesaria.
Una vez jubilado, Custodio iba todos los días a la playa. Él decía que le daba vida, que había vivido siempre en la mar y que necesitaba verla todos los días. Tanto es así que se compró un detector de metales y, como si de un trabajo se tratase, allí salía todas las mañanas a recorrer la playa para estar junto a ella. Pero sin darse cuenta se ha hecho mayor y sus hijos no le dejan ir, no le vaya a pasar algo. No obstante él cada vez que puede se escapa y tienen que ir a buscarlo al único sitio en el que saben que va a estar. Y allí en la playa, mirando al mar, está siempre Custodio de los Ángeles.
Desde que tenía 10 años ya salía solo en su barquito a la pesca de la caballa. Y de esa manera ganaba dinero y pronto se pudo casar con una joven de Isla Cristina llamada Adela Aponte, que afortunadamente sigue acompañándole día a día.
Custodio, con su edad, se encuentra muy bien. No padece ninguna enfermedad, tiene todos sus niveles en orden: el azúcar, el colesterol y los triglicéridos. Lo único que le falla es el oído, pues está totalmente sordo. No sabe leer ni escribir, pero lo entiende todo y te cuenta sin parar mil anécdotas, porque le gusta recordar y le gusta contar cosas. Me contaba el otro día cómo veía jugar a los ingleses en la playa corriendo detrás de una pelota. Esos mismos ingleses son los que en Huelva habían fundado un equipo de fútbol, nuestro Real Club Recreativo. Y es que Custodio tiene la cabeza perfectamente amueblada y con una memoria de gigante. Me cuenta cosas que me dejan sorprendido, como por ejemplo cuando fue elegido junto a otro marinero de Punta Umbría y otros dos de Lepe y de Isla Cristina para ir a saludar a Evita Perón en su visita a Huelva y La Rábida, el 18 de junio de 1947, hecho este que recuerda con agrado. También fue elegido para visitar al jefe del Estado español, Francisco Franco, en una de sus visitas a Huelva a inaugurar el Polo Químico Industrial de la Punta del Sebo.
No se sabe con certeza el año en que nació, pero el Ayuntamiento le concedió el título de Marinero de más edad y también la Cofradía de Pescadores le dio un reconocimiento especial. Esos honores los lleva él muy a gala y los guarda como una reliquia en el salón de su casa, igual que el título de Patrón de Pesca, que lo obtuvo en un examen hablado donde demostró que de la mar, lo sabe todo.
Todos los marineros de Punta Umbría se acercaban al lugar donde él iba a pescar, porque donde estaba Custodio siempre había caballas. Y es que su radar eran los cormoranes que se tiraban desde el aire “a plomo” hacia el mar… Y allá que iba él y llenaba su barco. Durante su época de pescador enseñó el oficio a muchos niños y jóvenes puntaumbrieños que sus padres encomendaban a Custodio para que los iniciara en el arte de la marinería. Él era un experto pescador, tanto es así que cuando su esposa estaba cocinando y le faltaba por ejemplo un choco, le decía: “Anda, llégate a la ría y me traes un choquito de buen tamaño que me hace falta”. Y allá que iba él calle Fragata abajo y se introducía en la ría y cogía sobre la marcha un par de chocos para que su mujer pudiera seguir cocinando. También solía traer a casa después de una jornada de pesca una cesta llena de vieiras, ese molusco bivalvo tan asociado a Galicia y que también abundaba por aquí. Al igual que los lenguados, que los capturaba con sus propios pies y manos andando por la orilla de nuestra playa.
Un detalle muy curioso es que como sus padres eran portugueses, él desde pequeño conocía el idioma de ellos, pero nunca lo hablaba, solo en algunas ocasiones, cuando después de una larga jornada de pesca al llegar a tierra entraba en una taberna con los amigos y, después de varios vasos de vino, ya solo hablaba portugués. De esta forma su mujer y sus hijos, al oírlo, ya sabían de dónde venía.
Hoy lo he visto con su buen humor característico y su energía de siempre en la azotea de su casa cuidando de su huerto, que no es otro que unos 10 macetones plantados de patatas, pimientos y, sobre todo, habas que cuida y mima con esmero.
Se cubre la cabeza del sol y me dice que el sol de Punta Umbría es muy bueno. Me enseña sus manos del color del bronce, al igual que su cara, pero la cabeza siempre protegida. Sabia costumbre que aprendió después de tantos años ejerciendo como un auténtico “lobo de mar”.
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