Rafael Cómez Ramos

Valdivieso: crear como estilo de vida

La tribuna

Valdivieso: crear como estilo de vida
Valdivieso: crear como estilo de vida

En su no deseada jubilación, Enrique Valdivieso, además de seguir publicando libros se dedicaba a pintar cuadros que regalaba generosamente a sus amigos y que nunca me quiso firmar porque decía que él no quería pasar a la posteridad. No quiso pasar a la posteridad y por esa misma razón ha pasado.

Su pasión por el trabajo, el “nulles dies sine línea” latino era su norma de vida cotidiana. Alegre norma cotidiana de vida creativa. Apasionado del teatro desde su juventud y donde podía haber triunfado, abandonó la carrera de actor por la de historiador del Arte. Para Enrique Valdivieso crear era algo así como respirar, un medio de vida, su manera de enfrentarse ante la existencia, un estilo, porque crear es robarle vida a la muerte. De ahí su ingente labor, su titánico trabajo: en los casi cincuenta años que vivió en Sevilla él solo escribió toda la historia de la pintura sevillana que otros habían iniciado un siglo antes. Y todavía tendrá dos libros póstumos.

Todo ello realizado con alegría, generosidad y sentido del humor porque como dice el Eclesiastés “Así he conocido que lo mejor de todo es estar alegre, y hacer buenas obras mientras vivimos” (3, 12). Su vida transcurrió vertiginosamente sin perder ni un minuto porque desde Benjamin Franklin ya sabemos que el tiempo es oro y no hay que dejar para mañana lo que podamos hacer hoy. Cuidaba su voz como nadie y nunca le vimos doliente ni disminuido. En su vitalidad pensábamos que la enfermedad nunca haría mella a nuestro querido amigo. Curiosamente, en aquellos días aciagos en que llorábamos su pérdida, releyendo al ingenioso hidalgo, don Quijote, al reflexionar sobre la buena muerte, acude a Suetonio y nos dice: “Preguntáronle a Julio César, aquel poderoso emperador romano, cuál era la mejor muerte, respondió que la impensada, la de repente y no prevista” (II, XXIV).

Su auténtica pasión fue la docencia universitaria sin perder un día de clase por ningún concepto, como testimonian sus compañeros y alumnos. Tras sus correspondientes años de catedrático emérito, sufrió la separación de la docencia que no fue, según él, ningún júbilo, aun cuando no cesó de dar conferencias, participar en simposios y presentaciones de libros, el último suyo en la Academia de Buenas Letras, pocos días antes de su fallecimiento.

Tal actividad llevada con entusiasmo y frenesí le impulsaba a promover proyectos de restauración y recuperación de conjuntos pictóricos mal conservados. Recordemos las tablas del retablo mayor de Pedro de Campaña en la iglesia de Santa Ana de Triana que, una vez restauradas, pudimos contemplar de cerca en una exposición celebrada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, así como la otra pintura renacentista de la clausura del convento de San Leandro, a la que junto con Ismael Yebra contribuyeron con donaciones voluntarias muchos ciudadanos. Por otra parte, las copias de los lienzos de Murillo –hoy en el Museo del Prado– que significaban simbólicamente el interior de la iglesia de Santa María la Blanca dieron sentido a las yeserías barrocas antes vacías de contenido. Del mismo modo, las copias de las obras de Murillo que faltaban en la parte alta de los muros de la iglesia del Hospital de la Caridad, representando las obras de misericordia, completaron el programa iconográfico ideado por Miguel Mañara para su fundación, de la que Valdivieso fue hermano y generoso protector.

Finalmente, otro de los proyectos acariciados fue el de la reapertura de la casa de Murillo frente al convento de las Teresas como museo de la que fue vivienda y estudio del pintor tal como la conocimos en el pasado siglo XX, y que hace unos años fuera reclamado también por la Asociación de Vecinos y Amigos del Barrio de Santa Cruz. Como amigo y vecino de Enrique Valdivieso, ilustre sevillano de Valladolid, propongo y solicito al Ayuntamiento de su ciudad que en la fachada de su vivienda en la calle de Mateos Gago, morada que fue de los Montoto, coloque una lápida que haga pareja a la que recuerda al ilustre erudito.

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